María Ángeles Pérez López

Las palmas que se agitan en el aire

 

 

 

 

[CÓMO VOLVER A ESCRIBIR SOBRE LO MISMO]

 

Cómo volver a escribir sobre lo mismo

si todas las palabras que articulo

desde el alveolo azul de los quebrantos

están viejas, podridas, polvorientas,

se anudan a su propio pañuelo enmohecido

y se ocultan, oscuras e imposibles,

llagadas por el tiempo de la herida,

desde entonces tan torpes, imperfectas.

 

Porque busco otra cosa y no la encuentro,

un verbo luminoso para quemar la tarde,

que de pronto sea todo insensato amarillo,

que venga nuestra gente en la luz incendiada,

en la espita feliz de todas las burbujas

subiendo como locas, divertidas,

a respirar septiembre que es un nombre insensible

y no sabe que guarda el hueco de la pérdida,

que venga nuestra gente y que se quede

a merendar un sol como un relámpago

duradero, eso sí,

que sea duradero.

 

Sobre todo que sea duradero.

 

(de Carnalidad del frío, 2000)

 

 

 

 

[LAS PALABRAS QUE SE AGITAN EN EL AIRE]

 

Las palmas que se agitan en el aire,

que bailan con la sombra que da el cuerpo,

también con la carnal inmediatez

de estar enfebrecidos en la noche

traen lumbre y corazón, carbonería

para romper el vaso y encenderlo

contra el muro de signos del papel.

Traen voces como quejas apagadas

si las anuda el hilo de la sangre

de otras muchas mujeres aguardando

en el broche plegado de la genealogía

que deja su hojarasca y su relumbre.

Se transparenta entonces el luto de los rostros

de mujeres ceñidas a la estirpe,

sombrías desde antes de ataviarse

con telas de la pena y del castigo,

espléndidas y oscuras sucesiones

de sol, de caracola y de su tizne,

de espera contra el fondo de su tiempo

y vueltas sobre sí, estremecidas

palomas de la noche que cantan la alegría,

el frío, la intemperie, la alegría.

 

(de Carnalidad del frío, 2000)

 

 

 

 

HASTA EL POEMA

 

Hasta el poema llegan, como islotes

de óxido y de plancton celular,

los restos silenciosos del naufragio

en que quedan los barcos y los hombres

tras el amor intenso, el oleaje

que levanta su proa y la sumerge

al fondo de la mar y sus caballos.

Las caracolas guardan su rumor,

la lentitud sombría en que los peces

desnudos se acomodan a morir

y vuelven cristalina su belleza

de fósil, su armadura transparente,

su vertical caída hasta el silencio

en que el fondo del mar guarda la espuma

que levantó el deseo y las mareas.

En su abisal distancia deslenguada,

amor y mar comparten varias letras

y la raíz mojada por la sal

empapa cada signo tras su empeño

por la coloración y el frenesí.

La boca humedecida, la entretela

del cuerpo y sus humores ablandados,

las veintisiete letras rezumadas

por la líquida masa del amor

después se vuelven piedra quebradiza,

astilla y fósil blanco en su rescoldo,

su agalla enrojecida en el vivir.

 

(de Catorce vidas y una más. Poesía reunida 1995-2012)

 

 

 

UNA NARANJA

 

Para pelar despacio una naranja

se anuda la belleza a sus tres sílabas.

Entonces cae su piel como un regalo,

un bucle de calor y de oro espeso

que baja por las patas de la mesa

y se enreda en su tronco y su raíz.

Cuerpo desnudo, libre, luminoso,

esfera vegetal sobre su elipse,

felicidad sencilla entre los dientes

y en la vocal abierta y repetida.

Su agua mansa no cede ante el invierno

y moja el escondrijo de la angustia.

En la mano que ofrecen los poetas,

la palabra naranja es tan redonda

que parece imposible su desgarro,

su quebradura inquieta ante el cuchillo

como orín y amoníaco en la muerte.

Tan redonda que es casi inverosímil:

solsticio que se abraza a su sintaxis.

con/contra Parra (con/contra Borges)

 

(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)

 

 

 

EL CUERPO DE LA FLECHA

 

El cuerpo de la flecha es solo de aire.

La punta sobrepasa su pesar,

es bronce que tallaron los egipcios

y sílex acerado en cada muesca,

el pedernal, la herida en que la roca

golpea su estructura acristalada

contra el latido azul de los vencejos,

la fibra que en el vidrio se dispone

sobre la superficie de la muerte.

Sin embargo, su cuerpo es ligerísimo.

Asta en que la madera ya ha olvidado

el peso procesal de las raíces

con su llamada oscura y maternal.

La rama sujetaba todo el árbol

y ataba sobre sí todas las aves.

También es de madera cada pata

con que el pájaro vuelve hasta su nido

y deja de ser vuelo o ala hendida.

Pero cuando las hachas descolocan

la rama y la hacen cuerpo de la flecha,

recuerda que nació para la altura.

Respiración ingrávida, alfabeto

que es tan solo pulmón poroso y mudo,

la línea que se borra al escribirse.

Centella que en el tiempo de lo súbito

recuerda que nació para la altura.

La palabra es la arquera y su carcaj.

La forma fugitiva de esa ausencia.

En ella beben luz ramas y pájaros.

 

(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)

María Ángeles Pérez López (España, 1967). Poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Realizó la tesis doctoral Los ... LEER MÁS DEL AUTOR