Marcelo Rizzi

Árbol sin raíz

 

 

 

 

 

GRAVEYARD SHIFT

 

De noche todas las ciudades son ilusorias, excepto

para los que cavan tumbas o abren surcos con lápices

y pinceles con tenaz devoción. Ah, el tamaño real de

sus frágiles corazones, vibran todos al ritmo de la única

canción del lugar: la que dice que se está siempre

a merced de poderes invisibles, perceptibles sólo

si se camina a tientas con pie sigiloso sobre ese hilo

hecho de babas de diablo y en la más densa oscuridad.

 

 

 

 

LA INSTANCIA

 

¿Qué otra cosa puede hacer un hombre con su

árbol derribado que dormir junto a él esa noche?

Es el pasaje perfecto de la vigilia hacia el sueño,

justo en el momento en que una luna menguante

se ordena con Júpiter y Marte y las estrellas del

sextante para crear la ilusión de un crucero sin fin.

Navegar hacia la instancia así, en la que espacio y

tiempo no tienen sustancia, el futuro es un parco

enunciado, el presente puro pasado sin devenir.

 

 

 

 

HARMONIA MUNDI

 

Eso que a veces percibís como una nueva

aurora, eso que llega a su fin aún poniendo

todos los relojes de la casa en hora, me lo

sé de memoria. No al polvo sino al caos se

retorna, con esa fruta macilenta en el plato

como verdad oscura, en forma de cruz los

brazos abiertos, en línea recta como por

un antiguo camino romano, y en los dientes

toda la arena de los mares de la luna.

 

 

 

 

REPETICIÓN E INDIFERENCIA

 

A cierta edad -casi siempre cuando es ya demasiado

tarde- uno descubre que es solo una imagen; que antes

de eso fuera quizá también un destello, una fugacidad,

un espejismo del desierto, portando en la piel el aroma

picante de espíritus luminosos por quienes se creyó

alguna vez conocer el oquedal de la nada, la ruidosa

materialidad del ser, la festiva agonía del instante.

Cosa bien diferente es la propia sombra, parecida

acaso a un fluido todavía sin nombre, que hace a

veces de golondrina o alondra, elevándose a los

cuatro cielos de un día soleado, para dejarse caer

luego como en picada y quedarse dormida junto

a nuestros pies.

 

 

 

 

LA MÚSICA DE LOS INTÉRPRETES

 

Ya no se recoge la cosecha al alba, se podría hoy decir.

Un día quizá nos dormiremos también para siempre con

ese ruido agudo de la finitud – todas las cosas unísonas

como trompetas de una victoria final y fallida. Sabido

es que desde siempre ha existido un puñado de hombres

equidistantes entre sí -las geografías aquí poco importan

pero es siempre una hora liminar del mediodía- que leían

un solo libro, como teólogos, todos a la vez. No es para

nada de extrañar que hoy los imaginemos tras las ventanas

sin abrir, tratando aún de descifrar el número de lo incierto

de toda colección impar, y que aquello que no leen quizá

determine también lo que sus ojos hoy recorren sobre

la página ya amarilla, sin otro rumor de fondo como un

arrullo amable o el del acúfeno de nuestro oído izquierdo

que nunca fue tan real.

 

 

 

 

NORTHERN LIGHTS

 

Esos rododendros morados que hoy vimos cuando

eran podados, fueron traídos dos décadas atrás en

un tiempo que nos parece irreal. Provienen del Himalaya,

dice el jardinero; en cambio los robles quizá fueran jóvenes

de no más de un metro y medio para el tiempo de Queen Ann.

Es extraño pensar en que todo haya sucedido sin nosotros hasta

que un día estamos aquí: de un instante a otro las cosas deciden

por sí solas justificarse, ocupar su exacto lugar – se vuelven de

repente el único idioma del mundo que hablamos, nos dice que

ya no hay peligro, que se han disipado los efectos de una noche

imposible, que está lista la luz macerada en estuches y cofres

para la primerísima aurora boreal.

 

 

 

 

ÁRBOL SIN RAÍZ

 

Mucho depende de lo que otros en nuestra

más profunda piel con sus dedos indaguen.

De allí que el encuentro de dos mundos tan

distantes entre sí produzca un chispazo, una

minúscula llamarada, y se desprenda una astilla

encendida de tiempo, que vuela por los aires

quizá como las ascuas de la primera fragua,

olvidando su origen, como un árbol sin raíz;

que luego con el frío de la noche se va disipando

al punto de desaparecer, como si no hubiera

existido jamás, en un cielo de biblias negras,

de señales ilegibles, de estrellas paganas que

una tras otra vemos desaparecer.

 

Marcelo Rizzi Nació en Rosario, Argentina, en 1961. Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de esa misma ciudad. Es poeta, traductor, Educador ... LEER MÁS DEL AUTOR