María del Rosario Andrada

Las transformaciones

 

 

 

 

Las transformaciones

 

Después de las edades

el silencio convergió

bajos los vientos

después de las edades

revelación de los cuerpos

gestos de la luz

sobre los vientres

las transformaciones.

 

 

 

Profanación en las alturas

 

I                                                              

en el nombre del padre y del hijo

proclamo mi bautismo en este breve sueño

 

en nombre del espíritu santo

resurjo de la piedra-iguana

 

soy  lengua que contempla la siesta

y no perdona

 

 

II

 

creo

en el amor

que ha teñido de rojo la estalactita

en el sacerdote que ha vestido

de angustia la tarde

en la ofrenda de los cuerpos

en la araña que ha cruzado el desfiladero

en la sequía que aniquila

 

en el estertor de los aparecidos

en las ruinas de oropeles y desvaríos del alba

en los visionarios de la comarca     que

murieron

en cuclillas

 

ahora

una manada de vicuñas se prende

a un pezón

y el aire santifica las alturas

 

 

III

 

celebro

la fecundación

el oro que se esparce

las uñas impuras donde se entreteje

la historia

el Capitán Diego

los sucesores

el padre de mi padre

que huyó despavorido

 

el devastador incendio

las lenguas mártires

las calabazas del miedo

el dios solar

crucificado

 

 

 

Los Señores  del jaguar

 

El Oficial mayor del templo

murió aquella tarde

cuando se clausuró la puerta

murió

después de memorizar el mapeo

dibujado sobre la piel del cerdo.

*

Los caballeros del Jaguar

apuñalaban

al tapir

con trozos de obsidiana

abierto

en la piedra caliza

el animal

transmutaba

leyenda

era  guia

en la eternidad

sus extremidades

mostraban el diseño

de la casa real.

 

 

 

Huayrapuca, la madre del viento

 

Fue una liturgia

en el confín del mundo

todavía ciegos

con la mambrana

colgándonos de los huesos.

Un rasguño minúsculo

floreció en el salitre

se extendió

como nervaduras en la piel

los ángeles exhalaban

el aire

presagio de lluvia

y en el conjuro

la sustancia desdobló

en viento

 

 

 

Suri

 

Suri

de las patitas largas

el que diseñaron los antepasados

de mis antepasados y  los de éstos

allá en el territorio virgen

norte de mi norte

el que bordea la tristeza calchaquí

norte de mi norte

el del fuego lento de la espera

el de la perpetua luz

 

en el nombre del norte

y en la señal de la cruz

 

 

 

La oscuridad era un espanto

 

No fue una constelación

solo un resplandor

extraño

difuso

venía de otros mundos

amalgama en la furia de la noche

un tatuaje de luz consumió mi cuerpo

una copla se unió al viento

 

en la quebrada

la oscuridad

era un espanto

alguien venía después de la muerte

a cobrarse una deuda

una traición

un amor

 

pude ver sus ojos

animal hambriento

me santigüe

porque los difuntos no descansan

a veces trepan por sus huesos

para escuchar conversaciones

hablar con sus parientes

sin que nadie

nadie  se dé cuenta

y fue entonces que las primeras

luces del alba

comenzaron aparecer

y el animal se adentró en el monte

 

 

 

El agua del cielo no ha de caer

 

En la tundra pequeña donde los caballos no pastan

y la arena forma remolinos de vientos

sobrevuelan                   aves zancudas que migran hacia el salar

en noches de relámpagos puede verse

el techo de una casa que el zonda ha enterrado

siluetas, ondulaciones, montes

y alguna luz misteriosa

el agua del cielo no ha de caer

canta una vieja coplera

 

en otro amanecer las cosas vuelven

a su lugar

el aire es transparente

la montaña una planicie

en los confines

la furia caníbal del viento

vomita un pueblo fantasma

 

María del Rosario Andrada Poeta, narradora. Nació en Catamarca, Argentina 1954. Autora  de  los poemarios: Uvas del Invierno (1978); Casa Olvidada LEER MÁS DEL AUTOR