Melisa Mauriño

El vientre del lobo [un cuento oscuro]

 

 

 

Mamá no está
me dejó sola al borde
del agua.

Giro como un pez-niña
no son parásitos internos, adentro
crece un mundo impenetrable
ambiguo sensual, no importa
qué pueda pasarle al cuerpo que traigo
a partir de ahora.

La picazón del sol trepa
la curva del muslo que reluce
entre las horas caídas encima

es verano.

Me quedo quieta
o me muevo como el agua
para los ojos no vistos
detrás de la nuca o las cortinas
el gruñido animal que sostiene
la escena inicial
en el interior de la casa.

Hay una trampa para ratones
en la punta del helado de agua
frutillas en el fondo de la pileta
tan azul, la piel de perla
la suavidad de mi crin al sol.

Bajo en vertical a buscar mis tesoros
las monedas vencidas, aguanto sin aire
las plantas de los pies se arrugan
la costura del sexo enrojece
la frutilla en los labios se abre.

¿Hombre o mujer?
Ninguno.
Sirena, mirada, agujero
niña desalmada.

Cuando estoy por caer
en la boca del lobo otra vez
vuelvo a escuchar la voz de mamá
su risa detrás de la puerta
y la luz hiriente de las monedas
arrojadas sobre la mesa
me ciega, me regresa al vientre.

Yo me repliego en mi carne
embrionaria, carente de historia
y escribo un cuento de los que se atreven
a contar sin pelos en la lengua
lo que no se puede decir
lo que está prohibido.

 

***

 

En la casa viven nueve gatos
ninguno es mío, ni uno solo
me pertenece

tampoco los muebles, apenas
me adueño del espacio
donde transcurren los acontecimientos
donde las palabras
hacen eco, me adueño

de la tierra seca
que se desprende de mis zapatos
al atravesar la puerta.

Vengo de la guerra, comando
un ejército de soldados diminutos
que se derriten al sol cuando descuido
mis deberes bélicos, la estrategia
que me enseña a sobrevivir
volviéndome invisible.

Los gatos son de la casa, yo
pertenezco al bosque de los sauces
que se tuercen como gritos
y me hacen lugar, piel con piel
para soñar bajo la hipnosis
del cántico que expulsan las chicharras
en el sopor del verano.

A veces ellos, los gatos
custodian el porche y saltan sobre mí
con todas sus uñas, me despedazan
me muerden hasta volverme
tierra de mis zapatos sobre las baldosas
que la abuela baldea sin piedad
hasta el agotamiento
de un modo hermoso, soleado
así
me despedazan hasta dejarme
intacta, igual a mí
antes de ser yo: vacío, palabra, parte
de los acontecimientos.

 

***

 

Alguien me sigue
cuando atravieso cualquier noche
alguien viene detrás
de mí.

Me pongo nerviosa y afilo mis sentidos
giro la cabeza como un búho
360 grados entre el cielo
y el infierno, tengo miedo:
nunca me gustaron las sorpresas.

El bosque está calmo pero alguien
me sigue, pisa mis talones
con sedosa constancia, me apuro
pero mi sombra se proyecta
sobre las flores
que anochecen también detrás de mí.

Mi sombra
es la sombra de un lobo.

Si corro me corre, si camino lento
crece agigantándose y me opaca,
me pide silencio, me amordaza
con su boca en la mía.

Desearía desconocer esa extrañeza
que me divide entre la luz
y el insomnio, la textura amable
de la almohada entre los muslos
el milagro ominoso de no reconocerse
y no saber a ciencia cierta
quién se es.

Alguien me sigue a donde vaya
por mucho que me aleje
viene detrás de mí como una capa
que se alarga en el viento,
no me suelta, no me teme.
Alguien me sigue:

mi sombra
es la sombra de un lobo.

 

***

 

Solo partimos cuando está perdido
nunca antes
aún sin saberlo
el cuerpo percibe
aunque no estemos preparados todavía
para confrontar o apropiarnos
de algún tipo de fe.

Salí a buscar una respuesta
a la muerte,
ella es la única
pregunta válida, un búmeran.

La abuela está muy enferma
(la abuela ya está muerta)
pero una vez iniciado el viaje
no hay modo de saberlo
o detenerse:

camino con la herida
la otra, invisible
excepto en la pisada, la huella
está torcida.

Encontré a Lucy enterrada
junto al manzano,
su tumba debajo de las flores
el eslabón perdido entre el animal
y la mujer:

soy el animal
que aprende a caminar
en dos patas, como si no estuviera siempre
a punto de caer, trastabillando
evito la mueca de dolor
la muesca en mi carne, porque todo
lo que realmente duele
acontece en el cuerpo.

 

***

 

Aprendo a distinguir el sexo de los pájaros
su lenguaje urgente, ese afán
de propagarse en el tiempo
mezclándose.

Abrí los ojos al sol
me tendí a la orilla del río
cuando él se fue y supe
que volvería con la noche

que yo lo esperaría
al borde
de la herida de granada.

Que yo lo esperaría.

Los colibríes suben y bajan
como dardos veloces, exponen
un abanico de plumas
colores nunca vistos, reservados
hasta el momento clave
como quien guarda su arma secreta
para enfrentar al adversario
más temible.

Aprendo a distinguir las horas
donde reina el silencio
de las otras, cuando los pájaros
se amontonan y parecen estallar
en el cielo como acuarelas
que se funden.

 

***

 

El leñador me enseña a cortar
las ramas que tapan
mi vista del camino, las articulaciones
que es preciso quebrar para avanzar
otro paso.

Nuestro encuentro es azaroso,
él me advierte
acerca del lobo y mi sombra
insumisa, desgajada
tan afín a su piel.

Recorre el bosque
en las horas de luz, deja señales
que orientan a los curiosos
perdidos que se duermen en las ramas
infinitas de la mente.

Me entrega su machete
que guardo junto al muslo
y sigo en soledad
sabiendo lo que me espera
tras la caída del sol.

Me deja ir, no me impide
crecer con el descenso
me ve esfumarme:
un punto rojo entre los árboles
una llama pequeña
que sin embargo lleva
dentro de sí
la potencia, una chispa
capaz de originar el incendio.

 

***

 

Sus dedos acarician la flor
las uñas primero, una falange
detrás de la otra, la palma áspera
contiene el temblor
de los pétalos tensos

los labios de un morado
que no estalla
y duele hasta que alivia
su carga o desfigura
la cellisca en lo alto
del monte.

Cuando la flor se endurece
se expande y respira
como un corazón de ciervo
todavía caliente
entregado en bandeja
a quien puede pagar.

El morado embellece cuando estalla
sin romperse se extrae
del círculo donde el mundo
alecciona sobre el bien y el mal.

Una miel en los labios
me trae la imagen, dura
de la cabeza que rompe
contra el cordón
de la vereda alguna vez.

Él ya no se frena.
Devora,
muerde, lame
desaparece adentro del capullo
se come la frutilla, sigue
un poco más, quema
(ahora sangra como la vida
cuando comienza), devora
hasta el último nervio
devora el alma, se come a la niña
dormida en su tallo y cae
él también, desprevenido
en su pequeña muerte.

 

***

 

El lobo me cuenta cuentos para dormirme
se disfraza de abuela
huele esa herida, el hambre
insalvable caído en la fisura
donde calienta sus manos demasiado grandes
de una suavidad perfecta.

Me mira con ojos oscuros
que cercan la noche
volviéndola infinita, habitada
por un rebaño de ovejas
acorraladas en sus malos pensamientos.

El lobo me cuenta cuentos
yo cuento ovejas
descarriadas del rebaño
no consigo dormirme
si él no me toca una vez más
una sola vez
por esta noche. Su boca
demasiado grande me muerde
donde más me gusta
y me quedo dormida
hecha pedazos.

 

***

 

Crecen anémonas en su sueño
donde giro sin soga
cable que me conecte al oxígeno
cordón que me acerque
al alimento de las flores.

Soy el astronauta en el espacio
la criatura dormida
en su primera piel.

Estoy en el vientre del lobo
los ácidos arrastran las piedras
con las que me lastimo
al caer

me hace de nuevo
con la misma materia, los átomos
se reordenan, las cadenas
se rompen y fundan
nuevos enlaces.

Es un útero al que volver
para nacer de nuevo
con roturas posibles.

Me tragué tantas semillas sin querer
temiendo que creciera
en mi vientre el árbol,
esa vid, ese naranjo
haciéndome
estallar desde adentro.

Las anémonas son rojas,
beso el corazón negro, crecen
tapizando el vientre que me hospeda;
qué suavidad, podría quedarme
acá mismo toda la vida
que me queda, yo soy
el alimento de las flores.

 

***

 

Se trata de un amor oscuro,
los recuerdos de las primeras horas
de luz entre nosotros
no encuentran moldes donde asentarse
para ir enfriándose de a poco.

Aprendí a mirarme en el espejo
a dejarme acariciar, a vestirme
de mujer para dejar el miedo latir
como una manzana dentro de mi puño
pero estaba jugando a ser grande

pero estaba jugando en el bosque
y el lobo iba y venía
latía mi miedo como una mariposa
que abre su crisálida para aparearse,
para morirse de una buena vez
después de amar.

El tiempo pasa, hay que apurarse
esta herida no se cura
se hace más profunda, se vive,
se escribe, se encarna.

Quedarse en el vientre del lobo
indefinidamente es esperar la muerte
sin sorpresas, esperar.

Se trata de un amor oscuro
y la luz se vuelca en mis ojos
desde aquella puerta de la garganta
desde el filo del machete
con que me acaricio en silencio.

 

 

___________

 

-Melisa Mauriño
El vientre del lobo [un cuento oscuro]
Tanta Ceniza Editora
Neuquén, Argentina, 2020

https://tantacenizaeditora.com.ar/#!/-inicio/?ancla=

 

ElVientreDelLobo-TAPAS

 

Melisa Mauriño (Provincia de Buenos Aires, 13 de diciembre de 1985). Licenciada en Psicología (UBA). Ex residente de Psicología Clínica del PRIM Hurling ... LEER MÁS DEL AUTOR