Markó Béla

Cruzando la frontera

 

 

 

(Traducción al español de George Nina Elian)

 

 

VÍCTIMAS DE LA GUERRA 

Qué piedad hipócrita.
Qué terrible discriminación.
Qué solo los niños. O
las mujeres. Sólo los que están
desarmados. La bomba, la bala,
el fuego. Y que esto nunca
se nos hubiera pasado por la cabeza. De verdad. Los otros
matan con aprobación. Si mueren,
también su muerte se aprueba.
Por delegación. Por consentimiento
tácito. Pero toda muerte
es la muerte de un niño. Una vida.
No la que ves. Siempre
está ahí, aunque cada vez es más pequeña. Con el tiempo,
se depositaron capas. Llevadas
por el viento, la palabra, el deseo. Esto
es lo que debes imaginar antes
de apretar el gatillo. Porque lo que está
afuera hace mucho tiempo que murió. El manto,
el pantalón, las botas, el himno,
la bandera, las décadas pasadas,
el amor, el odio, la esperanza. Todos
estos se pueden desprender. Se pueden
sacar uno a uno, solo que en
lo más profundo del interior hay un niño.
Cualquier asesinato es una cruzada
de niños. Los niños matan a los niños.
Poder ser capaz de imaginar.
Lo intento una y otra y otra vez. Debes
vislumbrar a través de rostros atormentados,
manchados de barro y sangre.
Tal vez todo es diferente.

 

*

 

PAN RUSO

¿Hablaba poco? ¿O estaba muy callado?
No es lo mismo. Entonces sentí
que mi abuelo estaba muy callado. Ahora
me duele más que hablara poco.
No dijo nada de América,
donde trabajó durante años en una fundición.
De Rusia, donde había estado cautivo
antes, en la primera guerra mundial,
volvió con una sola palabra. Yo estaba repitiendo
lecciones de ruso en la mesa de la cocina,
pero tal vez solo estaba fanfarroneando frente
a mis primos (en ese momento
el aprendizaje de este idioma era obligatorio desde el quinto grado)
y les recité un poema de unos versos en ruso.
De repente, el abuelo dijo:
j l e b.   Volteé mi cabeza hacia él. Bueno, ¿qué
significa eso?   J l e b.   Pan, respondí con firmeza.
Pan. Pareció inclinar la cabeza
con aprobación y siguió en silencio.
En ese momento, incluso la segunda
guerra mundial ya había terminado: todo
sucedió en los años sesenta. ¿Pero sucedió?
En ese momento pensé que no era casualidad,
sino la vida. Trajo una palabra. Me la quiso
dar. Ya la tenía. Y sin embargo
él es quien me la dio. El resto me lo puedo imaginar,
si lo logro. Tal vez es todo
lo que recordaba. Una palabra. No creo
que me atreva a traducirla hoy.
¿Qué es lo que veo yo? ¿Qué es lo que vio él? Tenía razón:
las palabras no tienen el mismo significado. Porque
j l e b   era algo, y el pan era otra cosa.
Las palabras solo aumentan la distancia
entre nosotros. Él me veía, yo lo veía.
Eso no se puede cambiar. Yo estaba mirando
el pan sobre la mesa. ¿Qué significaba eso?

 

*

 

CRUZANDO LA FRONTERA

A través de un mensaje, un amigo me pide que escriba
poemas inquietantes. Realmente los necesitarían.
Me envía todos los días las noticias de la guerra,
entrevistas, fotos, películas, llantos, lamentos,
aullidos, porque en esos momentos
desaparece la diferencia entre el hombre y el animal.
Ya sea un niño o un perro,
la vida es igual de barata. De repente, su precio
bajó. Muertos bien vestidos por todas partes.
Que es sólo el siglo XXI.
Sí, digo, esa es la verdad. Intentaré
escribir poemas inquietantes. Al menos uno.
Pero ¿cómo vas a agitar lo que continuamente
se agita? ¿Dónde está la intuición? ¿Dónde
está el escalofrío cada vez más insoportable? No puedo
escribir nada más inquietante que lo que
ya está ante nosotros, la Europa salpicada
de lágrimas y sangre. La médula ósea
se puede ver desde la manga del abrigo. ¿Cómo podrían escribirse
poemas inquietantes sobre esto? De hecho,
alrededor de la guerra los poetas son dignos
de piedad. Cuentan con los dedos las explosiones,
los yambos, troqueos, anapestos, dactilos — horrores
melodiosos. Querido amigo, no tengo fuerzas
para competir con las llamas,
el humo, la oscuridad. No porque
cuando las armas hablan, las musas callan.
Por el contrario, se paran de a cientos en fila
para cruzar la línea entre la guerra
y la paz, entre la realidad y la poesía.

 

*

 

AÑORANZA DE PAÍS

Leí que después de un viaje agotador de veinticinco
horas, los leones de Odesa llegaron
al zoológico de Târgu Mureș.
Necesitan unos días de descanso, después de los cuales
se les puede ver. Es decir, se podrán visitar,
como dice el periódico. También se encuentran
refugiados ucranianos aquí durante algún tiempo.
Pero ¿debían ser evacuados también los leones de allí?
Sí, ellos también, por supuesto. Es guerra y podrían
volverse peligrosos si de alguna manera escaparan
a causa de los bombardeos. También
lo sé por los boletines de noticias. ¿Cuánto más
peligroso es un león que un soldado armado
hasta los dientes, por ejemplo? Trajeron
nueve leones: se quedarán aquí durante
varios meses, luego serán llevados, al parecer,
a América. Siete leones maduros y varios
cachorros de pocos meses. En casa
están
acostumbrados el uno al otro, no habrá problemas.
¿Hogar? ¿Hogar para los leones? ¿Odesa?
Por supuesto, también tenemos leones aquí
en Târgu Mureș. Leones ucranianos, leones
húngaros. ¿O rumanos? Aquí no está de más
aclarar estas cosas. Cada ocurrencia
contiene otra ocurrencia. Como dije,
también hay refugiadas de Ucrania aquí. Pero también niños.
Ahora, en el silencio ensordecedor, cuando
las sirenas no suenan, los niños que quedan en casa
en Odesa preguntan dónde están los leones.
¿Dónde están los niños de Odesa? — preguntan
los leones ucranianos en el zoológico
de Târgu Mureș, porque probablemente
sienten que los niños húngaros y rumanos
huelen diferente. Un lugar extranjero. No es Odesa.
¿Por qué hay que ahuyentar a los leones? Vuelven
sus grandes cabezas hacia nosotros: no entienden nada
de todo esto. Ni los niños. Hasta ahora,
ni siquiera yo sabía que incluso en Târgu Mureș
alguien puede extrañar a Odesa.

 

*

 

GRAMÁTICA DEL LUGAR COMÚN

De la protesta llegarás a la resignación.
No se trata de reconciliación en absoluto,
es solo que estás evaluando sus posibilidades. Así nacen
los lugares comunes. Por ejemplo, que te puedes acostumbrar
a cualquier cosa. A las lágrimas. A la sangre, al entrecerrar
los ojos de los jóvenes sudorosos. Al olor del miedo.
Al duro cemento debajo de tu cabeza. A la oscuridad.
A la luz. Al ruido. Al silencio. Puedes
acostumbrarte a todo lo que no puedes cambiar.
Al frío. Al calor. A las privaciones eternas.
La guerra cercana comenzó hace apenas diez días
y ya no encendemos la tele cada
media hora, no estamos pendientes de las noticias. ¿Para qué?
Ya estamos acostumbrados. El lugar común se llena
de contenido y se completa. Puedes resignarte,
pero sólo ante las cosas que no puedes cambiar.
¡Oh, qué vanidad pensar que no te acostumbrarás!
Excepto si puedes matar al que llora.
Si puedes matar al que gime. Y si
puedes tirar contra la pared al que solloza. Entonces
no tienes que acostumbrarte. Pero te acostumbrarás
a todo lo demás. En el barro. Mierda. Hedor.
Te acostumbrarás a los piojos. Y a las chinches. Como una vez
al mirlo en el árbol. Al grillo en la hierba. Al calor
del sol en tu piel. Y ahora — al humo.
Y al arma, si no puedes arrebatársela de las manos
a los asaltantes. ¡No te engañes! Eventualmente
te acostumbrarás a lo que no puedes cambiar.
También a la proximidad de la muerte. No hubieras pensado que,
después de varias décadas de rebeldía, te acostumbrarías
tanto a tu propia vida.

Markó Béla Poeta, ensayista, traductor y político rumano de etnia húngara,  nació el 8 de septiembre de 1951 en la ciudad de Târgu Secuiesc/ Kézd ... LEER MÁS DEL AUTOR