Martín López-Vega

Y el todo que nos queda

 

 

 

 

 

Poema de las avispas

 

Para otros, el amanecer de Ahu Tongariki,

escoltado por los moáis,

como si quien lo contempla

cobijara la idea de hurtar el rayo verde.

 

Para otros, ver salir el sol

desde un globo, en Capadocia,

y convencerse de que no hay más

Gaudí que el viento ni mayor

maestro gótico que el agua.

 

Para otros, inaugurar el día

en Angkor Wat, cuando los rayos prologales

parecen decididos a incendiar los templos

y la fe; o en Milford Sound,

desperezándose a la vez

que los lobos marinos.

 

Yo quiero ver amanecer todos los días

descalzo, contigo,

en la terraza de casa,

cuando la luna se queda un rato aún

para poder contemplarte

a ti, que disfrutas la primera luz de la mañana

sobre tu piel aún dormida,

con la toalla a modo de turbante

y tus ojos que despiertan y en mí despiertan

cuanto desde que estás ya no duerme nunca.

 

Sobre la mesa está el desayuno,

pero las avispas revolotean

en torno a ti, como si fueras

lo más dulce de la mañana.

 

Qué poco te conocen.

 

 

 

 

Barcos anclados frente al puerto de Lima

 

Decenas de barcos anclados frente al puerto de Lima

iluminan el mar esperando el momento

de desembarcar su carga. Ojalá estuvieras

conmigo para verlos, Nicole; son hermosos

como luciérnagas nadadoras. Pienso

en lo que llevarán a bordo: frutas exóticas,

fiebres tropicales, roedores, polizones,

artículos de usar y tirar made in China

como antaño las porcelanas.

 

Pienso en los barcos y pienso en nosotros,

pienso en sus cargas y pienso

en nuestras cargas, pienso en qué razones usarán

los comandantes de los puertos para decidir en qué orden

desembarcarán sus contenedores. ¿Cuáles son los criterios

de urgencia? ¿Antes lo que caducará antes, después

lo superfluo? No lo creo; nuestro tiempo

ama tanto lo superfluo…

Pienso en los barcos y en su orden

de descarga y pienso en nuestras vidas y en las vidas

que del mismo modo desembarcan en las nuestras;

¿cómo decidimos el orden en que lo hacen?

¿Nos limitamos a dejarlas abordar nuestra costa

en el mismo orden en el que llegan? Lo dudo;

hay épocas de la vida en que lo damos todo

a cambio de una fiebre tropical, o en que necesitamos

con tal ansiedad una fugaz baratija… Míranos a ti

y a mí. No estábamos destinados el uno al otro;

no creemos en la bisutería, no al menos en esa

del amor y el destino. Nos elegimos

entre las luces fondeadas frente a la costa,

más por intuición que por orden.

Y resultamos ser lo que esperábamos cuando ya no

o aún no lo esperábamos. ¿Traerá también una sorpresa

parecida alguno de los barcos anclados esta noche

frente al puerto de Lima? Ojalá estuvieras conmigo

para verlos, Nicole; son hermosos como nosotros

justo antes de adivinar, entre las luces repetidas,

al pasajero que llega por fin a su destino

algo aturdido por el largo viaje, con el rostro iluminado

por las luces de la ciudad tanto tiempo anhelada.

 

 

 

 

Poema de los tulipanes

 

Los tulipanes

no son de aquí.

Su propio nombre los delata:

el farsi

se lo prestó al turco

y quiere decir turbante

porque alguna jardinera de Persia

recordó esa forma

cuando una mañana sin rocío

los vio cerrados

como rubaiyatas aún por leer.

 

No son de aquí y, sin embargo,

hay tres creciendo

como minaretes sin rezo

en una maceta de nuestro balcón.

Para ellos, esta ciudad

 

debe de ser como Marte

para los primeros exploradores,

pues no sabrían vivir solos,

como si este no fuera su oxígeno,

y dependen de nuestro riego

y un poco de nuestra conversación.

 

Pienso en el viaje de los tulipanes

y en el viaje de cuatrocientos cincuenta días

de los astronautas a Marte

y en tu viaje, amor, para llegar aquí.

Tú no eres un tulipán, ni este es otro planeta;

y aunque seguro que dormiste en tu avión,

nada perecido al coma inducido

que espera a los cosmonautas.

 

Pero pienso en cómo te afectará esta atmósfera

seguro distinta a la de tu país

y los cuidados que necesitarán tus raíces trasplantadas.

No es que me preocupen: son tan fuertes

que han arraigado en esta ciudad y en mí

como nunca supieron hacerlo otras raíces,

y eso sin cambiar de acento ni de preferencias.

 

Al contrario que los tulipanes,

yo sé que no me necesitas para respirar

ni nutrirte. Pero cada mañana

con qué felicidad me asomo a ti

para ver cómo floreces de nuevo.

 

 

 

 

Un columpio sobre el Vilnia

 

Mi amor se columpia sobre el río Vilnia

con sus pies descalzos y su sonrisa más niña.

 

Y pasan unos muchachos en canoa y la saludan;

y la escultura de la sirenita en la orilla

se relaja y aprovecha para tomarse una cerveza,

porque sabe que mientras mi amor esté en el columpio

nadie reparará en ella.

 

¿Quién fundaría esta república de Užupis?

Desde que acabé el colegio, el español

ganó cuatro preposiciones

y al sistema solar se le despistó un planeta;

la Guerra Fría perdió un telón de acero

y el mundo ganó una docena de países;

un idioma se dividió en cuatro.

Tampoco esta importantísima república

con su columpio sobre el río

donde mi amor acaricia el agua con los pies

y salpica

su vestido azul con corazones sonrientes

estaba en los libros de texto.

 

En el patio de aquel colegio

quedaron abandonadas las canicas;

y un balón botando, solo.

Un eco de voces infantiles insistió en repetirme

algo que parecía lo único importante

y fui incapaz de oír. Tenían que ser

las coordenadas de esta república, pienso,

donde hoy estoy con los pies en el río

escribiendo este poema,

mientras los cuervos de Vilna

pasan riéndose de mí,

que no tengo paciencia para terminarlo;

lo que quiero es subirme al columpio con ella

y dejar el poema en el aire

como dejé el balón y las canicas,

para que otro lo recoja.

¿Quién quiere poemas estando ella,

que es gacela constante más allá de la vida

y hace volver las claras golondrinas

y evita que se equivoquen las palomas

y hace que suceda que nunca me canse de ser hombre

y es todos los milagros juntos de la primavera

y puede sanarme y hacer que este río

no vaya hacia el mar, que es el morir,

sino hacia una vida más alta que la vida?

 

 

 

 

Preguntas al mono, al cuervo y a la muerte

 

Sepulcro de Humayun

 

Amor, golpeé la puerta entreabierta

y pregunté si la muerte estaba,

y la muerte estaba.

 

Amor, le pregunté si era ella

la que quería decirme algo

cuando a lo lejos yo era incapaz

de distinguir a un hombre acostado

de un perro dormido

en un angosto ángulo de sombra,

pero no me respondió nada.

 

Y la muerte estaba,

tras la puerta;

la muerte estaba.

 

Amor, le pregunté por las niñas

que bailan en los semáforos por unas rupias

y por los barberos callejeros

y por los conductores de los rickshaws

y por las monas que amamantan a sus crías,

pero no me respondió nada.

 

Y la muerte estaba,

tras la puerta;

la muerte estaba.

 

Amor, le pregunté si el agua del pozo

se vuelve impura si no se usa

y por los ojos llenos de miedo

de las cabras destinadas al sacrificio

y por todo lo que aquí parece ocurrir

desde hace mil años,

pero no me respondió nada.

 

Es lo mismo que la vida, dijo el mono

en su dialecto de mono,

pero ella, ella no me respondió nada.

 

Y la muerte estaba,

tras la puerta;

la muerte estaba.

 

Entonces vi un cuervo en lo alto de un arco

y le pregunté a él.

Y fue cuando por fin la muerte habló

y me recordó que ella

es el exacto antónimo de ti.

 

Y ya no estaba,

tras la puerta;

la muerte ya no estaba.

 

 

 

 

-Martín López-Vega
Y el todo que nos queda
Colección Visor de Poesía
España, 2023

 

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Martín López-Vega (Póo de Llanes, Asturias, 1975). Es poeta, traductor, crítico literario y gestor cultural. Reunió su obra en el volumen El uso del ra ... LEER MÁS DEL AUTOR