

Presentamos un texto clave de la reconocida poeta beat estadounidense en la traducción de Sandra Toro.
Margaret Randall
Libros
Abro un libro, y su mundo me sale al encuentro
en blanco y negro, como una foto vieja
o una película, donde el color viene
de la imaginación nutrida de otros libros
y de la vida, lugares del corazón o del miedo
reflejados en espejos dentro de espejos,
posibilidades enmarcadas por el cielo y el monte.
Ninguna ventaja para mí. Las cabezas redondas de los demás
de primero encontraron sus agujeros redondos, en cambio yo
me esforcé por abrazar el código que me eludía,
todo un verano acurrucada en el regazo tibio de papá
mientras él conectaba símbolo y sonido:
amor fonético.
Para segundo, ya estaba lista, lista y sintonizada
con los personajes que a veces me eran familiares
cuando los demás seguían siendo desconocidos con derechos
por mucho que leyera y releyera sus historias.
Los lugares también se volvieron personas, reales como una tierra
por la que un día iba a caminar.
Libros prohibidos, la literatura que un mercado libre puede aceptar
y la que no, un juicio en el que mi país
de nacimiento ordenaba deportarme
por lo que escribo: todo eso iba a venir más tarde,
avivando no solamente mi deseo de leer lo que quiero,
sino el de pensar y escribir lo que debo.
Hoy, que los dispositivos electrónicos imperan,
las reseñas dependen de lo que la prensa pueda gastar
en publicidad y los premios caen de las torres de marfil
a manos obedientes, todavía encuentro consuelo
en mi rincón del sofá, pasando páginas de papel,
oliendo el aroma de la tinta impresa que se desvanece.