Flores del abismo
Anfibio
En la oscuridad nada puede nombrarse,
la lengua es un cometa que se escurre.
Las pupilas se extienden
para que de los ojos nazcan las ranas.
Pero la mugre se madura en los estanques.
Me ahogo en el surtidero de mi cabeza.
Me lo habían advertido:
No te acerques a los soles bajo el agua
queman al extinguirse y aúllan.
En la oscuridad nada puede nombrarse.
Entonces deambulo con el rostro poblado de huevos.
Hay un nombre anfibio
mitad renacuajo
mitad sangre
y en cualquier momento será
una constelación de corales rojos.
No te acerques a los soles bajo el agua
queman al extinguirse y aúllan.
Espero.
La nada gime igual a los recién nacidos
cuando juegan con el comienzo de la muerte
en sus bocas.
Espero.
No hay salida.
Esta boca es el vacío más doloroso que he probado.
La hormiga
Tratar de escribir cuando estoy deprimida
es la más estúpida de las torturas.
Me someto,
porque sé que las palabras no son nada
más que hormigas.
Esta hormiga me ha acompañado por días,
recorre frenética el desorden de mi escritorio.
No sé que estamos buscando.
Su pequeña obsesión me toma por el cuello y me ahorca.
No puedo más y la mato.
Sí… lectores sensibles, defensores de hormigas, ¡vengan por mí!
Descargo el peso de mi primer libro sobre su cuerpo.
Cruje,
lo disfruto
y me doy cuenta de que estoy enferma.
El libro trata del aire y la liviandad de la muerte.
La observo con detenimiento:
bodoque de culo punzante y patas menudas.
He muerto en gran medida
por mis propias acciones.
Y estoy más sola que nunca,
maté a mi única hormiga.
La poeta
No sabe que su cabeza se abrió
y ahora atrae a los insectos.
Sus canicas
no pueden ver más allá
del horizonte de la hoja
y ruedan hacia adentro
con la soledad
de los objetos defectuosos.
Pero ella insiste en embriagarse
con los frutos que encuentra
en su entrepierna y sus axilas.
En ese abismo busca la palabra.
Ignora que todos sus aciertos
son tesoros del fango.
En el piso de arriba un bebé llora.
El llanto cuelga como un hilo,
es su única forma de salvarse.
Siempre y cuando sepa distinguirlo,
mientras estiércol
sale de su cabeza,
y el silencio brilla,
y se vuelve escarabajo.
La poza
I
Un manantial nace en el pecho y no llora.
Quema la piel, la carne, el músculo,
las orillas arden conforme crece el asma.
El asma tiene hojas diminutas que son dientes,
es el musgo traqueal que todo lo carcome.
La poza no respira.
Succiona sedienta y turbia.
Me siento en el borde, mis pantorrillas desaparecen,
necesito fundirme en géiseres y cavernas,
entregarme a esta boca para que me lama,
que el fango de sus labios juegue conmigo
y me trague este infinito marrón de goce.
Trago los tejidos subacuáticos,
se dilatan y me sofocan.
II
Respirar se volvió muy cansado,
el ahogo me espera con la paciencia de los ríos.
Me hundo.
La sangre es cada vez más oscura,
los ojos de la poza ven hacia abajo.
Me arrepiento de haber abandonado la matriz.
Algo me roza el muslo,
la planta del pie,
la mejilla.
Pienso en las manos de mi madre,
no hay tiempo.
Un chasquido,
la punta de una aleta,
un diente,
un cuerpo.
Un animal del dolor.
III
Nadamos juntos lo que dura el corazón en vaciarse.
Mi pequeña figura
es la tapa plástica de una botella
que flota o se hunde
y queda olvidada
cuando las aguas retroceden.
Los animales del dolor vuelven
a sus madrigueras y a sus crías.
Yo,
por más que quiera hundirme
y dejar de respirar con ellos,
solo sé caminar mi propia superficie.
IV
Bajó la marea y me quedé
fuera de mi cuerpo.
La poza se volvió una cicatriz terrestre.
Mis pulmones deben hincharse
y abrir las alas dentro del tronco.
Allá
salta un pez
atrapado entre las rocas.
Absenta
I
Al final del camino se forma una anciana verde.
Me muestra entre sus dedos un diente redondo,
sopla, en algún lugar un cachorro de león se deshace.
Me unta el cuerpo de su pomada,
mi carne la absorbe y todo a su paso se diluye.
Nos masajeamos
hasta que no quedan mejillas ni pechos.
Dos nadas se aproximan, se comen el aire
hasta lamerse el alma de las lenguas.
II
La luz en el espejo copula y gotea detrás del vidrio.
De aquel lado, soy una máscara de bálsamo que flota.
Correr en los sueños siempre es inútil.
Imploré que me abrieran la casa,
pero la casa se rompió bajo mis golpes.
III
En el codo del camino: otra vez la anciana verde,
su piel se derrite hasta los pies de la montaña.
Voy a morir.
La siento entre mis piernas y la penetro,
me mezo, me agito, quiero desintegrarla.
El orgasmo llega prematuro.
La muerte se hace pequeña, se difumina,
permanezco húmeda entre la hierba.
No sé si maté a la muerte,
o si soy la montaña
que no puede parar de derretirse…
Reina de la noche
¿Qué es un cuerpo dentro de una montaña?
Piernas desmembradas, dedos, brazos,
la cabeza rueda hacia el lugar más suave.
Del cráneo, los murciélagos harán una casa
y aprenderán que nunca se huye del día.
La boca del tigrillo borra las marcas del machete.
El coyote mastica y digiere la carne
para integrarla a la montaña.
El cartílago se pudre y huele a reina de la noche.
El suelo saca sus lenguas floridas
para recibir la sangre y el cuerpo
bajo una luna de pechos y caderas.
Este disco menstruante conoce toda su montaña
y le pide al musgo dar besos sobre los párpados
hasta cubrir todo el rostro de encaje.
Mientras ella duerme,
las raíces de su cuerpo sostienen los senderos del tapir,
el yigüirro anida en su cabello, canta para que bajen las lágrimas.
Algún día, alguien explicará a sus hijos, que su madre vive dentro de la montaña.
Que la encerraron allí por ser demasiado mujer.
Entenderán entonces:
que aquella sombra,
que creyó ser un hombre,
nunca significó nada
frente a una montaña.
Drenaje
Abro los párpados,
mejillones lagañosos.
Intento parir un mundo aguado,
no puedo reconstruir quién soy.
La culpa me penetra la garganta,
una anguila se asoma al tórax.
Estás conectado a una máquina
en una cama de hospital,
habitación quinientos once,
hace dos meses.
Me aterrorizo sobre mi colchón.
Soy el engendro más torcido
que hiciste.
Salto de la cama,
abro la ducha,
¡voy para allá, papá!
Te daré la mano
cubierta de ríos,
me disculparé,
descansaré mi cabeza
contra la tuya.
El agua se pulveriza sobre mi espalda.
No estás en el hospital.
Llevas dos meses de muerto.
El mundo se abre contra mis hombros.
Me desvanezco en pedazos de vidrio y azulejos.
*Todos los textos pertenecen a Flores del abismo (Cardenal, 2025)