Melissa Sauma Vaca

Una poesía de belleza y movimiento

 

 

por Enrique Solinas

 

Melissa Sauma Vaca es la voz más sobresaliente de la nueva poesía boliviana. Lo demuestra su voz, firme y reconocible, con el peso de la calidad lírica que renueva, con su propuesta, este panorama poético actual.

El movimiento será el que domine el poema y nos cuente su  percepción del mundo: ir, venir, caer, ascender, puertas que se abren, alejarse, caminar y muchas más acciones que producen un movimiento plástico, a lo largo de los versos, de profunda musicalidad. Este movimiento está acompañado por palabras como viento, tormenta, fuego, profundidad y otras más que hacen de esta poesía un espacio de encuentro de las artes, un espacio sinfónico que retrata, a través de las palabras, el aquí y el ahora de este universo.

Poesía vital, poesía profunda, poesía que reflexiona sobre los procesos del yo, en relación al cuerpo, y sobre los procesos de la poesía. Porque la poesía de Melissa Sauma Vaca ha nacido para quedarse. Para permanecer. Porque es alta poesía.

 

        

 

 

La caja de los sueños

 

Laberinto vertical

en el que caigo para levantarme sin descanso,

sucesión de habitaciones de paredes blancas,

desnudas paredes, sin puertas ni ventanas.

 

Y una puerta que se abre desde el techo

y una escalera improbable se me extiende,

 

entonces

el ascenso.

 

Ascenso y caída y otra vez ascenso

incontables veces, incontables sueños

un encierro contenido dentro de otro encierro

una columna implacable, una espiral de silencio

 

y el ascenso sin pausa

apenas el ascenso

 

cada vez con menos aire, cada vez con menos fuerzas

cada espacio más pequeño, cada puerta más estrecha

 

finalmente,

una puerta es la última puerta

y una escalera

la última

escalera.

 

 

 

Cíclica

 

He sido tantas veces la misma

que hoy quiero ser otra

desvestirme de mí,

despojarme

de todos los adjetivos

que en mi nombre se alzaron,

vaciarme de todos los nombres

que sobre mí han caído,

los que me dijeron

y los que me dije.

 

Quiero olvidar

las palabras que escribí

las ciudades que amé

los rostros de las despedidas.

Alejarme despacio de esa casa

y caminar tanto, tanto

que ya no recuerde

la calle, el número, los árboles del patio.

 

Y es que he sido la misma tantas veces

que hoy quiero ser otra

o tantas otras como pueda ser.

Tantas veces que pueda

finalmente

ser la misma.

 

 

 

Augurio del viento

 

Pedí viento para mis alas

y el viento vino

como tormenta desatada en el fondo de los mares,

como un grito de montaña

que arrancó a dos manos mis pies de la tierra

y me elevó por los aires girando en círculos.

 

Ya no pido vientos ni tormentas

 

El viento es existencia continua

 

Pido firmeza

para aferrarme a la tierra

silencio

para escuchar el anuncio del viento

audacia

para saltar en el momento preciso

y el recuerdo de mis alas

para extenderlas

en el vacío.

 

 

 

Hoy

 

Camino descalza y en mis huellas siembro el fuego.

 

He viajado tanto en busca de la luz

que finalmente he descubierto

que todo viaje es luz

y hay en cada palabra un viaje nuevo.

 

He vuelto a habitarme.

 

Soy.

 

 

 

Aquí

 

Al despertar

el peso del cuerpo sobre el cuerpo

el golpe del corazón en una caja

el haz de luz que acaricia la curva del hombro

el resplandor de la sábana en el arco de la espalda

la respiración profunda.

 

Escenas imprecisas de sueños improbables

los ojos que se ajustan poco a poco

a una realidad dispuesta a enumerarse

una mesa una flor un libro una ventana

el techo las paredes los cuadros una lámpara

 

otra vez el cuerpo

el reconocimiento del cuerpo como parte de este caos

el pie la mano el cuello la cintura

la boca las orejas las rodillas los brazos

la sed

la certeza de lo nuevo

el presente develándose

 

y una vez más

lo único que importa es

este saberse este decirse este mirarse

esta conciencia

de estar aquí

y no saber

hasta cuándo.

 

 

 

Interludio

 

Crecemos con cada mirada cada palabra cada abrazo

crecemos en la duda y en la desesperanza

en la algarabía y en la dicha también se crece

y en el miedo y en el horror y en el llanto.

 

Nos crecen los cabellos y las pestañas

en la noche mientras dormimos,

y al levantarnos y sabernos vivos

sin saber hemos crecido

un paso hacia la última parada.

 

Crecemos en soledad y en compañía

– y también,

y no es lo mismo –

crecemos solos y acompañados.

 

Crecemos en el encuentro y en la distancia

en el asombro y el espanto

en el trayecto y en la estancia

en la risa y el desamparo

 

y la nostalgia nos crece una sombra azul bajo los ojos

y a veces el amor, y a veces el olvido, nos crecen alas

 

y en este crecer sostenido decrecemos sin pausa

tal así que en cada alumbramiento morimos

y en cada duelo

se nace.

 

 

 

Ígnea

 

Forjar la palabra

allí donde se forja

todo aquello que un día fuera nuevo

en el centro mismo de la tierra,

el corazón dormido de la piedra,

el fuego líquido dentro de los huesos.

 

Lavarla como piedra en el río,

dejar que el agua escurra por su rostro,

que caigan una a una las verdades,

que olvide lo que un día le dijimos que era.

 

Y en el viento

ya liviana, ya nueva

como una hoja del otoño,

como la chispa de una hoguera

dejar que retorne

nuevamente

a la tierra

 

 

 

Reminiscencia

 

Exploro antiguas aguas

busco el primer fuego.

 

La infancia,

esa casa poblada de fantasmas;

el patio de mi abuela,

la tierra, los árboles de los que estoy hecha.

 

La guayaba que se estrella contra un mosaico rojo a media tarde,

las tardes en que observé pasar la vida desde una vereda.

 

Y me engaño creyendo que mis manos se hicieron para narrar el mundo.

 

Escribo, es cierto,

hay tanto que quiero nombrar y que no puedo;

tanta vida escurriéndose en mis manos,

tanta sombra ondeando mis cabellos,

tantas palabras suspendidas en el aire

– minúsculas partículas de polvo

iluminadas por la luz de una ventana –

que debo sacudirme de ellas

como quien se sacude de la piel la última capa.

 

Y miento

si digo que es la piedra, la montaña, el mar, el río,

los pájaros alzando vuelo, las esquinas de una casa,

el rostro de mi abuela, sus múltiples fantasmas

los que hoy

me piden ser contados.

 

Hay tanto que quiero nombrar y que no puedo.

 

Escribo, es cierto.

Del otro lado está la muerte

levitando.

 

 

 

Viendo llover

 

He sabido de la paciencia del agua

que talla gota a gota el cuenco en la piedra.

 

He esperado tantas horas

–la cabeza apoyada en las rodillas

el cuerpo hecho un recinto

los ojos en silencio –

la palabra

–basta una, a veces–

que revele la profundidad de lo vivido.

 

Y he sabido también de la paciencia de la piedra

que tantas veces presintió sobre su espalda el golpe de la gota.

 

Aún espero.

 

 

 

Coda

 

Morir gozosamente

morir cada día

renunciando a ser

la muerte que ayer fuimos.

 

Melissa Sauma Vaca (Santa Cruz, Bolivia, 1987). Es economista de profesión y MBA en Dirección y Gestión Empresarial. Explora distintas artes, entre ellas, l ... LEER MÁS DEL AUTOR