Un cielo para los gatos
-Libro ganador del XXIV Premio Latinoamericano de Poesía Ciro Mendía
(Casa Municipal de la Cultura Caldas, Antioquia, Colombia)
INVITACIÓN
(A Giovanny Gómez, en su eternidad)
…cuando éramos dulces compañeros de juego en la tarde,
al borde de la fuente azulada.
George Trakl, A un muerto prematuro
Ven,
irrumpe en mis palabras como el aire,
en este agosto
de incrédulas colinas.
¿Cómo el limo agorero
vino tan prontamente
a segar la frescura de la parra
con su remo de niebla?
Fósiles
incinerados del crepúsculo
titilaban en lo alto, con gracia prodigiosa,
y se escuchó un vagido
pero los dioses estaban veraneando
y no encontraron querubines de turno
así que te mandaron comitivas
de alimañas feroces.
Tú,
que nunca te embarraste
con lealtades precarias
del parque abandonado en el que somos juguetes,
¿dónde fuiste a brillar?
Encendemos la luz: un alboroto
de moscas en mitad
de la casa se dispersa.
Así el recuerdo.
La endeble eternidad de la memoria.
Desde tu último viaje, cada noche
si interrogo al vacío,
con beatitud extraña, una presencia
se me acerca y susurra, dulcemente:
«compañera: respira»
UNDÉCIMA ELEGÍA
Frente a la torre
del castillo de Duino dos turistas
hablan en alemán
mientras la hiedra antigua cubre
la piedra estremecida de calor y silencio.
Van con viseras de tela y las mejillas
mojadas y encendidas.
Miro el paisaje
y pienso en los ángeles de Rilke.
Las almenas que miran al Adriático
son reptiles atribulados por un dios inclemente.
Cada gaviota tiene su cetro en una cúpula
de asientos previsibles (pero no numerados)
y el agave,
que tarda una vida en florecer,
parece una criatura lunar.
A lo lejos, las islas
son damas que quieren estar solas.
Las piedras y los árboles
irradian una sabiduría secular
pero no han oído nada
de nosotros:
las instrucciones que inventamos para domesticar un caracol,
las migas que arrojamos de los barcos para alimentar a las sirenas,
una hija que se llamaría Svetlana,
las cosas que dijimos mientras caminábamos juntos
como esos alemanes que comparten
la botella de agua mineral.
Por entonces, mis viajes
solían coincidir con el presente
y los mirlos cantaban como oráculos
mostrándonos la única
dirección del suceder.
¿Sabías que los mirlos
desarrollan su propia melodía
y cuando acaban la canción
repiten –esa misma– hasta morir?
Quizás un día vuelva a creer en lo que dura.
Pero aún me distrae
la belleza.
EL AMO
Un jilguero me dijo: no soy un ruiseñor.
Yo no canto en los cuentos de Oscar Wilde.
Fui badajo del monte que gorjeaba en tu árbol
y pacía en la crin de los centauros pamperos
que montaste en el sur.
¿Cómo supo
la tierra pedregosa
donarte la justa oscuridad
para la duda?
¿Cómo supo la fuente
que debía prestarte las vocales del agua
para nombrar la luz?
Todavía abanico
las hojitas del sauce con mis plumas
y lo escolto en su llanto por el río
para calmar tu sed.
No soy un ruiseñor
–pero recuerda–
que en las aves que elogies por el mundo
me escucharás a mí.
DERRUMBAMIENTO
(in memoriam Joan Margarit)
A los inmuebles
que no están perfectamente edificados
unos junto a otros
se los conoce
como «heridos de alineamiento».
Cuando un perito así lo determina,
se los puede demoler
y reconstruir
en armonía con el resto.
Ojalá se lograra
de una sola explosión.
Pero la vida no es un edificio.
Hay que volver a la placenta por un camino lento,
nacer hacia atrás.
ECO Y NARCISO RELOADED
Como manecillas
caídas de un reloj sin dueño
que con su llanto tenue apostrofa la tarde
–podríamos llamarlo Dios–
entre los crematorios cinco y seis
donde apilaban
montículos, aún tibios, de ropas inocentes,
allí, al acecho de verdugos,
se encontraban
los amantes de este poema.
A Milca le habían destinado ocupaciones contables.
Eximieron a Adif, porque era músico,
de transportar a los suicidas
que se arrojaban a las cercas electrificadas.
Los almendros acariciados por la luna
aplacaban la condición inconsolable de la voluntad mutilada.
Los amantes soñaban con conejos, con lobos ululando
entre la niebla libre, y mientras se deslizaban
debajo de los trapos para besar sus sexos, en voz baja decían:
«Benévolos colores, no obedezcan a las cosas, dejen
que algo sobreviva de nosotros»
Prometieron reencontrarse en Varsovia.
A veces, el mérito de un pacto
es tan solo el impulso para poder seguir.
«¿Sobreviví por ti?», preguntó él, setenta años más tarde.
«Tres veces evité que te mandaran a la cámara de gas».
«¿Recuerdas la canción que susurrabas, acostado a mi lado?».
«No he podido olvidarla. Y no la puedo cantar».
–Pero, ¿qué importan las respuestas, a esta altura? –podría
lamentarse el público impaciente.
Importan, sí. Pero cambiemos
los sitios y los nombres, como en una partida de Monopoly.
Pongamos la ficha de mi abuelo, o la de sus hermanos
fusilados –después de todo, soy
lo más cercano a los nietos que pudieron tener–.
Suplantemos Treblinka por Cantabria. Y agreguemos
los números tatuados en los brazos de las celdas franquistas,
premiados por su habilidad de preparar cocidos o tocar el violín.
–Es muy largo, cariño. Excede una pantalla.
UN CIELO PARA LOS GATOS
Las piangüeras,
mujeres inventadas por las aguas de los vientos pacíficos
recogen berberechos en el río Naya
con la emoción del niño
que celebra los huevos de cigüeña
porque piensa que ahí
nacieron sus hermanos.
Un día, los moluscos
empezaron a pedir permiso a las libélulas
para ser, ellos también, huéspedes del aire
entonces las mujeres
ordenaron vedas y descansos
en el hospital de los manglares
para evitar la extinción.
Arena y agua, unidas,
pueden fundar ciudades.
Pero el corazón profundo del cemento
sigue siendo su fragilidad.
Lo sabían las ebanistas de ruinas,
con pañuelos y palas en la mano
que limpiaban escombros después de un bombardeo
para que otros construyeran edificios
mientras ellas se suicidaban
por no poder pagar el alquiler.
[…]
Pero a ver, Autora, escucha.
Ya tienes un copioso repertorio de pérdidas.
¿Por qué no te dedicas a frugar en tu historia?
¿Te crees con derecho a las penas no vividas?
¿Te interesan como tema literario?
¿Sientes culpa de tu presunto bienestar?
¿Te limpia la conciencia?
¿Sirve de algo?
ENVIDIA DEL PASADO
En un pueblo de Bérgamo
una casualidad irónica y perversa
quiso que ella
resbalara en un peñasco de hielo
allí donde los mapas
advierten: «Il salto degli sposi»
y que él cayera al vacío
en el intento inútil de salvarla.
La malva pensativa del poniente
que apenas se demora
en la pupila de los visitantes atentos
fue testigo del salto voluntario
que dio nombre
al precipicio fatal, en la estación romántica:
la pareja de jóvenes polacos
arrojándose abrazados al abismo.
«Quisieron preservar la pasión
del deterioro», afirma la leyenda.
A veces desearía, al precio de la muerte,
un amor de otro siglo,
con un final así.
FUEGOS FATUOS
Qué inútiles las cosas
compradas en los viajes.
Adornos de mal gusto. Mecanismos en serie.
Antiguas cerraduras del deseo
con las llaves perdidas.
Pero esta vez recordé
cuando tuviste
que apagar el cigarrillo en un portamacetas.
Estábamos sentados en el patio, debajo de la luna,
rompiendo, lentamente, la distancia
y preguntaste:
«¿de dónde nace un poema?»
Te dije: «de una nuez»
«de un gato que se escapa por una claraboya»
«si nacen del dolor, se escriben a destiempo»
«de una noche como esta»
Por eso, en Lisboa,
acabo de comprar un cenicero.
Minúsculo, discreto. Seguro que te gusta.
Lo encontré en la estación de Santa Apolónia
con la placa de bronce
que recuerda la transición democrática,
esa hazaña improbable en los continentes
de dictadores y profetas como el mío.
Lo sé.
Las cosas que compramos en los viajes
rara vez se utilizan.
Pero si un día volvieras preguntando
cómo escribo un poema
déjame que te muestre
antes del fuego
adónde van tus cenizas.
*
-Este libro fue concluido durante la writing residency realizada en agosto de 2021
en Cerdeira Home for Creativity (Lousã, con el apoyo del Gobierno de Portugal).