“Casas flotantes” y otros poemas
(Traducción al español de Renato Sandoval Bacigalupo)
Mañana iré
Mañana iré a otro puerto
donde ya he estado, donde ya he muerto.
Ahí volveré. Y, desde ahí veré esa última ruta,
un perdido destino, una vena de agua
que mis manos han gozado.
Todo se desliza en ruedas de misterio;
solo la brisa es la certeza del silencio,
un verso difícil que escucho desde lejos.
Pero ¿qué es esa extensión de olas y luces,
donde el ojo cose vegetación y sangre,
el reclamo de un astro que apenas se mueve?
Difícil amistad la melancolía.
Una barca
Una barca en la bahía
iza la vela más cándida
que yo nunca haya visto
deslizando a bordo
su ancla empapada de sudor
para cargas de soledad, espera, dolor.
Llenos de esperanza,
los ojos de quien queda en tierra
escrutan el mar
ignorando su retorno
pero esperando ver
una vela negra en las aguas claras.
Por un rato
Por un rato me quedo
quieto mar adentro.
La soledad del mar
es tranquila, impenetrable
como la niebla
que al final se eleva en el horizonte
para develar los rostros,
las líneas del puerto
adonde me dirijo.
La obstinación del tiempo
alza el ancla
y entonces me dejo
transportar a la deriva,
con una carga de errores,
un acuciante temblor
en los huesos, las lágrimas, y un odre
sonriente de vino en la bodega.
¿Pero de qué hablo yo si no es de barcas?
Casas flotantes
Fueron tus ojos
de la luz de la primavera
que me golpearon,
y esas afiladas piernas
cuidadosamente cruzadas
para sostener
una revista de la estación.
“Casas flotantes…”, me dijiste
ojeando las páginas.
“Tal vez las usan
para poder transportarlas
o ver, por un piso transparente,
los peces de un mar cualquiera”.
Mientras el tren rodaba,
y tu cuerpo bailaba a su ritmo,
como lo habrían hecho
sala, cocina, baño
y tu litera flotante, derechos
hacia los cuatro puntos cardenales,
o mis pies sobre el agua.
deseosos de llegar a casa,
hallar una diosa radiante
nadando con igual deseo,
un pez en las olas
de las espumas tropicales.
Una ola
Había una ola que no dormía:
era ladrona y asesina
hasta la honda noche. Del viento
se alimentaba, y de la lluvia,
bajo la luna, y con el vientre hinchado.
Chirriaba los dientes en la playa.
La oía hacer añicos detritos
y despojos, engullir
lo que ya no recordaba
su naturaleza: roca, vegetal,
humor mineral
de la tierra.
Aquí lo real
transforma sus partes,
pero hundiendo una mano entre las piedras
la sangre aún salta
del vórtice del tiempo.
Valle de la Muerte
Entre las dunas duras y gibosas
de Zabriskie
no hay agua.
Espero como si aquí cada grano
cantara,
pudiese suponer
su piedra,
y los fugaces túmulos que remiro
descubrieran secretas corrientes de la vida.
Contra cada asalto del tiempo,
y del agua,
el silencio canta con la piedra.
Así el corazón.
Una noche
A la manera de Don Maclennan
Sueño, a veces,
con pescar
los principios
que sostienen mi vida.
Es un sueño, obviamente.
Pero tu cuerpo en la oscuridad,
una cierta felicidad,
el margen del presente:
ahí construiré andamios,
mentiras, si me es preciso,
en la temblorosa lengua
que entonces Dante
escribió su carteo,
digamos Amor,
o Belleza,
aun si una luz
brilla agonizante
y solo una noche
apenas queda.
Entre las olas
Entre las olas la costa
ahora empuja
un sudario de neblina,
avanzando sobre
ecos de mástiles,
ciudades, dolores de la edad,
rocas que se erosionan
sepultadas por la indiferencia,
esos lechos
que los geólogos estudian
para sondear eras,
sacudidas.
secretos y minúsculos sismos,
resonancias de un pasado
en cuyo piso
hoy conversamos:
estratificaciones del ser,
mutaciones del tiempo,
morfologías de amor.
De una u otra forma
Desnuda y suave colina,
tú, arista para vides,
huerto y barbecho
urdidos durante años
en vastas curvas, miembros
en el declive de las laderas,
tú, barranco, cansados poderes
arados con heridas de siempre,
tú, giba resistente a los achaques,
marco terroso,
carrusel de bienes
en mi brújula aguda y briosa,
tú, claridad y esencia
en la noche estrellada
por emociones y sopor,
apariencia soñada,
manta invaluable de amores iniciados
y ya idos,
fortaleza protegida, ciudadela
perfecta de silencios a la deriva,
balcón en más de una ribera,
mirador de encanto
que escucho y repito cuando siempre
y para siempre recuerdo que eres
desnuda y suave colina,
tú, arista para vides,
huerto y barbecho…
Perdido en la niebla
Perdido en la niebla ya no me preocupa
seguir ahora una senda segura
y me expongo a todo tipo de miseria
cada aspecto de mi incompetencia.
Atrás, sé de generaciones desconocidas;
adelante, de hijos desconocidos. Un paso,
luego otro, un paso después del otro
procedo a tientas y cada dirección
nunca incursionada es pena solamente.
¿Dónde está la brújula que indica
con su aguja esta vida?
Quiero que me lo digas.
Pero todo lo que dice es:
“¿Has visto cómo este bucle tiembla
y empalidece con el viento alzado
por la furia del tiempo?”.
Balanza
El cuerpo de un poema
compensa a duras penas
la carga de vida
en el otro plato.
Solo el engaño de las pesas
arregla la cuenta con las estrellas.