La mente es algo encantador
(Traducción al español de Isaías Garde)
La mente es algo encantador
algo encantado
como el esmalte sobre
el ala de una cigarra
subdividida por el sol
hasta que su entramado es legión.
Como Gieseking interpretando a Scarlatti;
como el punzón de apteryx
a modo de pico o
la capa de lluvia del kiwi
de cabellera plumosa, la mente
tantea su camino a través de la ceguera,
marcha hacia el frente mirando el suelo.
Su memoria auditiva
puede oír sin
tener que oír.
Como la detención del giroscopio,
ciertamente inequívoca
por estar sustentada
en la certeza reinante,
es un poder
de fuerte encantamiento. Es
como el buche
de la paloma estimulado por
el sol; su memoria visual
es esmerada inconsistencia.
Desgarra el velo, desgarra
la tentación, la
bruma que viste el corazón,
desde sus ojos -si tiene rostro
el corazón- deshace
el desaliento. Es el fuego en la iridiscencia
del buche de paloma; en las
inconsistencias
de Scarlatti.
La no confusión
pone su confusión a prueba; no
no se trata de un juramento herodiano que no puede romperse.
El pasado es el presente
Si la acción externa es decadente
y la rima está pasada de moda,
Tengo que volver a vos,
Habacuc, a lo que, en una clase bíblica,
El maestro comentaba del verso sin rima.
Dijo, y creo que repito exactamente sus palabras,
“La poesía hebrea es prosa
con una suerte de intensa lucidez.” El éxtasis concede
la oportunidad y la conveniencia determina la forma.
La poesía
A mí tampoco me gusta la poesía: hay cosas importantes más allá
de toda esa tramoya.
Leyéndola, no obstante, con perfecto desprecio, uno descubre en
ella, después de todo, algún espacio para lo genuino.
Manos capaces de agarrar, ojos que pueden dilatarse, cabellos que se erizan
si es preciso, esas cosas son importantes, no porque
las imponga una enunciación grandilocuente sino porque son
útiles. Cuando eso deriva hacia lo ininteligible,
lo mismo sucede con nosotros, que
no admiramos aquello
que no podemos entender: el murciélago
colgando hacia abajo o en procura de algo
para comer, el empuje del elefante, la rodada de un caballo salvaje, un
lobo infatigable bajo un árbol, el critico impertérrito sacudiendo su piel como un caballo
picado por una pulga, el fanático del beisbol, el estadístico.
No es válido tampoco
discriminar entre “papeles comerciales
y libros escolares”; todos esos fenómenos son importantes. Sin embargo, hay una distinción que
podemos hacer: cuando esto es expresado por poetas mediocres, el
resultado no es poesía,
hasta que nuestros poetas no sepan ser
“literalistas de la imaginación” por encima
de la insolencia y la trivialidad y puedan presentar a
examen “jardines imaginarios cuyos sapos sean reales”
no tendremos poesía.
Mientras tanto, si por un lado reclamas
la materia prima poética en toda su crudeza,
y por otro lado lo genuino, quiere decir que estás interesado en la poesía.