Manuel Vilas

Roma

 

 

 

DAVID

 

Afortunadamente mañana será domingo

y pronto me marcharé de aquí, y regresaré a Roma.

 

Me iré de Florencia aún más solo de lo que vine.

Eso si no me envenenan en este hotel donde me hospedo.

 

Hoy he ido a ver el David de Miguel Ángel,

no hay nadie tras su rostro, es un ser imaginario.

 

Yo, en cambio, fui alguien, un cuerpo que tuvo nacimiento

y tendrá muerte, cuerpo en donde la imperfección

de la vida edificó locura, desarraigo y miseria.

 

Él perdura y perdurará sin rostro y sin vida real.

 

Afortunadamente pronto me iré de esta ciudad tan cruel.

 

Me acuerdo de las uñas de sus pies gigantescos,

su sexo de proporciones angelicales, su orden,

su maravillosa presencia.

 

Mi presencia nunca fue maravillosa, pero fue.

 

Es bueno que exista el David de Miguel Ángel

aunque no haya vivido jamás.

 

Es anecdótica y prescindible mi vida

aunque es real, está siendo y tengo un rostro histórico.

 

Mírame, David, y mírate.

 

Yo me puedo mover, andar y reír.

Tú, no.

 

 

 

 

MARIELLA

 

Mariella me habla de Roma.

«En el camino de la noche

se vuelve otra ciudad», me dice

mientras con una sonrisa inmaculada

me coge del brazo.

 

«Debes pasear por ella a las dos o a las tres

de la madrugada,

o levantarte temprano,

a las seis o a las siete

y salir a sus calles».

 

Ojalá existieran los ángeles.

 

Mariella, no tengo edad para madrugar tanto,

o trasnochar tanto,

aunque me esperase el mismo dios,

que no existe,

mi cuerpo tiene sus rigores,

sus clausuras.

 

Ojalá existieran los ángeles romanos,

alas metálicas venciendo

a un cuerpo de nervios,

órganos y sangre.

 

Mariella, tú eres una mujer con suerte,

porque los estás viendo.

 

Ves a los ángeles en Roma serenar el cielo,

pasear por las calles en la madrugada,

sentarse en las escaleras de las iglesias.

 

¿Cuántas iglesias hay en Roma?

¿Existe ese número, alguien lo conoce?

 

Mariella, dímelo tú.

 

Cuánto pagaría el más exuberante de los ángeles

por tener tu sonrisa, Mariella,

porque tu sonrisa da la paz.

 

 

 

 

BRAMANTE

 

¿A quién recordaré

cuando esté a punto

de marcharme?

 

Es un enigma

que se resuelve tan solo

en el segundo que precede

a la gran oscuridad

en donde ya no hay enmienda

ni remordimiento.

 

Al fin verás ese rostro.

Y será tarde.

 

Noche romana

al lado del claustro

del Bramante,

dímelo ahora.

 

¿A quién amé?,

pregunto por las calles

de Roma,

peregrino de mi pasado

y no de estas santas iglesias.

 

Y si no hubieras amado a nadie,

contesta El Bramante.

 

 

 

 

VISTAS PANORÁMICAS

 

Desde el Gianicolo y el Fontanone,

me canso de ver tus vistas panorámicas,

Roma, como si me hubiera cansado

de ti, de verte desnuda todos los días.

 

Ya sabes que los amantes se cansan

con el tiempo y la rutina.

 

Eso me pasa a mí contigo.

 

Llevo varios meses viéndote desnuda.

 

Veo tus arrugas.

 

Me conozco tus miserias.

 

Contemplo que eres pobre.

 

Mala jubilación te dio la historia.

 

Escasa pensión te pasa el Imperio Romano,

el Renacimiento y el Fascismo.

 

Me recuerdas a mi familia,

a mi padre y a mi madre.

 

Mucho estilo y poco dinero.

Roma, eres mi padre y eres mi madre.

 

 

 

 

AMARCORD

 

Cerca de Porta Portese hay un cine humilde y discreto

llamado Sacher, un homenaje del propietario

de la sala a la famosa tarta austriaca.

 

He vuelto a ver Amarcord de Federico Fellini.

 

La vi en España hace cuarenta años, allá por 1980.

 

La película es la misma, pero yo no.

 

Ojalá la película fuese distinta,

y yo el mismo que la vio

por primera vez hace tanto.

 

El mismo que salió del cine deslumbrado

y con toda la vida por delante,

una vida sin estrenar, una vida sin error.

 

Salgo hoy del cine Sacher sin deslumbramiento alguno.

 

Está lloviendo en Roma, y las escenas memorables

de la película ya las he olvidado al minuto

de pisar la calle fría y mojada.

 

Eso es el envejecimiento, un arte mayor

de silencio y soledad,

de gélida austeridad en las pasiones.

 

Me espera en mi humilde apartamento

una cama grande, y un olvido aún más grande.

 

 

 

 

TERRAZA DEL GIANICOLO

 

Todas las madrugadas voy a verte,

con el toque de queda reinando en las calles,

esquivando a los carabinieri,

incumpliendo la ley de los hombres,

como en un sueño.

 

Si no te veo al amanecer me muero.

 

Concede a tus súbditos la buena muerte,

concédenos el premio de una consumación

distinta y distinguida,

llena de ángeles y leones y elefantes.

 

Sin nadie, con la epidemia

sustituyendo a dios en la catedral de San Pedro,

eres más mía.

 

Beso el aire del Gianicolo.

 

Eres el Santo Grial de los enardecidos.

 

Eres el triunfo de la muerte enamorada.

 

 

 

 

-Manuel Vilas
Roma
Colección Visor de poesía
España, 2020

 

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