Cicatriz y otros poemas
Cicatriz
No hay costura que enmiende la rasgadura de mi pecho.
Hilos de colores ensartados en agujas desgastadas
caen sin remendar mi cuerpo, al intentar hilvanar
las grietas a las que he dado lugar entre mi carne.
Sábana empapada de culpa roja que no cae,
ni con tres lavadas de paciencia,
ni con el sermón que trae consigo la llamada
que ya no espero.
Colecciono mis muertes como si fueran mariposas,
me disuelvo en agua como medicina efervescente.
Pienso en bordados desprolijos: adornan la clavícula
y el escote sobrepuesto a mi piel insensible.
Soy marioneta ante el patronaje consciente,
el hábito premeditado murmura,
la línea en zig zag grita el cansancio
que cada punto ha intentado cubrir…
No más
Me enredo
en el caos natural de mis ataduras.
Las palabras se han vuelto
nudos en mi garganta
y he vuelto a soñar
con colibríes entre cipreses.
Bendito martirio,
maldita sanación.
Tres hojas caen
y es lo más claro que he escuchado en años.
Tres hojas caen
y aún no sé cómo coserme.
Tres hojas caen
igual que lo haré yo algún día.
Hoy, mañana, un mes.
No más.
Amalgama
Convertir el cuerpo en ritual insulso,
desmenuzar la carne en porciones diminutas,
apilar los huesos para reivindicar el olvido
y ocultar la ensoñación de miradas fijas.
En la alfombra, la silueta y lo que fue.
Las botas se hunden en la felpa, mientras
gota a gota
el alcohol intoxica mi error.
En esos ojos no existo
ni en los míos, en otro rostro.
Más uno
No me permito cruzar este limbo,
recito cada paso.
Dejo líneas a medias, me confundo en los carretes.
Escribo mis pensamientos;
hace tiempo no entiendo mi letra
todo es cíclico: busco fracturarlo.
Estoy absorta
y ausente en todas las miradas;
el reflejo en el cristal pasea por mi espalda.
No reparo en sus interrogantes.
Si hay marcas, las olas las tomaron.
—Inexistente camino—
La bruma me hace parpadear
aunque carezca de sentido.
Los pasos que anduvo dejaron de abrazarla.
Su nombre está en el papel
aunque no haya escrito nunca.
Ojalá
Inventar un lenguaje
donde mi desastre sea concepto,
como un presagio de la condena
que yace en mi nombre.
En mí convergen todas las hojas,
las arrullo dramática.
En cada camino hay otoño.
Me anochecen,
con las palmas burdas
y la sangre intacta.
Algo en mí lo recita a memoria,
no puedo negar mi naturaleza…
Me persignan como a quien han olvidado,
con la mano izquierda,
mis párpados se apagan y
mis letras toman un sentido periódico,
el concepto da a lugar.
Aliento
Aún tengo tu piel bajo las uñas,
y al girar, tus pasos se marcan en la grava,
no soy yo quien cierra la puerta
ni quien se esconde en el centro
En esta casa no hay ventanas, ni
fantasmas sin taxonomía.
Un dolo así no puede desanudarse,
más sencillo partir adioses
hasta regurgitar el cansancio de tus iris.
El vestido blanco, se tiñe de rojo en el pecho
y me acurruco en el corazón de las aves,
esperando tu voz:
casta esencia de amor fatal.
Aún tengo tu piel bajo las uñas,
no hay agua alguna que me borre tu pecado
ni la marca de tus besos.
Reloj
Que es la vida lo que me pesa tanto,
a lo que no puedo darle cuerpo.
Que no dejaré de hacerme diminuta
ni de combatir con el exilio que me he declarado.
Que sería más fácil sostenerme sin piernas,
porque las que tengo me sobran y exceden.
Que estoy febril y con el corazón desfallecido.
A mi espíritu nadie lo invoca.
Nadie cuida del cordero asustado,
de la niña que crece salvaje,
ni de su danza descalza, ni de la lluvia de las tormentas.
El sabor a muerte me inunda la boca.
Los lirios también se marchitan,
los ríos también se secan.
La queja
Aúllo quebrantada en un frenesí
que desafía mi presente.
Ruego me mutilen las ansias,
cancelen mis sonidos,
silencien mis recuerdos en otras vidas,
con otros dígitos.
Para qué tanta vida, dice Alejandra,
mi existencia se asegura por contradicción,
canta a mis penas un himno solísimo sin resucitarme
imploro que me mire por fin y me abra los brazos.