Marianne Moore

La mente es algo encantador

 

(Traducción al español de Isaías Garde)

 

 

 

La mente es algo encantador

 

algo encantado

como el esmalte sobre

el ala de una cigarra

subdividida por el sol

hasta que su entramado es legión.

Como Gieseking interpretando a Scarlatti;

 

como el punzón de apteryx

a modo de pico o

la capa de lluvia del kiwi

de cabellera plumosa, la mente

tantea su camino a través de la ceguera,

marcha hacia el frente mirando el suelo.

Su memoria auditiva

puede oír sin

tener que oír.

Como la detención del giroscopio,

ciertamente inequívoca

por estar sustentada

en la certeza reinante,

 

es un poder

de fuerte encantamiento. Es

como el buche

de la paloma estimulado por

el sol; su memoria visual

es esmerada inconsistencia.

 

Desgarra el velo, desgarra

la tentación, la

bruma que viste el corazón,

desde sus ojos -si tiene rostro

el corazón- deshace

el desaliento. Es el fuego en la iridiscencia

 

del buche de paloma; en las

inconsistencias

de Scarlatti.

La no confusión

pone su confusión a prueba;  no

no se trata de un juramento herodiano que no puede romperse.

 

 

 

 

El pasado es el presente

 

Si la acción externa es decadente

y la rima está pasada de moda,

Tengo que volver a vos,

Habacuc, a lo que, en una clase bíblica,

El maestro comentaba del verso sin rima.

Dijo, y creo que repito exactamente sus palabras,

“La poesía hebrea es prosa

con una suerte de intensa lucidez.” El éxtasis concede

la oportunidad y la conveniencia determina la forma.

 

 

 

 

La poesía

 

A mí tampoco me gusta la poesía: hay cosas importantes más allá

de toda esa tramoya.

Leyéndola, no obstante, con perfecto desprecio, uno descubre en

ella, después de todo, algún espacio para lo genuino.

Manos capaces de agarrar, ojos que pueden dilatarse, cabellos que se erizan

si es preciso, esas cosas son importantes, no porque

 

las imponga una enunciación grandilocuente sino porque son

útiles. Cuando eso deriva hacia lo ininteligible,

lo mismo sucede con nosotros, que

no admiramos aquello

que no podemos entender: el murciélago

colgando hacia abajo o en procura de algo

 

para comer, el empuje del elefante, la rodada de un caballo salvaje, un

lobo infatigable bajo un árbol, el critico impertérrito sacudiendo su piel como un caballo

picado por una pulga, el fanático del beisbol, el estadístico.

No es válido tampoco

discriminar entre “papeles comerciales

y libros escolares”; todos esos fenómenos son importantes. Sin embargo, hay una distinción que

 

podemos hacer: cuando esto es expresado por poetas mediocres, el

resultado no es poesía,

hasta que nuestros poetas no sepan ser

“literalistas de la imaginación” por encima

de la insolencia y la trivialidad y puedan presentar a

 

examen “jardines imaginarios cuyos sapos sean reales”

no tendremos poesía.

Mientras tanto, si por un lado reclamas

la materia prima poética en toda su crudeza,

y por otro lado lo genuino, quiere decir que estás interesado en la poesía.

Marianne Moore (Missouri, 1887 - New York, 1972). Fue una de las más grandes poetas norteamericanas del siglo XX. Ella, junto a William Carlos Williams y ... LEER MÁS DEL AUTOR