Micaela Paredes Barraza

Un día nos fue dado amar al mundo

 

 

 

 

Noche adentro

 

Escucho una estampida de pájaros nocturnos,

el eco que repiten las piedras sin memoria.

Las hojas empozadas se sueñan en su rama

mientras las aguas callan el curso de las horas.

 

Solo he vivido un día y todo ha sido noche.

 

Herida de ceniza mi frente aún espera.

Oscuras mariposas en mis manos escampan.

Sus alas rotas cargan la errancia de otro entonces,

las esquirlas de un tiempo que en ofrenda se alza.

Vivir es soñar días sabiendo que es de noche.

 

 

 

Decir

 

Decir, en el anhelo de que al fin

no haya más que decir, cese el anhelo.

Decir para poder callar un día

y oír todo resuelto en el silencio.

Decir para entender que no hace falta

ponerle nombre al tacto de ese cuerpo

que inunda nuestra orilla sin aviso

con la temperatura de lo eterno

y en su mudez lo dice todo…

Basta

mirar al mundo (sí, que está bien hecho):

las cosas fueron dichas de una vez,

en su materia vibra un nombre cierto

que a veces creo oír también vibrando.

 

¿Por qué callaste, Dios, antes de tiempo?

¿Por qué no terminaste de decirnos?

Con la palabra a cuestas, con el sueño

de terminar tu frase, nos dejaste.

¿Qué quieres que digamos? ¿Cuál el verso

que llene la oquedad por donde brota

cada palabra huérfana de vuelo?

¿Acaso el que te dijo a ti tampoco

fue capaz de decirte de un aliento?

 

Ayúdame a callar, seca este cauce.

Ahógame el decir, sopla esos ecos.

Descansa en mí tu luz, quema mis labios

y dime, voz callada, en ese beso,

mi nombre: solo así, tras escucharlo,

podré olvidarme en ti, toda silencio.

 

 

 

Ofrenda

 

Sitiado en la penumbra surge el canto

de lo que no alcanzó a saberse día,

cuando tus manos huérfanas de tiempo

trazaron la estatura de la muerte

y urdieron en la entraña de la piedra

la voz de lo que no merece un nombre.

 

Las horas no distinguen si sus nombres

nacen o desembocan en tu canto,

si el cielo es padre o hijo de la piedra:

cosechan el olvido, alzan el día,

y añoran la promesa de la muerte,

pero alimentan con su hambre al tiempo.

 

De ti conservo la palabra tiempo

y cargo su cadáver como el nombre

que arrastra el condenado hasta su muerte

con la esperanza de volverse canto

sin verbo, para al fin nacer al día

que transfigure el llanto de la piedra.

 

Aúlla entre mis sienes una piedra,

la misma que desdobla sobre el tiempo

la estampa diluida de los días:

imagen que en tus aguas busca nombre

sin otra voluntad que la del canto

forjado a semejanza de la muerte.

Si pudiera abrazar toda la muerte

imitando el olvido de las piedras,

entregarme al sonido de su canto,

redimir el instante, ser el tiempo

sin edad, liberado de sus nombres,

y acallar esta sed que ahoga el día,

 

no diría palabra y cada día

cedería sereno ante la muerte

y por fin el silencio, único nombre,

despojado del peso de la piedra

volvería a ser uno con el tiempo:

voz callada, raíz antes del canto.

 

Sea el día anticipo de la muerte

en que vuelvan a unirse piedra y canto

y descansen del tiempo nuestros nombres.

 

 

 

Ceremonias de interior

 

Hay algo permanente en la distancia

entre objeto y recuerdo, aquí o allá,

ayer, hoy y mañana.

Repetido y diferente en la memoria

todo queda circunscrito a ese lugar

en que un día nos fue dado amar al mundo.

Perduran sus imágenes: la angustia

del rito los domingos, las migajas del pan

y el desamor

que negamos una vez tras la ventana.

 

Cambiamos de ciudad, contamos sitios,

pero allí y solo allí fuimos y somos

para siempre condenados al abrazo,

al secreto de la luz que nos recuerda por las noches

nuestra ruina originaria.

 

 

 

Es raro a veces contemplar el cielo

y sentirse observada devuelta desde un sitio

que no es exactamente el que se mira.

No sería posible precisar

si es desde las alturas que desciende

aquella claridad que desempolva

los hábitos dormidos en el pecho

o si lo que sucede en realidad

es solo un movimiento

sin espacio

sin punto de partida ni llegada;

un desfase de la luz

sobre el cuerpo que alumbra,

ya no de allá hacia acá,

no desde afuera,

porque ya no hay lugar

y todo es dentro.

 

 

 

Hacia dónde

Pero Ítaca está dentro, o no se alcanza.
Francisca Aguirre

 

No alcanzarán las islas que contaste

y aproximaste en sueños, tras la niebla de la infancia,

a extinguir el rencor que hoy incendia

y consume todos tus barcos.

Henchidos de silencio entre la luz

del recuerdo y la noche del presente,

su madera enronquecida se alimenta todavía

del anhelo de que Ítaca no sea

sino el sitio que separa

tu vida de la vida,

o de la muerte, que es lo mismo;

el rincón que te espera

sin promesas

cuando ya no haya palabra

ni deseo de ella

y acaricien tus huesos

las raíces invariables de la tierra.

Micaela Paredes Barraza (Santiago de Chile, 1993). Licenciada en Letras Hispánicas. Ha publicado los libros de poemas Nocturnal (2017), Ceremonias ... LEER MÁS DEL AUTOR