Profecía de los trenes y los almendros muertos
PROFECÍA DE LOS TRENES Y LOS ALMENDROS MUERTOS
En mis diez años
eran las ocho en punto de la noche.
Quiero decir que todavía son
las ocho en mis recuerdos.
Una locomotora negra que no existe,
una fabricada de herrumbre enteramente y
llevada por ancianos iracundos sin ojos,
acelera con todo el corazón
sabiendo que la espera la gradiente del cementerio.
Y todo el pueblo queda estremecido
por la sirena lánguida y profunda que profetiza en el
paisaje amado.
Los almendros aspiran el humo de los trenes,
las palmeras vigilan en lo alto,
y solemnes abuelos se quedan silenciosos
para escuchar el tren, ese largo fantasma
con su mercadería de sombras, el mismo tren de siempre
que alumbra desde nunca con su lámpara ciega
los rieles que no están y los puentes podridos.
Un día amanecimos sin almendros:
se aprovecharon de que estábamos dormidos
o viendo a las muchachas de setiembre
para aserrar los árboles,
atribulados árboles fabricantes de nueces.
Y ahora
ya pusieron el hacha en la misma raíz de las palmeras,
lo más real del sueño, la única verdad, lo único que queda.
Pero todo esto existe, vive, se repite.
Es como cuando a alguien
le amputan una pierna gangrenada
y veinte años después, o treinta años,
alguna noche gélida de luna
le duele nuevamente la pierna que no tiene.
Llorar por los almendros masacrados no sirve para nada,
nadie puede explicarle a los zanates,
nadie puede exigirle a los pericos que busquen otro sitio
donde poner sus nidos,
donde hacer su clamor, su emocionado escándalo
que mantiene despiertos a los hijos en sus huevos minúsculos.
Ni tampoco a esos pájaros extraños que ni siquiera hablan el idioma,
los fatigados pájaros que vienen de tan lejos,
pájaros extranjeros pintados de colores distintos,
insólitos turistas que cantan otras lenguas
pero habían escuchado hablar de todo esto,
y aprovechaban para poner aquí sus huevos mágicos.
Lo que pasa es que vienen las aves nuevamente
y ya no hay lo que había, ya no está lo que estaba,
y tendrán que hospedarse en los almendros que no existen,
hasta que entiendan y se desvanezcan
en la niebla terrible de los tiempos
junto con los vagones y maquinistas muertos.
BLACK IS BEAUTIFUL
¡Apagad esas luces!
¡Atrancad los portones,
las puertas,
las ventanas!
¡Cerrad, cerrad los ojos
con todas vuestras fuerzas!
Pero ni aún así
sabréis cómo era el negro
negro de mi niñez.
Con una sola vela
se alumbraba mi casa.
¡Lo demás era negro,
pero negro!
Pasaba el viento
negro
y las palabras que decíamos
eran como de barro:
pesaban tanto
que nadie las oía
sino tiempo después.
Sentado en una piedra,
mi observatorio,
yo
me enredaba en mi propia astronomía,
miraba las estrellas y callaba.
Casi ni los insectos
se atrevían a moverse;
pocos, muy pocos
fosforescían:
únicamente
los que llevan la luz en la cabeza
y van dotados
de finos instrumentos.
Ahora que en las noches
todo brilla y alumbra,
jamás, jamás sabréis
lo espeso y lo profundo
que era el negro en mi infancia.
Marco Aguilar
Profecía de los trenes y los almendros muertos
Nueva York Poetry Press, 2020