Mariana Bernárdez

Memorial del Fulgor

 

 

 

 

 

Sintomatología

Nada. Nada. Nada. Un libro sin frases, sin sombra, sin líneas, no blanco porque eso ya es principio de retribución, ¿equilibrio?, ¿punto ciego?, ¿ranura? Caos. Lo irreparable: la letra mal escrita / mal pronunciada / mal leída, acto consumado que no es reversible por haber cedido su inmanencia. Lacera y penetra, anida, susurra como cuando la voz se desgrana en confesión y lo doliente se circunscribe al raudal por no tener ya ninguna redención, porque lo terrible ha sobrevenido con ferocidad inigualable, porque su tiranía no da cabida a comparación alguna y la mente atribulada no encuentra reparo ni sosiego. La pesadumbre no es una amenaza sino la exactitud del hundimiento.

Negrura, no aquella que algunos confunden con la noche oscura, no aquella de cuando la cordura pierde su último bastión, de cuando la desolación reina en lugar de la muerte. Si tan sólo se perdiera la conciencia…, lo que sobrevine es el delirio en el quicio de lo incurable. No hay cuchilla que extraiga muesca de su corteza, ni simiente que se concentre y, en lo insondable, se transmute.

Germina.

Poco se sabe de cómo el chasquido de su latigazo echa raíz y cómo de ella el tallo erige su rito, ni cómo esa vara endeble conoce el rumbo de la brizna. Estudiosos varios, a lo largo de los siglos han tratado de descifrar su finura, donde por azar, la transustanciación se mostraba.

Enigma. Espiga. Semilla.

No se atina en la ventura de lo albo el trance de la esfera a la raya, a la escala, al anhelo, al imperativo…, de la mirada al tacto, del labio que trema beso en esplendor resurrecto.

Del Todo a la Nada, del Caos al Cosmos, del Polvo al Ave, de la afonía al acento. Pulso. Ritmo. Percusión.

Detrás de la oposición, antes del redoble, de la definición y de la sed, del paraíso y de la nitidez, cuando no era la ventolera ni el acento, el agua ni la iridiscencia, ni el peso ni la gravedad; cuando la cesura no había quebrado la unidad del aluvial; en el inicio donde la cavidad no era sentencia del marasmo por ser pulimento; y donde el alma no conocía el tormento de la desesperanza; donde la cosecha no era ofrenda ni primicia del sacrificio… Allá, aunque se desconozca el paradero; allá, cuando el minutero todavía no era una incisión geométrica y la muerte no era el azote de lo querido; en ese fundamento y principio, donde la risa fue el gesto primordial de la creación, ahí, la nostalgia encontró su cura.

 

 

 

Volcadura

Aviso de derrumbe, caída o levante. Arrecife en despeñadero que así debió manifestarse el sonar de la primera vocal en la juntura con la primera sílaba, por decir primero cuando lo indomable del rizoma, donde se gesta, es/era/será una niebla en desbandada.

Desprenderse: impericia que asedia el tránsito por los días como si el descubrir un resquicio en su tejido llevase hacia el salto ineludible entre la vida y la muerte. Ignorar. In.esperar. Muro. Atalaya, guijarro que rasga para allanar la brecha y develar la gradación de la conciencia.

Leer lo distante, no la canilla en triza que escarcha la caligrafía. Blanco adentro del blanco. In.vacío. No.vacío. Y dejar que lo siempre ido, por ni siquiera haber sido demasía, se cumpla en su misterio, aún de ignorar si hubo un instante donde fue caudal. Pozo. ¿Agua especular?, ¿negatividad del murmullo?

Volcadura, ¿de qué otra manera acariciar el envés?, es tal la rapidez de su corte que la contradicción de su simple estar se alza en premisa que habrá de sentenciar su exterminio. El conflicto se enraíza desde la herida por la que se nace y se muere, y su reconstrucción da de lleno con la insuficiencia: aquello que no se nombra, no existe, aunque exista fuera del lenguaje.

Mentira. Lo afirma el puñal que apremia su moradura en expresión exquisita de la angustia. Mentira que no habrá de demostrar el alegato de su falacia, ni evitar que el aleteo azuzado se levante, una y otra vez, en rebeldía, hasta que exhausto comience a recelar si en su gravitar es capaz de mirar.

Ah la noche, la noche larga y terrible cuando el rugido del mar se niega a arrojar el secreto de la Venus oscura…

¿Y la lágrima?, ¿se acepta el evangelio de su sal en pago por lo prístino? ¿Será su agua bautismal la que lleve al osado a rendirse ante la profundidad? Desatina y renace quien ha encontrado en su llanto el balbuceo que irradia la gracia de lo indócil: “Soy porque no soy”.

Nitidez. Hiato de la máxima lucidez, rostro pluriforme que lleva en su surgir la marea de lo intocado, como si la incisión en reposo germinara en lengua de brasa que confunde lo inexorable con la claridad.

Recato del cristal trasvasando su materia en un vitral de Chartres, y aún más secreto, el susurro que erige muros que habrán de recomponer la rosa de los vientos.

Grava. Y el mar se extiende en lienzo para delinear lo increado…

No es un mar. Es tierra roja erizada en sus márgenes según los comentarios de un escriba.

No hay deslinde. Sólo firmamento.

Suspensión.

El equilibrista se juega la suerte en la oposición fundacional. Sí. No. Cada vuelco relampaguea entre lo de arriba y lo de abajo. Vértigo… La escritura como lugar del no.aparecer, de lo inédito, de lo inverosímil: el trazo hiende y el blanco sangra.

 

 

 

El león con ojos de fuego

La letra oscura, la perdida por los tiempos y la siempre buscada por las tradiciones herméticas; la que abre las puertas del templo aún vedadas al políglota iniciado en las cifras de la creación; la inexistente por no habérsele nunca pronunciado aunque oville la vocal con la consonante y se esconda detrás de la sencillez de la palabra dicha. Ésa.

Se cree que es velada por mecanismos diversos de la razón; de ser cierto, alguna naturaleza intrínseca habrá de personificar, más allá de una pura negatividad. Otros le refieren la capacidad de atar y desatar los vericuetos de la memoria. Quizá su falta provoque la demencia que sobreviene cuando el anhelo de lo justo es un exceso.

Poco se sabe, por no decir que su fortuna es seguida por la charlatanería y las prohibiciones que alejan el alma de la superstición. A veces, se le adivina en el crepitar de la madera, en el rastro del agua sobre el risco, seduce en su limo y los heridos por el amor la invocan para sanar su carencia; pero ella, no da testimonio de su hálito; a veces musita entrecortada durante la duermevela, pero tiene a buen recaudo que nada permanezca de su marcha, salvo lo inaprensible que arremete contra quienes brillados por su suerte son afligidos por la enfermedad virulenta de la melancolía negra, los que fustigados creen haber descendido a los infiernos tras los acordes de Orfeo.

Cuerda-nota-trama, por no decir “voz”, que insufla su caudal y deja una luminosidad indecisa, por lo que también se le conoce como “la siempre pura”. Otra historia que la ronda le atribuye como origen haberse desprendido del árbol sefirotal, del tronco, quizá de la hoja…, se dice que gracias a su evanescencia los ojos entreverados en el texto conservan su velo.

Entonces, no es una letra ni es una línea, sino una tachadura que hilvana el límite del silencio: no es la pausa ni su hito, no es la frase ni la pasión por la que es invocada. Los síntomas de su exaltación son innegables: no es el trastabille ni la idea deshilada, no es la neblina ni el gemido que se arropa tras su anchura, es la virulencia que deja el astillar interminable del abandono y una fiebre tenue que acompaña por días como si el sol hubiera sido engullido por el doliente.

De no ser un estertor sería una espina que permanece a través de su tremor cuyo repetirse semeja más un presentimiento que el constatar de su quebranto. Rota la declinación de espacio-tiempo, el hambre angustiosa de Cronos es una nimiedad en comparación al talego que habrá de pagarse al barquero, no sólo para cruzar de uno a otro confín, sino para acceder a la indulgencia del olvido.

¿Cueva?, debió ser tan imponente su augurio como para vencerse el miedo provocado por  la negrura de su entraña, ¿sería como volver a nacer, soltarse y dejarse apagar por su oquedad?, y de tanto no saber alguien recibe un relámpago y da los primeros pasos hacia su interior: sobre la pared de la caverna se plasma el juego de la sombra, mientras que afuera el cielo estrellado impone una magnificencia que es sobrepasada por el rugido que habita la oscuridad. Las miradas se entrecruzan y el león con ojos de fuego devora la mano de quien lo dibuja.

 

 

 

El inalcanzable león

Relampaguea mientras esto escribo, la fuerza del sonido afirma la belleza de lo efímero. Sorprende su inigualable arrebato donde la flor de un día[i] cumple su tiempo, y el aliento escapa del pecho confirmando el impensable abrazo reiterado de los siglos.

Los objetos atestiguan el roce de su dueño, centinelas mudos que por descuido recibieron una caricia o guardaron algún secreto más allá de su filamento, ahora cruz de ofrenda funeraria las queridas cosas[ii] que no logran evitar el destino del alma. Memorable la alegoría del carro alado del Fedro[iii] cuando el auriga, entre dos fuerzas contrarias, trata de esquivar el inevitable impulso, ¿hacia dónde? Misterio.

Quizá, después, ante el umbral, sea posible creer que la mano de Agamenón se detuvo, y que se arrodilló ante la puerta de los leones, y que los dioses fueron benévolos y saciaron su hambre con ambrosía, aunque de ello no haya mácula alguna, como tampoco, del derrumbe de la torre en Babel.

Nada queda, y a la par, el mundo es signo de su alarde. La aridez de la cifra a veces ahonda en lo sublime del dentro, y la música es el otro lado que habita la ensoñación cotidiana. Sequedad implacable. Lo indudable es la oración resonando añico cuando desbroza lo yermo durante el peregrinaje a Jerusalén…

La mirada todo lo distorsiona: el jinete y el caballo, la alforza y la aldaba, la muralla y el muro de la lamentación, el minarete y la huella de Mahoma, ¿será por el cacimbo? Es tal la calima que del arenal languidecen siluetas imprecisas…, los nombres de Dios inscritos en el viento, que caracolean por las dunas, extinguiendo su marcha en brasa inconfundible.

La locura es la puerta hacia el desierto, salvo para quienes hayan crecido en su enjambre y hayan cazado leones en su ribera. Diótima la de Mantinea se decía pertenecer a su clan, por lo que le fue dado atender la dolencia amorosa de Sócrates. Sólo sabemos de ella lo mismo que de Aquiles, poseían una naturaleza felina, trasiego de dos ámbitos manifestado en la quietud de las pinturas dejadas en las cuevas, como si sus contornos fueran las coordenadas de un sentido más sutil de existencia: rastro antiguo cuya verdad aparece en el flagelo del silencio.

Anverso de la historia, el dorso de lo escrito, lo otro la negatividad[iv] que destila un dilema poco andado y que erige la libación en quemadura insólita. Se toma por cierto que el lenguaje del ser ha de predicar del ser, cuando la disparidad implícita en lo semejante acusa lo contrario emergiendo de su filamento la articulación del verbo en aporía y límite, ¿de qué otro modo acometer la inmensidad si no es desde su inviabilidad? ¿Acaso el río y su estancia no son cercados en la sentencia de Heráclito el oscuro “cambiando reposa”? ¿Escapa del temblor la lengua irredenta en su inconmensurable carencia?

Llueve y queda en su prontitud lo entreabierto. Arrebujada en el sillón pienso en la vía negativa de los éxtasis secos, ¿habré comprendido la astucia de la negación?, ¿se romperá la relación entre el lenguaje y el mundo?, ¿es necesaria la fractura para recomenzar?, y mientras desgrano mi pensamiento, lo inalcanzable ocurre: un león se adentra en el blanco del papel y escribe esto que leo.

 

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Notas

[i] Hago referencia al poema de Miguel Hernández “El sol, la rosa y el niño”, de Cancionero y romancero de ausencias, http://albalearning.com/audiolibros/hernandez/ elsollarosayelnino.html, 29 de abril del 2014.

[ii] Hago referencia al libro de Raúl Renán De las queridas cosas. México: Premia, 1982.

[iii] Platón “Fedro”, en Diálogos. México: Ed. Porrúa. Sepan Cuantos, 1979.

[iv] Ya comentado el término como “negatividad del lenguaje”.

 

 

 

-Mariana Bernárdez. “IV. Otra Caligrafía”, en Memorial del Fulgor.
Prólogo de Tomás Pollán. España: Ed. Sapere AUde, 2022.

 

Memorial del fulgor

 

Mariana Bernárdez Poeta y ensayista, realizó estudios de posgrado en Letras Modernas y en Filosofía; miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Su o ... LEER MÁS DEL AUTOR