

Compartimos dos textos claves de la enorme poeta uruguaya.
Marosa di Giorgio
Papá,
recuerdo los trigos azules que plantaste,
las habas de moño blanco,
los nardos, de rosada lengua,
las estrellas que acompasaron tu paso cuando arabas por
las noches. Tú, el arado, los bueyes, siempre llevaban
pájaros en la espalda y en la frente; el grupo avanzaba,
descomunal, bajo las enormes estrellas que dejaban en el
suelo una mancha blanca y otra mancha negra.
Las siembras crecían rápidamente.
En pocas horas, los trigos tenían ramas y unas flores rojas y
azules como fuegos, todas en la misma rama; el haba daba
su pastilla negra y su mosquitero blanco; el nardo erguía la
nevada vara todo colmada de sexuales lenguas.
Tu siembra era fugitiva y eficaz.
Y así volvías a la oscura casa.
Y veía cómo te quitabas la capelina que te protegía de la luna,
y el mantón de paja.
Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados.
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres,
con tu eterna juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban las estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
Estuvo oculto en tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado lejos, te has ido lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
Te veré en el cielo.
No puede ser la eternidad sin ti.