Marco Aguilar

Profecía de los trenes y los almendros muertos

 

 

 

 

PROFECÍA DE LOS TRENES Y LOS ALMENDROS MUERTOS

 

En mis diez años

eran las ocho en punto de la noche.

Quiero decir que todavía son

las ocho en mis recuerdos.

Una locomotora negra que no existe,

una fabricada de herrumbre enteramente y

llevada por ancianos iracundos sin ojos,

acelera con todo el corazón

sabiendo que la espera la gradiente del cementerio.

Y todo el pueblo queda estremecido

por la sirena lánguida y profunda que profetiza en el

paisaje amado.

Los almendros aspiran el humo de los trenes,

las palmeras vigilan en lo alto,

y solemnes abuelos se quedan silenciosos

para escuchar el tren, ese largo fantasma

con su mercadería de sombras, el mismo tren de siempre

que alumbra desde nunca con su lámpara ciega

los rieles que no están y los puentes podridos.

Un día amanecimos sin almendros:

se aprovecharon de que estábamos dormidos

o viendo a las muchachas de setiembre

para aserrar los árboles,

atribulados árboles fabricantes de nueces.

Y ahora

ya pusieron el hacha en la misma raíz de las palmeras,

lo más real del sueño, la única verdad, lo único que queda.

Pero todo esto existe, vive, se repite.

Es como cuando a alguien

le amputan una pierna gangrenada

y veinte años después, o treinta años,

alguna noche gélida de luna

le duele nuevamente la pierna que no tiene.

Llorar por los almendros masacrados no sirve para nada,

nadie puede explicarle a los zanates,

nadie puede exigirle a los pericos que busquen otro sitio

donde poner sus nidos,

donde hacer su clamor, su emocionado escándalo

que mantiene despiertos a los hijos en sus huevos minúsculos.

Ni tampoco a esos pájaros extraños que ni siquiera hablan el idioma,

los fatigados pájaros que vienen de tan lejos,

pájaros extranjeros pintados de colores distintos,

insólitos turistas que cantan otras lenguas

pero habían escuchado hablar de todo esto,

y aprovechaban para poner aquí sus huevos mágicos.

Lo que pasa es que vienen las aves nuevamente

y ya no hay lo que había, ya no está lo que estaba,

y tendrán que hospedarse en los almendros que no existen,

hasta que entiendan y se desvanezcan

en la niebla terrible de los tiempos

junto con los vagones y maquinistas muertos.

 

 

 

 

BLACK IS BEAUTIFUL

 

¡Apagad esas luces!

¡Atrancad los portones,

las puertas,

las ventanas!

¡Cerrad, cerrad los ojos

con todas vuestras fuerzas!

Pero ni aún así

sabréis cómo era el negro

negro de mi niñez.

Con una sola vela

se alumbraba mi casa.

¡Lo demás era negro,

pero negro!

Pasaba el viento

negro

y las palabras que decíamos

eran como de barro:

pesaban tanto

que nadie las oía

sino tiempo después.

Sentado en una piedra,

mi observatorio,

yo

me enredaba en mi propia astronomía,

miraba las estrellas y callaba.

 

Casi ni los insectos

se atrevían a moverse;

pocos, muy pocos

fosforescían:

únicamente

los que llevan la luz en la cabeza

y van dotados

de finos instrumentos.

Ahora que en las noches

todo brilla y alumbra,

jamás, jamás sabréis

lo espeso y lo profundo

que era el negro en mi infancia.

 

 

 

 

Marco Aguilar
Profecía de los trenes y los almendros muertos
Nueva York Poetry Press, 2020

 

marco aguilar portada

 

 

Marco Aguilar (Turrialba, Costa Rica, 3 de enero de 1944 – 3 de enero de 2022). Fue cofundador del Círculo de Poetas Turrialbeños. Realizó labores pe ... LEER MÁS DEL AUTOR