Algunas formas del otoño
Algunas formas del otoño
Me llama el alma en esta noche.
Una red, de peces en el aire lleva el paseo de las cosas,
el reloj, en su sola pieza parece una lenta salamandra,
desplazando un pequeño infinito de silencio.
La noche desnuda su plaza de oscuros, y sentado en la mesa
observo los objetos de este otoño, me hago sentir,
toco mi piel, visito mis ojos, espero mi sombra.
La casa está tibia,
de hecho, parece un astro cálido que acaricia,
y de esa misma forma está llena, la luz donde camino.
El patio nocturno,
densa playa de hojas y árboles de que alguna forma
adquieren el sonido del sueño elegido a mi frente.
No sé lo que soñaré; no soy lo que sonaré, hay fiebre.
He inventado una luna amarilla de lloviznas,
deseo sentir frío, mientras recuerdo areniscas de otros años.
¿Qué habrá pasado en ese tiempo de tanto sol?
¿Qué madrugada fue firme en la carne de mi desnudez?
El alma, está en esta noche,
es mi propio anillo libre, los dedos celebran.
Vaso de una calma ya entera de vigilia.
Nombre a mi reposo.
Meridiano en una ventana de la ciudad
Han pasado treinta años,
desde los ojos en aquella ventana chica,
despeñadero de estrellas fabricadas a guitarra,
con las ganas de llorar la imposible canción.
Recuerdo mirar desde allí la avenida
y sus cercanos caracoles eléctricos, el malabar de las luces,
padeciendo de miedo, luchando entre redes,
y el humo, que tallaba la destrucción de las memorias.
El estar allí, con flaqueza, con un sol desnudo de metal,
viendo si acaso los eclipses que no siempre se anuncian.
Parecía que era amor,
pero cruzaba la piel el puñal más divino,
cruzaba la piel la sencillez de la sangre, cruzaba,
no recuerdo qué frente sin sueño.
Y el pesado atuendo de la inmortalidad que me bebía,
era un hábito de tener las alas abiertas.
Ah, malabar espeso de luz, y vacíos bostezando,
antorcha de nieve destruida, que de visión clamas.
Todavía en treinta años se repite tu conquista,
ante este hombre viejo,
dueño profundo de las equivocaciones,
especulador de medidas a los cuerpos vencidos.
Sombra que brilla ilusa,
y vuelve a raíz de posesión.
Entrediario
Un poco de amanecer,
una última profecía del pez blanco que da a la noche,
y la orilla de triunfo en el insomne.
Una manera vital, de sorprenderse, en un pozo de arcoíris,
como sucede con los vestidos de la poesía.
La poesía es un hombre cansado de esperar,
perdido en los ojos de sus imaginarios trenes.
El hombre es una página,
donde nada teme escribirse a duelos del respiro.
Una arena es poca,
un sueño, demasiado, el tránsito no cesa
y el aire del hombre es un voraz desnudo que cae sobre todo.
No discrimina el hálito, no espera lámparas, de ahí que suceden mudos,
los poemas del hambre y del miedo.
A veces la poesía asesina las muertes merecidas del hombre.
Si puedo ser un poema con mi cáliz,
bebo rítmicamente esta sombra que me toca.
Ya la garganta deslumbra la amarga acuarela de esta tierra;
ya asechan, las patrias de muchas almas muertas como herida.
Me da miedo escribir,
con mi sola barca de cruces, el hielo entre los sueños
no ha dejado ni un bosque de sangre.
Es guerra callada,
el vivir y matar entre imágenes.
(De Animal Sorprendido, 2024)
Pasternak en el invierno
(Tres poemas)
1.
Boris
hay fuentes de invierno por memorias
hay un pez de hielo,
con un cartón de aurora, vacío;
siguen quedando por tu voz
esas antorchas del puerto, bosque anónimo,
y una vértebra rendida al mar
donde subirte.
2.
El espejo me habla de tu playa desolada;
la expulsión de las campanas y los nombres
y el canto, aún crudo en su porcelana
aún vivo tras la sombra.
3.
Salgamos al patio,
va pasando el arrebol de los signos
y su charca despeinada por las luces
es lejana,
como tu sombra a media hora
dudando, entre sus salidas al misterio.
(De Pasternak en el invierno, 2024)