Las palmas que se agitan en el aire
[CÓMO VOLVER A ESCRIBIR SOBRE LO MISMO]
Cómo volver a escribir sobre lo mismo
si todas las palabras que articulo
desde el alveolo azul de los quebrantos
están viejas, podridas, polvorientas,
se anudan a su propio pañuelo enmohecido
y se ocultan, oscuras e imposibles,
llagadas por el tiempo de la herida,
desde entonces tan torpes, imperfectas.
Porque busco otra cosa y no la encuentro,
un verbo luminoso para quemar la tarde,
que de pronto sea todo insensato amarillo,
que venga nuestra gente en la luz incendiada,
en la espita feliz de todas las burbujas
subiendo como locas, divertidas,
a respirar septiembre que es un nombre insensible
y no sabe que guarda el hueco de la pérdida,
que venga nuestra gente y que se quede
a merendar un sol como un relámpago
duradero, eso sí,
que sea duradero.
Sobre todo que sea duradero.
(de Carnalidad del frío, 2000)
[LAS PALABRAS QUE SE AGITAN EN EL AIRE]
Las palmas que se agitan en el aire,
que bailan con la sombra que da el cuerpo,
también con la carnal inmediatez
de estar enfebrecidos en la noche
traen lumbre y corazón, carbonería
para romper el vaso y encenderlo
contra el muro de signos del papel.
Traen voces como quejas apagadas
si las anuda el hilo de la sangre
de otras muchas mujeres aguardando
en el broche plegado de la genealogía
que deja su hojarasca y su relumbre.
Se transparenta entonces el luto de los rostros
de mujeres ceñidas a la estirpe,
sombrías desde antes de ataviarse
con telas de la pena y del castigo,
espléndidas y oscuras sucesiones
de sol, de caracola y de su tizne,
de espera contra el fondo de su tiempo
y vueltas sobre sí, estremecidas
palomas de la noche que cantan la alegría,
el frío, la intemperie, la alegría.
(de Carnalidad del frío, 2000)
HASTA EL POEMA
Hasta el poema llegan, como islotes
de óxido y de plancton celular,
los restos silenciosos del naufragio
en que quedan los barcos y los hombres
tras el amor intenso, el oleaje
que levanta su proa y la sumerge
al fondo de la mar y sus caballos.
Las caracolas guardan su rumor,
la lentitud sombría en que los peces
desnudos se acomodan a morir
y vuelven cristalina su belleza
de fósil, su armadura transparente,
su vertical caída hasta el silencio
en que el fondo del mar guarda la espuma
que levantó el deseo y las mareas.
En su abisal distancia deslenguada,
amor y mar comparten varias letras
y la raíz mojada por la sal
empapa cada signo tras su empeño
por la coloración y el frenesí.
La boca humedecida, la entretela
del cuerpo y sus humores ablandados,
las veintisiete letras rezumadas
por la líquida masa del amor
después se vuelven piedra quebradiza,
astilla y fósil blanco en su rescoldo,
su agalla enrojecida en el vivir.
(de Catorce vidas y una más. Poesía reunida 1995-2012)
UNA NARANJA
Para pelar despacio una naranja
se anuda la belleza a sus tres sílabas.
Entonces cae su piel como un regalo,
un bucle de calor y de oro espeso
que baja por las patas de la mesa
y se enreda en su tronco y su raíz.
Cuerpo desnudo, libre, luminoso,
esfera vegetal sobre su elipse,
felicidad sencilla entre los dientes
y en la vocal abierta y repetida.
Su agua mansa no cede ante el invierno
y moja el escondrijo de la angustia.
En la mano que ofrecen los poetas,
la palabra naranja es tan redonda
que parece imposible su desgarro,
su quebradura inquieta ante el cuchillo
como orín y amoníaco en la muerte.
Tan redonda que es casi inverosímil:
solsticio que se abraza a su sintaxis.
con/contra Parra (con/contra Borges)
(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)
EL CUERPO DE LA FLECHA
El cuerpo de la flecha es solo de aire.
La punta sobrepasa su pesar,
es bronce que tallaron los egipcios
y sílex acerado en cada muesca,
el pedernal, la herida en que la roca
golpea su estructura acristalada
contra el latido azul de los vencejos,
la fibra que en el vidrio se dispone
sobre la superficie de la muerte.
Sin embargo, su cuerpo es ligerísimo.
Asta en que la madera ya ha olvidado
el peso procesal de las raíces
con su llamada oscura y maternal.
La rama sujetaba todo el árbol
y ataba sobre sí todas las aves.
También es de madera cada pata
con que el pájaro vuelve hasta su nido
y deja de ser vuelo o ala hendida.
Pero cuando las hachas descolocan
la rama y la hacen cuerpo de la flecha,
recuerda que nació para la altura.
Respiración ingrávida, alfabeto
que es tan solo pulmón poroso y mudo,
la línea que se borra al escribirse.
Centella que en el tiempo de lo súbito
recuerda que nació para la altura.
La palabra es la arquera y su carcaj.
La forma fugitiva de esa ausencia.
En ella beben luz ramas y pájaros.
(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)