La verdad se impone
(Traducción al español de Jeannette Clariond)
Vasta Naturaleza
Las generosas caderas expulsan al pequeño dios
desde coágulos de selva verde
desde la región pélvica de las montañas
Se cría en los henchidos pechos de las nubes
Lo mecen los brazos del mar
Gatea por las escalinatas hacia el interior de la tierra
y nos seduce desde las cavernas
Los ocultos gusanos reverencian sus venas
Por miles los peces se arrebatan sus entrañas iridiscentes
En múltiples sílabas los pájaros
inscriben en el aire sus palabras nacientes
Etéreas ondulantes bestias revestidas de fuego
serpientes en su oscura y ciega fatiga
en la noche oscura de su mente expresa
su cólera y su asombro ante el terror de magia
Donde miremos sus ojos descansan en el vacío
orlados con campos y bosques
y lunas trágicas
al borde del llanto dilatan sus pupilas
Da zancadas en el fuego
en el interior de la cascada
retuerce sus miembros de luz
Revestido por el viento y elevado
camina por los techos y las torres
Rocas son todas sus caras
flores la carne de sus costados
Sus cabellos se entretejen con la hierba por todas partes
Manchada por el arcoíris cada concha
ruge sus hechizos murmurados
En el sueño desciende la inmensa sombra de su mano
nuestras lenguas desenvuelven la plegaria
para acallar el latir de nuestros corazones y frágiles temores
y desnudos nos tendemos en su madriguera
Sus relámpagos cabalísticos juegan con nuestras palabras
Vista al Norte
A medida que envejeces, sientes más frío.
Ves a través de las cosas.
Miro a través de los árboles,
sus quebradas hojas caídas,
miro el agua azul
helarse en el viento.
Día tras día se abre la escena,
se hace más clara, jirones de espacio
surgen donde tupidas ramas
solían cubrir el paisaje.
Pronto se vaciará, desnudo,
enteramente libre:
miraré a través
de entretejidas olas
el blanco horizonte, el lugar
donde empieza el Norte.
¡Majestuoso!, pensaré,
mientras mis ojos se hielan.
La verdad se impone
Como no soy honesta en persona
busco ser honesta en la poesía.
Si hablo contigo, mirándote a los ojos,
miento porque no tolero
evidenciar la verdad.
Decir toda la verdad
sería como quedar desnuda.
Perdería mis más preciados bienes:
distancia, silencio, intimidad.
Quedaría expuesta. Y me poseerías.
Equivaldría a una total rendición
(a ti, mirándote a los ojos).
Me mirarías detenidamente.
Me tendrías en tus manos.
Todos tus ojos se me echarían encima.
De ahí en adelante me vestirían
tus punzantes, lascivas, deseosas abejas.
Que seas uno o dos o muchos
da igual. Siento como si, en realidad,
un par de ojos fuera el enjambre entero.
Así que miento (mirando tus ojos)
dejando sin voz la esencia de las cosas
o bien mostrándome como una copia
y no lo que soy.
Uno debe ser honesto en algún lugar.
Quiero serlo en la poesía.
Con la palabra escrita.
Donde pueda decir y tachar
y volver a decir y decir con rodeos
y decir por encima de y decir entre líneas
y decir en símbolos, en enigmas,
en doble sentido, bajo las máscaras
de cada rasgo, en la piel
de toda criatura.
Y en mi propia piel, desnuda.
De hecho me siento feliz de anhelar
desnudarme en la poesía,
imponer la verdad
en el poema,
que, al escribirlo, si es real,
no copia, me diga
y después a ti (todo o nada, mirándonos)
mi entero yo,
la verdad.
Domingo en el campo
Ni un despertar de viento aquí. El credo
que el grillo entrega al bosque todo el día.
La bendición incesante del sol. Cuánto oro
en mi cabeza si me expongo a la luz.
Escalan mis pestañas los ángeles, son tan blancas
sus alas que retienen cualquier color. El cielo,
hondo y revelador en su azul, rasga
mi conciencia como un clavo. Siento alegría
por la araña gris que, torpe, amenaza
trepar mi zapato; por la mosca
medrosa de vientre verde y ojos naranja,
que camina entre los vellos de mi brazo para
frotarse la panza. Alta hierba, sedosa como barba
de un monje, la brizna, tupida de amarillo.
El yo corpóreo excede la forma del pesebre.
Estoy hipnotizada por la trompeta del sol
que infiltra aleluyas en mis venas.
Hasta que, detrás del retablo, se oye
una carcajada. Un ateo inesperado lanza
una palabra espantosa. ¡Eso despierta la insurrección!
Un viento nace en el bosque, arrebata a los pinos
sus casacas solemnes. Un oscuro, impúdico
cuervo volteriano ha arruinado
el sacramento: así que puedo marcharme.
Mintiendo y mirando
El modo
en que crece el vello
en mi piel,
lo veo
brillar.
Peinadas
como por el viento,
mis axilas
son nidos de piojos;
mi piel herbosa
es más oscura en los pliegues
de los codos y las ingles,
en los nudos de las rodillas;
si distiendo las piernas
cada rodilla es un rostro
de pómulos pronunciados, guerreros.
Mis muslos se hunden y juegan
bajo el brillo de la luz;
por detrás permanecen
quietos, aunque giren
y se arqueen; color pantera,
en tonos camello
y durazno, suaves
pero resistentes como gamuza;
inclinándose
curiosos
desde los poros atentos,
sus vellos
son rubios. Ay,
por nada cambiaría
mi cuerpo. Ni
por la barca blanca de una paloma,
ni por el negro abrigo del oso,
ni por nada.
-Harold Bloom
La escuela de Wallace Stevens
Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea
Edición, traducción y notas de Jeannette Clariond
Vaso roto ediciones
España-México, 2011
https://emea.vasoroto.com/products/la-escuela-de-wallace-stevens