El trabajo de la vida
(Versión al español de Sandra Toro)
Poema de cumpleaños
Nazco en mi casa,
la menor de cuatro hijos.
El doctor me trae tal cual lo prometió
en su bolso de cuero negro de motociclista.
Va sacándome por partes
primero asegura los miembros y el torso
y después, del torso hasta la base del cuello.
Abre el ombligo de mamá
y me mete, de cabeza.
Nado por el canal alimentario hacia arriba
con el mentón apuntando para atrás,
paso por la boca y el agujero de la nariz
y en la cima de la cabeza golpeo
para que me deje salir
por la partecita sin pelo.
Hoy mi mamá cumple ochenta y dos
empulserada y empelucada, espléndida.
Tuvo que ir a buscarme cuatro veces al pozo
para tenerme.
El trabajo de la vida
Mi nena, mi mamá,
me acuerdo de esta escena:
recién salida del Conservatorio
a los dieciocho una experta en Bach
de blusa almidonada
suplicando permiso para ir de gira
con el violinista virtuoso al que nunca
ibas a poder acompañar y él, que
arrojaba su música desde el arco
por la colofonia,
pelando línea tras línea
como notas de gracia en clave de sol
mientras mi abuelo
ese hombre respetable al que no conocí
con un pañuelo te limpiaba la boca
diciéndote no hija mía
y te desabrochaba el relicario de oro
que usabas sin foto alguna
y toda la casa alemana de la calle 15
se acomodaba a la cadencia…
A los dieciocho yo quería ser nadadora.
El pelo largo me chorreaba encima de la cena
servida en plato chino.
Con los dedos arrugados por el entrenamiento nocturno
como pasas rubias Sunsweet,
mi boca masticaba pero yo seguía haciendo largos.
Entraba en el agua como un cuchillo.
Toda músculos y siete puertas.
Una rana en el borde.
El rey de las anguilas y señora.
Tragaba y rezaba
que me dejaran entrar en la Aquacade
y mi papi perfecto
el que te hizo fugarte
después de que al violinista se le
rompió el diapazón y perdió su causa
mi papi con la cara sucia de salsa
juraba sobre el estofado y las zanahorias
que yo no iba a llegar a nada
que a la pena iba a llegar …
Bien, los padres de mano dura están muertos
y no llegué a la pena.
En vez de eso llegué a las palabras
para contar el cuentito que quedó:
Siguen siendo las medianoches de mi infancia.
Las escaleras vuelven a hablar bajo tus pies.
Las puertas pesadas del salón se cierran
y “Claro de luna” hace pucheros,
simple como el tictac del reloj en un aula,
desde las teclas obedientes.
Y de la Canción de amor de Debussy, lo que
oigo más nítido es la resonancia
seca de tus uñas largas al golpearlas.
Natación matutina
A la cabeza vacía me viene una
playa de algodón, un muelle desde donde
me ponía en marcha, aceitada y desnuda,
a través de la niebla, en la soledad fría.
No había línea, ni suelo ni techo
para distinguir el agua del aire.
La niebla de la noche, espesa como felpa,
me rodeaba en su profusión enmarañada.
Yo colgaba mi bata de dos ganchos.
Y sostenía el lago entre las piernas.
Invadida e invasora. Iba por encima
de ese cielo chato.
Los peces se movían debajo de mí, rápidos y sumisos.
Entonaban mi nombre en su zona verde.
Y al ritmo de la brazada
tarareaba en dos por cuatro un himno lento.
Tarareaba “Quédate conmigo”. El ritmo
subía con cada azote delicado de mi pie.
Subía en las burbujas oblicuas que
soltaba, y que trepaban por mi boca.
Mis huesos se tomaban el agua: el agua que caía
por todas mis compuertas. Yo era el manantial
que alimentaba el lago que se reunía con el mar
por el que iba cantando “Quédate conmigo”.
Apetito
Me como estas
frambuesas rojas silvestres
todavía tibias por el sol
y con un leve olor a balsamina
en memoria de mi padre
que se ponía la servilleta
bajo la barbilla y se inclinaba
sobre un bol de siderita
bañado en el jugo
de los granos brillantes
mi padre
con el suspiro de un hombre
que todo lo vio y fue redimido
decía una y otra vez
levantando la cuchara:
los hombres matan por esto.
Nuestra estadía en tierra va a ser breve
Las luces azules de aterrizaje le hacen
agujeros de clavos a la oscuridad.
Cae una nieve fina.
Nos posamos
en la pista a recoger
la correspondencia, la carga rápida,
bandejas de ratones de laboratorio,
café y masitas
para los pasajeros.
Vayamos donde vayamos
es lunes a la mañana.
Vengamos de donde vengamos
es el regazo de mamá.
Arriba, entre el montón de nubes,
dispersas como semillas
de chirivía o de apio, están
las almas de los no-nacidos:
Los hijos de los hijos de mis
hijos y los de su papá.
Vamos tomando velocidad para el último recorrido
y despegamos bajo la tormenta.
Canción
Todo imita este acto: los arpegios
el batir de las alas, los golpes de tambor, y en especial
los cascos de los caballos endureciéndose a medio galope.
No mencioné: nadar, la comba y el tirón
de la brazada en el agua
ni el batido de la manteca en los bols
las caricias, el mordisqueo en la boquilla de la pipa
el enfriarse circular al revolver los martinis
con hielo
o el ritual de la lluvia sobre las cornisas y desde muy lejos
el aviso soplado por el viento de un tren llegando
al puente, cuidado, cuidado:
todo se afila, después estalla.
Ante una ola de aplausos cae el telón.
Gracia
Las gallinas tienen su grava. La grava se pega
al buche, como debe ser.
Y piedra contra piedra es muela
que muele lo duro.
Y moliendo lo duro, aprendo
a llenar el buche, como debe ser.
Devoro la pudinga
y creo que está bien.
Y creo que está bien forrarme las tripas
de octágonos pulcros de arenilla.
Sin hendija ni hoyo
que ventile,
ni vierta ningún fango, ningún lodo;
ni una pérdida se vuelque ni un terror se desprenda.
Dios, concedeme suficiente
apetito por la piedra.