Mario Pera

Después del caos y otros textos

 

 

 

De: Preparaciones anatómicas (2009)

 

El taxidermista

Había un cuerpo que solía llamarme:

ciego pescador de expresiones.

Alacrán,

siempre dispuesto a incrustar su estilete.

Cada nueva piel,

cada nueva carne que brota de fecundos huesos,

alimenta en mí un prurito devastador

al crear formas perfectas

extremadamente apetecibles de

perennizar.

El arte,

materia de mi adoración y angustia,

es el oscuro traje de lo que se define a sí mismo

como el pozo dentro del cual se esfuma la vida;

es el último brillo

que emana del filo de mi navaja

antes de inocular

la muerte.

Es en aquel febril momento,

mientras la sangre de mi obra ve mutilado su fluir,

que se inyecta en mis iris:

el delirio del suicida,

y reverdece

aquella antigua manía.

Entonces,

ríos blanquecinos con olor a formol

invaden mis venas,

y la inquietante frialdad y aplomo

que requiere mi oficio,

me sumerge nuevamente en la obsesión

por eternizar cada enigmática figura,

que entre mis manos,

reclama una nueva existencia.

Gota por gota,

se filtra presurosa la sal de Boro

por las rendijas de mi tórax,

discurriendo ligera

como un raudal que a su paso muerde

la orilla de mi sangre.

Y se desata así la bestia,

y ruge el animal descontrolado

al elevar en su puño el escalpelo

para luego hacerlo danzar desnudo

entre la carne y las entrañas,

bajo la lánguida luz cómplice

de una inmisericorde lámpara.

Mi labor halla así su motivo:

cada emigrante vestido debe restaurar su pulso;

debe

retornar ficticiamente a la vida.

Hace algunos años,

había un conjunto de letras,

una tendencia a pintar y a observar ciertos cuadros

que solían describir cabalmente

la impavidez de mi oficio:

el por qué desde hace tanto

mi raza es estéril.

(Salzburgo)

 

 

 

Teosofía

A Dios

he de observarlo escrito,

pues erguido como está mi cuello,

aún soy diminuto.

(Praga)

 

 

 

De: Ruido Blanco (2011)

 

Ruido blanco

I

Es la misma locura

el dedo del tiempo que raspa la pólvora de la memoria

las cifras y el curso de los meses

en la cabeza de mi padre.

Cantos de imperfección

es el despertar de Los Malditos;

Los Malditos que el tiempo arrolla

cuando se apagan los faroles

la escolástica muere y el olor del whisky

se enrama en la bravura de las lenguas

desgarrando

la pálida palabra de sus labios.

Blanca locura

locura de espanto tejida sobre mi frente

que esparce el arsénico

la prosa perversa

sobre el maldito trabajo de escribir.

II

Locura sombría

aciago devenir de la memoria

¿seré capaz de vencerte?

Despierta con este fuego inmenso

que herra la ciudad a mi cuerpo.

Esta ciudad que recoge de ti la luz y se trenza

con el aire y la neblina del invierno

questa città che rimane ferma

y sus palabras hieren como esquirlas

que lamen las sienes

el revés de la cordura

el arrebato del miedo que por fin

salta la barda.

Mis pasos olvidan el abismo

se acoda en mi frente un designio

que me engulle a dentelladas

el tiempo no es más que la estúpida invención

de un cráneo vacío

que vuelve inútil comprender el deleite

con el que mis ojeras carcomen

los atardeceres que jamás debí descubrir.

 

 

III

¿Qué esconde su rostro en el rostro de otros

para no ser descubierto?

Taimado incluso luego de mostrarse

ingresó violento en su pecho

el coro de los ataúdes vacíos

pendiendo de la tierra

como grilletes de un cuello escuálido.

Así cabalgan Los Malditos

izándose sobre la muerte y la sombra

de sus funerales;

así cabalgan

devotamente uno tras otro

apretando el carbón de la locura

contra su alma

apretándolo hasta hundir en su cuerpo

la Armonía que nunca pudo saborear

el pálpito de su boca.

 

 

 

 

Brecht entre clavellinas

I

Sentado y con las manos sucias

pensó que era un viejo estúpido

una más de aquellas lozas de mármol de la plaza

que pudieron ser talladas con mejor arte para lograr un David

una Venus

u otra diosa de senos sutiles

y nalgas abultadas

pero en algún momento su destino sufrió un desvío

su divinidad tropezó en el pico del cincel

y con cada crujido su piel fue burilada

como un tótem incapaz de profanar su propio culto.

Aquel revés se hizo indeleble

y con el paso del tiempo tuvo que conformarse con ser

un bloque más de la plazuela o

el ignorado detalle

donde cagan las palomas.

II

Sentado

observó el asfixiar del día en el ocaso

y deseó guardar sus dudas

en la felicidad de otros

en la ruma de palabras que año a año

nombró como algo importante, casi urgente

el eterno espiral de preguntas

que talló en la memoria de su boca

la matutina barbarie de una frase:

Tú que me diste la palabra

ahora solo estorbas mi lengua

cada vez que la invocas.

 

 

 

Después del caos

Jardín tejido en la amplia incertidumbre

Edén desecho a golpe

de palabras enfermas

y epitafios.

Un cuervo habla de cenizas por la mañana

de amenazas que chillan como grillos en la cabeza o de

preces pálidas que recoge la hoguera clerical.

Sin embargo

en el sucio jardín la vida evade la sangre de la hoja

que rancia cae

en la grietas del árbol.

Saber que en el mugroso vergel

un viento pasajero permite robar

un último atisbo al cielo                     un delirio

nube negra que restriega su forma desgajada

sobre mis ojos de siervo del abismo.

Caravana de casullas y estolas adiestradas

adoban con embustes los cerebros.

He caminado esta calle solo

y me enorgullezco

absolutamente solo he jurado

que no soy el vino agrio de mi especie

que todo mi mareo no es más que la oscilación

de mi alma caída en un cuerpo que nació exhausto.

Ceremonias de la infancia

que urden en la fe

una celda.

Poesía incrustada en un duelo sin memoria

ni resurrección

salmo de una sirena muerta

que hernia la Creencia.

Rehacer la fe y la eternidad

sobre los muros desordenados del Edén

esa es mi pequeña labor.

 

 

De: Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018) 2 fragmentos

 

(…)

 

Principia lo cotidiano

un río inmundo viaja

inamovible

toda la noche

viaja

entre el sol y las venas

de una región

que se repliega

las noticias, los gritos

toda su música se amplifica

martilla

desde el sonido de aquella única cuerda

del artero fantasma del niño que fui

que perdió la capacidad

de imitar el silencio

en la lluvia

y flotar por miles de caminos

hasta abrir

la primera palabra

en mi voz

a través del cristal

las cenizas que rehúyen

rebotan sobre mis huesos

y el abismo

ese sucio río que habita el ojo

el inicio

no lejano

de la insurrección del cuerpo

llaga vacía en el bosque

aurora que los árboles cargan

en su espalda

como un ventarrón que

nos hala del cogote

y es huracán que abre el desánimo

en la lengua

y atraviesa la vida

la guerra

la algarabía

el ardor que puede verse

y de reojo

me atraviesa

haciendo/deshaciendo

el vientre lleno de cal

o el ángulo de la culpa

y la lealtad

que envenena a su manera

la carne

y agrieta la sed

que existe

que fue

incrustada               seca

pero que traspasa

las tardes

para siempre

en la boca

de mi familia

 

 

 

(…)

 

Poesía

tierra en la tierra

llaga en la lengua

¿qué busco allí abajo?

más abajo

¿qué busco?

¿la materia?               ¿el origen?

¿qué nombre viene de ti con ese hálito asesino?

padre César

padre Adán

padre Westphalen

todos en el vacío del otro

en la humedad                        del único grito

que late en su centro

sin embargo

el mismo barro imposible que se seca

como el hedor de un sol eterno

que cava su calor

apretado en mi frente

 

poesía

yeso quebrado

cera que se alarga

cuatro estaciones vienen lanzadas desde el cielo

sin lluvia

fuego en las raíces de la tierra

la eternidad

el canto

y

el eructo

en la panza del cuervo

como el frescor que nos hela

en el acantilado

de un último sueño

 

Poesía

ejercicio que no entiende

la lengua de los hombres

carne que se pierde

en el calor de otros días

y forma la necesidad

el grávido afán

de perderse conmigo

y guardarse con prisa en la noche

para fluir

como viejo cauce

engullido por la tierra

con miles de velocidades y piernas

que corren por las calles

y acequias

 

aceite que arde en los malecones

en las hojas de los árboles

y en la mano del hombre

que coge la sombra de la muchacha y baila

sin ropa

ni fracaso

sobre sí misma

y sus extremidades

sobre la estela

de un dardo clavado en la ingle

laberinto que no para de

crecer

 

¿Cómo ser la gravedad

en el cero y el veneno

en la punta de la flecha?

¿Cómo renunciar a ser

el sonido áspero que flamea

proféticamente

y finge levitar sobre la lluvia

para no ensuciarse

para construir

la huella de lo que nos es

desconocido?

 

Mario Pera (Lima-Perú, 1981). Reside en Barcelona. Abogado por la Universidad de Lima (Perú), diseñador gráfico y máster en Medios, Comunicación ... LEER MÁS DEL AUTOR