Marco Fazzini

“Casas flotantes” y otros poemas

 

 

 

(Traducción al español de Renato Sandoval Bacigalupo)

 

 

 

 

Mañana iré

 

Mañana iré a otro puerto

donde ya he estado, donde ya he muerto.

Ahí volveré. Y, desde ahí veré esa última ruta,

un perdido destino, una vena de agua

que mis manos han gozado.

 

Todo se desliza en ruedas de misterio;

solo la brisa es la certeza del silencio,

un verso difícil que escucho desde lejos.

Pero ¿qué es esa extensión de olas y luces,

donde el ojo cose vegetación y sangre,

el reclamo de un astro que apenas se mueve?

 

Difícil amistad la melancolía.

 

 

 

 

 

Una barca

 

Una barca en la bahía

iza la vela más cándida

que yo nunca haya visto

deslizando a bordo

su ancla empapada de sudor

para cargas de soledad, espera, dolor.

 

Llenos de esperanza,

los ojos de quien queda en tierra

escrutan el mar

ignorando su retorno

pero esperando ver

una vela negra en las aguas claras.

 

 

 

 

 

Por un rato 

 

Por un rato me quedo

quieto mar adentro.

La soledad del mar

es tranquila, impenetrable

como la niebla

que al final se eleva en el horizonte

para develar los rostros,

las líneas del puerto

adonde me dirijo.

 

La obstinación del tiempo

alza el ancla

y entonces me dejo

transportar a la deriva,

con una carga de errores,

un acuciante temblor

en los huesos, las lágrimas, y un odre

sonriente de vino en la bodega.

 

¿Pero de qué hablo yo si no es de barcas?

 

 

 

 

 

Casas flotantes

 

Fueron tus ojos

de la luz de la primavera

que me golpearon,

y esas afiladas piernas

cuidadosamente cruzadas

para sostener

una revista de la estación.

“Casas flotantes…”, me dijiste

ojeando las páginas.

“Tal vez las usan

para poder transportarlas

o ver, por un piso transparente,

los peces de un mar cualquiera”.

 

Mientras el tren rodaba,

y tu cuerpo bailaba a su ritmo,

como lo habrían hecho

sala, cocina, baño

y tu litera flotante, derechos

hacia los cuatro puntos cardenales,

o mis pies sobre el agua.

deseosos de llegar a casa,

hallar una diosa radiante

nadando con igual deseo,

un pez en las olas

de las espumas tropicales.

 

 

 

 

 

Una ola

 

Había una ola que no dormía:

era ladrona y asesina

hasta la honda noche. Del viento

se alimentaba, y de la lluvia,

bajo la luna, y con el vientre hinchado.

Chirriaba los dientes en la playa.

La oía hacer añicos detritos

y despojos, engullir

lo que ya no recordaba

su naturaleza: roca, vegetal,

humor mineral

de la tierra.

Aquí lo real

transforma sus partes,

pero hundiendo una mano entre las piedras

la sangre aún salta

del vórtice del tiempo.

 

 

 

 

 

Valle de la Muerte 

 

Entre las dunas duras y gibosas

de Zabriskie

no hay agua.

Espero como si aquí cada grano

cantara,

pudiese suponer

su piedra,

y los fugaces túmulos que remiro

descubrieran secretas corrientes de la vida.

Contra cada asalto del tiempo,

y del agua,

el silencio canta con la piedra.

Así el corazón.

 

 

 

 

 

Una noche

 

A la manera de Don Maclennan 

 

Sueño, a veces,

con pescar

los principios

que sostienen mi vida.

Es un sueño, obviamente.

Pero tu cuerpo en la oscuridad,

una cierta felicidad,

el margen del presente:

ahí construiré andamios,

mentiras, si me es preciso,

en la temblorosa lengua

que entonces Dante

escribió su carteo,

digamos Amor,

o Belleza,

aun si una luz

brilla agonizante

y solo una noche

apenas queda.

 

 

 

 

 

Entre las olas

 

Entre las olas la costa

ahora empuja

un sudario de neblina,

avanzando sobre

ecos de mástiles,

ciudades, dolores de la edad,

rocas que se erosionan

sepultadas por la indiferencia,

esos lechos

que los geólogos estudian

para sondear eras,

sacudidas.

secretos y minúsculos sismos,

resonancias de un pasado

en cuyo piso

hoy conversamos:

estratificaciones del ser,

mutaciones del tiempo,

morfologías de amor.

 

 

 

 

 

De una u otra forma

 

Desnuda y suave colina,

tú, arista para vides,

huerto y barbecho

urdidos durante años

en vastas curvas, miembros

en el declive de las laderas,

tú, barranco, cansados poderes

arados con heridas de siempre,

tú, giba resistente a los achaques,

marco terroso,

carrusel de bienes

en mi brújula aguda y briosa,

tú, claridad y esencia

en la noche estrellada

por emociones y sopor,

apariencia soñada,

manta invaluable de amores iniciados

y ya idos,

fortaleza protegida, ciudadela

perfecta de silencios a la deriva,

balcón en más de una ribera,

mirador de encanto

que escucho y repito cuando siempre

y para siempre recuerdo que eres

desnuda y suave colina,

tú, arista para vides,

huerto y barbecho…

 

 

 

 

 

Perdido en la niebla

 

Perdido en la niebla ya no me preocupa

seguir ahora una senda segura

y me expongo a todo tipo de miseria

cada aspecto de mi incompetencia.

 

Atrás, sé de generaciones desconocidas;

adelante, de hijos desconocidos. Un paso,

luego otro, un paso después del otro

procedo a tientas y cada dirección

nunca incursionada es pena solamente.

 

¿Dónde está la brújula que indica

con su aguja esta vida?

Quiero que me lo digas.

 

Pero todo lo que dice es:

“¿Has visto cómo este bucle tiembla

y empalidece con el viento alzado

por la furia del tiempo?”.

 

 

 

 

 

Balanza

 

El cuerpo de un poema

compensa a duras penas

la carga de vida

en el otro plato.

 

Solo el engaño de las pesas

arregla la cuenta con las estrellas.

 

Marco Fazzini (Ascoli Piceno, Italia, 1962). Es poeta, académico y traductor. Ha publicado los libros de poesía Nel vortice (1999), XX p ... LEER MÁS DEL AUTOR