Marco Antonio Campos. Grabados españoles

 

Presentamos tres textos claves del reconocido autor mexicano.

 

 

 

Marco Antonio Campos

 

 

Grabados españoles (1)

Joven diciembre veo en el cielo las ciudades que fueron la ciudad de Toledo. Camino. Miradas de alfileres destellantes pican y picotean la calle. Voces Voces. El río bebe la nieve y dice, al detener la lengua, su nombre oriental. Casi tenues las calles suben, baja, se cruzan se entrecruzan,
¡Es el aire!
¿Yo? Yo anhelé que los astros fueran míos. Yo robé huella y polvo al dios del viaje. Yo soy la bestia que siempre han derribado. Mi padre fue como yo pero sin ojos. Degollaba corderos bajo el árbol y los nombres ardían en el mapa de su cara. Timoneó múltiples barcos, y en los atardeceres nos contaba con olas en la voz que espumaban el horizonte de la mesa, del trasmar y del trasol inexperimentados. Vigilé su sueño, lo guardé en la brisa y el aire marinos, y en un capítulo leí que la batalla y Paulina eran los ojos que esperaban el país y la ciudad natales, que a su vez esperaban al poeta que cantara las innumerables hazañas para que las generaciones sucesivas tuvieran algo que cantar. La melodía figura de Paulina —observó mi padre— parece el dibujo de un maestro ático en un vaso sagrado o en el relieve de un templo. Eso dijo.
Mi madre murió de tarde al sol. Soñó en un mundo feliz que nunca quiso. En la frente de los hijos señaló con ceniza la historia de la culpa con imágenes del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del rosario o antes de dormir, pespunteaba en oro los relatos espléndidos del marido inolvidable al que nunca esperó. Discutíamos por nada, hablamos casi nada. No pueden hablarse dos gentes que crecieron destrozándose. Siempre, siempre.
El río se borra de mis ojos y al marchar me borra. Y yo, ¿quién soy? ¿En qué espejo me perdí? ¿En qué río?
He negado a la sangre la heráldica más oro, las simbólicas fechas, la espada musical, el alba más alma que glorifica el cuerpo, y sólo sé que soy alguien —¿un aire, un simulacro?— que soñó una grandeza sin desprecio, que asumió la desdicha y el propósito.

(Toledo, 1981)

 

 

 

Grabados españoles (2)

Silencio, por favor, cambien de acto. “¿Recuerdas —me dices— recuerdas aquella vez cuando oíamos las hojas del olivo como música verde en aquel valle griego, recuerdas, recuerdas cuánto te dije: ‘Tu poesía es muy amarga, no entiendo por qué tu desamparo…’?”
Y renace iluminándose el rostro dulcísimo y triste de Paulina en el instante que era el universo.
Bah, todo es cierto y no es cierto, era cierto y tan cierto como este coñac que bebo hondo, como este hombre que habla de diciembre y del dolor como algo ajeno. No es para rasgar las vestiduras pero escúchame: uno es hermosamente infeliz y así lo dice, así lo escribe para el oído y los ojos de las generaciones que pasan como hojas. Uno actúa o simula actuar, o mejor, decide o cree que actúa, como el príncipe Hamlet, lleno de luz y lucidez, hasta que otro, ignorante del libreto, opina inopinadamente que el personaje o su disfraz no tienen ni heroísmo ni nobleza mínimos.
Y la función no continúa.
Uno es hermosamente infeliz, como te he dicho, como te digo, Paulina, con mexicanísimo modo de aguzar el grito a media sombra, huyéndome del cuatro en el caballo apocalíptico, ¡huyéndome! Al blanco, al negro, al culpable, al soñador, ¡huyéndome! Exacto: el pez astralmente se me impuso y el agua calló a mi cuerpo hasta volverme sol bajo el olivo en aquel valle desolladamente griego en la mañana terminal cuando oíamos las hojas como música verde.
¿El cielo? ¿Escuchas en el cielo? ¿Crees en verdad que exista un paraíso para culpables? ¿Lo crees? Soy el infierno de mi cielo ético. Me he vuelto flébil, fino, elegante en ocasiones, yo que juré por la llama y la gloria corporales. ¿Me escuchas?, ¿me quieres escuchar? Quizá si te grito me alcances a escuchar: “Yo quise —anhelé— que mi Reino se hiciera en este mundo”.

(La Granja, 1981)

 

 

 

Grabados españoles (3)

Yo soñé lo mejor para este mundo, me dio a veces soñar en ser mejor. Un pie en el barco y “¡Amanezca el mundo nuevo!”. Y sin embargo la brida de los peces blancos no sirvió en el instante que cabalgaba el mar. Y si grito, si me oyes, si me miras, Paulina, si llegas a pasar por donde paso, y si entonces, ten en cuenta que el mundo esencial del vagamundo se hizo para amarte para amarte para amarte. La gloria se gana ora en la guerra, ora con versos a Paulina. Por ejemplo: “El color de su cuerpo era el deseo”. Y si muero, que mi sonoro epitafio en soledad oscura se lea con la llamada de los astros. América fue mapa dibujado en el aire juvenil y lectura fervorosa de revistas y periódicos en la edad madura. Y me asolo y me aluno por Europa. Y si escribo es con laúd que concierto para mí: “Mi musa fue mi corazón dolido”.
Anidé en el follaje grisazul de la locura, y los pájaros picotearon como carpinteros raíz y tronco de la canción de la ceniza fría. Encubrí mi miseria ideológica para comprender al Príncipe sabiendo que anhelaba su corona, y mi ángel de la guarda me señaló cristianamente que en esta vida sólo existen paraísos desérticos. Oh Dios, crecí con la mancha del culpable y sujeto a tus ojos y designios, oh Dios.

(Málaga, 1981)