Diálogo sin pausa
Por Floriano Martins*
Son raros los poetas que han entendido las experiencias anómalas de Lautréamont hasta el punto de expresar tal comprensión en su creación con la misma intensidad que Marosa di Giorgio, al mismo tiempo que esta identificación insólita no se ha convertido en una influencia corrosiva que haya infligido ningún daño a la originalidad de su poética. Escritura metamórfica tejida como una baraja estética y temática que expande y desvela los horizontes secretos de una mística de la existencia. Prosa narrativa poética en la que los reinos vegetal y animal encuentran chispeantes puntos de fusión, en cuyos papiros de fuego, compuestos de versos, prosa fragmentaria, escenas eróticas se convierten en un escenario inquietante precisamente por la sugestiva claridad con la que indaga la condición humana, gracias a lo que señala el crítico Roberto Echavarren como una conciencia muy aguda del artificio, la extravagancia, el engaño y los disfraces. La mezcla de características de la literatura gótica, barroca y surrealista, en ningún momento incurre en la gratuidad de la escritura cifrada ni en la obsesiva farsa de los ornamentos. Los trucos del lenguaje en Marosa buscan crear un mundo basado en el imperativo de la perenne revisión de identidades, vicios y conformidades. Su erotismo dialéctico acentúa la monstruosa condición del ser humano. No por una estrategia perversa aversiva, sino por la suma de máscaras –los velos que revelan identidades perdidas– que permiten, sobre todo, verificar los enigmas que gobiernan las fuerzas de lo sagrado y lo femenino, lo profano y lo animal.
FM | Ciertamente hay un tránsito inconsciente en toda creación. Sin embargo, el trabajo de ordenar los materiales de ese tránsito requiere una presencia mayor del poeta. Dijo el chileno Rolando Toro que “los poetas son los médium de las fuerzas que generan la vida”. Pero ¿cómo es posible presentar una obra sin la presencia de su autor? ¿Quién es Marosa di Giorgio?
MG | Creo estar bien a la vista, aunque misteriosa también, en todo mi trabajo. Soy esa que así piensa, sueña, vive, la última dríade de este mundo, la falena, y falena con el círculo del ala brillando. Así nací un día de junio y quedé asombrada mirando la creación, los planetas con perfume de higo casi al alcance de mi mano, los hongos que crecían y por momentos tomaban la forma de campanas, mi madre paseando vestida de tul azul. De allí arranqué, hasta ahora, envuelta en llamas, unida a un lirio.
FM | El crítico argentino D. G. Helder habla de tu poesía como de una “metamorfosis múltiple y continua de una naturaleza extravagante donde lo humano, lo animal, lo vegetal y lo mineral, como en los cuadros de Archimboldo, no se encuentran separados sino mezclados en cada ser”. Recuerda que la crítica percibió que tu poética no presenta una evolución permanente sino una expansión creciente de sus mismos sentidos inaugurales. Pienso que lo mismo pasa con la poética de Gonzalo Rojas, Álvaro Mutis, Roberto Juarroz. Habla un poco de esos sentidos inaugurales de tu poesía, de tus papeles salvajes.
MG | Sí, en verdad es estar desplegando un abanico, infinitamente; se abren a cada instante kilómetros de jazmines, de jardines. En esos papeles salvajes está el mundo entero, cada instante que viví bajo el sol, bajo la luna. Y una garúa pertinaz trae memorias de otros siglos.
FM | En una analogía pictórica de tu poesía, la crítica persiste en aproximar tu voz a las imágenes del lirismo de Chagall, los laberintos borgeanos de Escher y la simbiosis apasionada de Archimboldo. ¿Qué vislumbras de esa analogía?
MG | Algunas campanas, una que otra vez, repican eso. Soy, seré, la misma niña a la sombra de los durazneros de la infancia. Uso aquella diadema que tiene luciérnagas y espinas. La de la infancia.
FM | Una vez más eso de la prosa poética y tu rechazo a aceptarla como definición de la estructura de tus escritos. El crítico Elvio Gandolfo señala que no hay “temperatura lírica” en tu poesía. Llega hasta a decir que Marosa di Giorgio “no es poeta”. ¿No ves un gran equívoco en esos límites forzados, impuestos por la crítica?
MG | Elvio Gandolfo sugiere eso de otro modo, aunque en este momento no recuerdo cómo. Pero quiere decir que no se trata de típicos libros de poesía. O, mejor, que son conjuntos de sagas, una especie de larga novela.
FM | ¿Es posible una descripción del sentido de tus recitales? El argentino Enrique Molina sostenía que la relación del hombre con la poesía es del mismo orden que su relación con Dios: le es indispensable el recogimiento, un cierto sentido de soledad. ¿Los recitales de poesía no son una ilusión acerca de su comprensión?
MG | Los recitales son ritos, también; los llevo adelante sola, y con mi propia compañía interior, como cuando escribo.
FM | Hay una crítica al Surrealismo en el sentido de que sus poetas creían que todos los sueños deberían ser interesantes. Creo que lo mismo pasa con los materiales de la memoria. En el collage de tus recuerdos, ¿hay un principio que busca atender a la necesidad poética, o es aceptada toda la letra de la memoria? Recuerdo aquí que te consideras “una sangre que sueña sin pausa”.
MG | Recuerdo y sueño, da lo mismo. ¿Acaso no soñamos nuestra vida? Todo es sueño.
FM | ¿Qué significan los relatos eróticos de Misales (1983) en el universo poético de tu obra?
MG | Lo mismo que el resto; es una continuación, pero también un salto. Aquí las llamas – invisibles y tenaces– están en todas partes. Y un tabú pernocta en la amorosa acechanza de una mujer.
FM | Recuerdo una observación de Circe Maia según la cual, en la creación poética, no hay “dualismo entre lo conceptual y lo formal”. Sostiene que no resisten las palabras desgarradas de su sentido, que el sigo vaciado de significado no resiste a nada. Pienso que los excesos formales resultan en el vacío del clasicismo, común en la poesía francesa actual, y que una cosa es la técnica, y otra la interrupción de los sentidos (aunque se haga en nombre de esa misma técnica). ¿Qué te parece esa nueva aventura de algunos poetas rioplatenses, entre ellos el uruguayo Roberto Echavarren, en torno de una poesía neobarroca?
MG | Me parece bien. Echavarren es un gran poeta y comanda esa vanguardia. Desde Góngora, para no ir más atrás, hasta aquí, el barroco se balancea y se yergue con sus ardides, entrecruzamientos geminados, alucinantes.
FM | Según André Breton, “la poesía traicionará su misión inmemorial si los acontecimientos históricos, inclusive los más dolorosos, la llevaran a desviarse del camino real, que es el suyo, y a dar vueltas en torno a un punto crucial de ese camino”. ¿Quiénes son los poetas que representan, hoy, una continuidad de la poesía uruguaya? ¿Cuáles son las contribuciones más consistentes?
MG | Tiene razón André Breton. No puedo ni debo hacer señalizaciones. No debo. Que hable el tiempo. Y también es cierto, ya se sabe, que cada cual contribuye con una brizna única, violeta de perfume recién inventado.
Poemas de Marosa di Giorgio
[CUANDO NACIÓ, APARECIÓ EL LOBO]
Cuando nació, apareció el lobo. Era un domingo al mediodía, –a las once y media, luz brillante–, y la madre vio a través del vidrio, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; mas, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.
El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión, vestido rosa. El lobo no se veía; sólo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas.
La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco.
Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que sólo la miraron tras la reja. Ella con el organdí ilusorio, que usaban entonces, las niñas de jardines. Y perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que sostenía el vestido). Al moverse perdía alguna de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.
Las amigas se casaban; unas tras otras; fue a las grandes fiestas; asistió al nacimiento de los niños de cada una.
Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: Es el lobo.
Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.
Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una noche extraordinaria.
Detrás de la reja apareció el lobo; apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: Ven. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: –¿acá?
Pero, atravesaron camelias y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su grande lengua y la lamió. Le dijo: ¿Cómo quieres?
Ella no respondía. Era una reina. Sólo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.
Él le sacó una mano, y la otra mano; un pie, el otro pie; la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos, (y puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.
Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad.
[DOMINGO A LA TARDE]
Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores.
Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros saltan de rama en rama.
Desciendo. Subo. Tomo una fruta.
Al bajar, ya veo un cadáver. Vestido y tendido. Y más allá, otro. Y otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos.
Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero ¿quiénes son? ¿Acaso, no me percaté y hubo una rápida guerra?
En puntas de pie, voy hacia la casa; desolada paso el jardín de celedonias y “conejitos”. Adentro, no queda nadie. Voy a gritar; para qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios.
Sobre la mesa hay un álbum que no conocía; al entremirarlo, veo dibujada la batalla, los cadáveres y las plantas. En blanco y negro. Y en colores. La noche cae de súbito; las luces se encienden solas.
Y aparecen más cadáveres entre las plantas.
LA NATURALEZA DE LOS SUEÑOS
Al alba bebía la leche, minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella apartaba un poco,
volvía a hilar la miel, a bordar a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo sólo miraba
a las piedras, a los altos ídolos, que miraban a arriba, a un destino aciago.
Y, qué podía hacer; tenderme allí, que mi madre no viese, que me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.
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*Floriano Martins (Brasil, 1957) es poeta, editor, ensayista y traductor. Es director de ARC Edições y Agulha Revista de Cultura. Su sello editorial mantiene en coedición con Editora Cintra una muy amplia colección de libros virtuales (con opción de versión impresa) por Amazon. Martins es estudioso del Surrealismo y la tradición lírica hispanoamericana, con algunos libros publicados sobre los dos temas. Su poesía completa, bajo el título Antes que el árbol se cierre, acaba de ser publicada (enero de 2020). En Brasil ha publicado traducciones suyas de libros de Enrique Molina, Vicente Huidobro, Pablo Antonio Cuadra, Aldo Pellegrini, entre otros. Su mejor contacto es floriano.agulha@gmail.com.