La grieta y otros textos
Palabras de este mundo
Nueva poesía argentina
Selección y edición: Marisa Martínez Pérsico
La grieta
Donde yo veía una grieta
un albañil me dijo “la casa ha trabajado”.
Hay agujeros en las personas
sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro.
Lugares sin abrigo adonde acude el lenguaje
con su instante en fuga,
su residuo desesperado.
“La vida ha trabajado”, le digo,
y me observo las manos solas,
toco esta cabeza que por la madrugada escucha a los gallos
delatar la cartografía de un pueblo a oscuras.
Las ratas que hacen surcos para llegar a alguna parte.
Los alimentos que desovan en la oscuridad del estómago.
“El olvido ha trabajado”, me digo,
y cierro los ojos que dan a otros ojos,
reúno los caminos que nos vieron pasar.
Como si alguna vez volviera la primera vez de todo,
y yo fuera una grieta que anda por el aire y que aún no encontró la casa.
Infancia en dictadura
No me gustan las cosas que llegan por la noche.
El circo que ocupaba el descampado con una sigilosa extravagancia
montaba sus destartaladas piezas.
Y a la mañana siguiente, en la panadería, unos seres animados e irreales,
ocupaban el espacio,
desorientando a los niños, los perros y las viejas
que volvían a sus casas sin el mandado.
No me gustan las cosas que se instalan por la noche
como una amenaza que se dice por lo bajo.
Los soldados que todos los 9 de julio esperaban a los gallos y el desfile,
hacían el chocolate en los tanques despintados,
el frío del amanecer apretaba la entrepierna de los raídos trajes verdes
y el casco enfriaba el cuero de la cabeza,
los pibes colimbas meaban la leche recién ordeñada.
Abanderados y escoltas aparecían en el horizonte como un sol artificial
con maestras que ya murieron de cáncer y desconsuelo.
La noche anterior, las madres almidonaban los uniformes y delantales apretando la plancha
sobre los dobladillos,
descargando la furia sin más de entregar a sus hijos a los ojos de interventores, generales, jueces,
párrocos y altivas directoras de escuela.
Mi abuela decía “nunca crean en nada que tenga polleras: ni directoras ni ingleses ni sacerdotes”.
No me gustan las cosas que se instalan por la noche
como una verdad susurrada que se dice una sola vez
o una sirena
que no viene de ningún lado
pero viene hacia nosotros.
Rabia
Yo tenía una rabia.
Cultivaba como flores una rabia.
Es domingo a veces en el pasado.
En la hora de la catequesis, habla el párroco de gris
con una lengua blanca en el cogote, atragantada.
El Monte de Sinaí queda más lejos que los toboganes
de los que nunca hubiéramos querido bajar.
Filisteos, sacramento, corintios, profetas,
palabras sin sentido mientras la hostia se pega en el paladar.
Aliento a hostia nos quedaba como materia de silencio
y nada más.
Hasta que abrían la heladería de enfrente de la iglesia
que era como el cielo prometido.
Del otro lado de los vitrales, en las vías,
cada tanto asomaba un croto, nos hacía señales de luces con un espejo,
y era el hombre del nuevo testamento, dispuesto a una siesta de barro.
Una voluntad de huida tenía mi rabia. Y masticaba con mis dientes hinojos robados
de los jardines.
Más allá, del otro lado del tejido, los toros atropellados por las moscas,
inmóviles como el mundo.
Y yo siempre estaba casi a punto de romperme la nariz contra una pared
para demostrar que no existen las paredes.
Las partes
Lleva una soga en la mano
y la soga lleva una vaca entristecida.
Todas las vacas del mundo están entristecidas.
Y si sucede la soga y la vaca,
también sucede el hombre, velado de un ojo,
cantado en la madrugada por los gallos.
El ojo que le falta soy yo que lo miro,
y todo mi cuerpo tiene presión de ojo, viaje de iris,
y me vuelvo absoluta
porque miro a un hombre, una soga y una vaca.
Siempre somos la parte que a otro le falta.
Alguien puede ser ahora las manos que he perdido;
mi mente soplada por vientos que también son de la tierra pero que suceden adentro
y mi corazón.
Alguien que tenga un músculo puede ser mi corazón
que me sobra y me falta;
que de madrugada, cuando los gallos cantan,
se abisma
y acontece lejos su abeja entre las flores.
Alguien puede tener lo que nos falta.
Yo tengo ahora un deseo demasiado grande
que se vuelve
hombre,
soga
y vaca entristecida.
Bomberos voluntarios
Hace dos madrugadas
voces anónimas
llaman a los bomberos
para apagar un incendio falso.
Los hombres a la carrera, se calzan
trajes anti inflamables, sombreros rojos, botas de goma especial,
salen disparados hacia el fuego
como esos bichos que golpean los focos de luz en el verano.
La sirena de la autobomba
es más grande que la noche,
y entra a las casas, a los nidos, a los sueños.
Enciende el alerta, suenan los teléfonos y
y las desesperaciones:
“¿Qué pasó? ¿Estás bien? Volvé pronto a casa”.
Las mujeres de los bomberos y sus hijos, con el tiempo, se acostumbran a dormir solos,
a llevar en las venas sangre de héroe.
A la hora del incendio
en el planeta
hay un pueblo despierto
por un fuego irreal.
Los bomberos regresan por el campo
con las mangueras apagadas
iluminados por luciérnagas.
Algunas palabras de este mundo
Quiere esta antología, junto con difundir las voces de treinta poetas argentinos nacidos entre 1970 y principios del siglo XXI, ser, con su eco preliminar de Árbol de Diana (1962), un homenaje a Alejandra, de cuya muerte se cumple medio siglo.
Celebrar, desde el guiño de su título, esos pequeños artefactos poéticos perfectos, esas piezas muchas veces brevísimas que dan cuenta de una subjetividad quebrada, de una orfandad metafísica, con unas dislocaciones pronominales que potencian el característico tono de tipo liminar pizarnikeano, siempre al borde, en el umbral o límite entre posibilidad e imposibilidad del decir. Poesía que es desamparo y morada. Claridad y oscuridad a la vez.
Las páginas que siguen son un intento de visibilizar y divulgar un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas nacionales: hay derivas de la poesía conversacional, propuestas en clave realista, programas de carácter hermético, de indagación ontológica o continuadores de la tradición de la ruptura, estéticas herederas del neobarroco/neobarroso y de la poesía experimental, del riesgo, que se institucionalizaron en países como Argentina o México, especialmente durante la década del ’90. Poemas en prosa y otros que buscan el diálogo intergenérico o transmedial (lírica, narrativa, teatro). Poemas que no exceden una página (¿una pantalla?) y poemas largos memorables.
Esta muestra responde, además, a una vocación federal y extraterritorial. Incluye autores que nacieron y viven en distintas provincias argentinas –desde Salta hasta Tierra del Fuego– y otros radicados en el extranjero (Holanda, Francia, España), que encarnan una argentinidad poética ‘extraterritorial’ (George Steiner), ‘glocal’ (Vicente Luis Mora) y ‘posnacional’ (Bernat Castany).
Marisa Martínez Pérsico
Roma, octubre de 2021