Manuel Naranjo Igartiburú: en defensa de la Mística Negativa y Exilio de Omar Cáceres

Manuel Naranjo Igartiburú: poeta y doctor en ciencias humanas en defensa de la Mística Negativa y Exilio de Omar Cáceres

 

Por Fernando Arabuena

 

En Cauquenes, una quinta medianoche de julio de 1904, un día probablemente lluvioso nace Luis Omar Cáceres en la calle La Victoria, muy cerca de la iglesia redentorista en lo más alto de la provincia.

La telúrica geografía del lugar, ya en 1939 comenzaba a borrar caseríos que fueron desapareciendo con los terremotos siguientes. Así esa provincia primigenia ocultaría su fisonomía en el recuerdo, haciéndose cada vez más difuso y oscuro.

Como presagio de la tierra que lo vio nacer, la escritura de Cáceres se adentró en la incognoscible búsqueda de lo totalizante, donde sólo la poesía puede hurgar en los espacios oscuros de lo inefable, desbordando cualquier concepto o intento de representación.

Y nos dijo: “Así que no escribí, como le dije un día a un poeta, “guiado por el deseo de ESCRIBIR LITERATURA, afectación tan común en esta tierra, sino siguiendo impulsos irresistibles: la necesidad de definir, expresándolos, mis estados internos de ser y la VERDADERA situación de mi yo en el espacio y el tiempo…””

Ya en 1935, las vanguardias tenían dos direcciones: la de los poetas herméticos u oscuros y la de los luminosos. Los herméticos, prologados en la Antología de poesía chilena nueva (1935) junto a los surrealistas de La Mandrágora (1938). Y los luminosos encabezados por Parra.

En el Primer Encuentro de Escritores Chilenos de la Universidad de Concepción en 1958, Parra procuraban cultivar una claridad conceptual, formal y espontánea; una poesía diurna en contraposición a la poesía de la noche.

Pero la búsqueda poética de lo trascendente ya estaba desplegada, y bien lo explica el trabajo de Manuel Naranjo Igartiburú, Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y Doctor en Ciencias Humanas, quien devela la inmersión o descenso a la contradicción de Cáceres, donde todo lenguaje parece inadecuado para describir a ese Ídolo Ignoto de su poesía.

 

 

Como un estudioso de la profundidad de su obra, ¿Quién es Luis Omar Cáceres y cuál es su lugar en la poesía nacional?

Luis Omar Cáceres es desde mi punto de vista la punta de un iceberg que se mantiene prácticamente inexplorado hasta el día de hoy, salvo esfuerzos aislados por parte de la academia y el mundo editorial independiente: la de la poesía chilena que, renunciando a la transparencia del lenguaje y las tendencias de turno, ha decidido internarse en zonas desconocidas de la existencia, tomando así elementos de la filosofía, particularmente la metafísica, y de las religiones, pero en su dimensión interior o esotérica.

Digo la punta del iceberg porque si bien este tipo de discurso poético (plagado de alusiones veladas y símbolos) hace que su recepción sea mucho más difícil por parte de los lectores, Cáceres ha conseguido cierta visibilidad gracias principalmente a factores extraliterarios, me refiero a todas las leyendas que se han construido en torno a su figura desde su misma época a través de los testimonios de otros poetas (como por ejemplo que era violinista en una orquesta de ciegos o que quemó la mayoría de los ejemplares de Defensa del ídolo al advertir las erratas que tenía esa primera edición), convirtiéndolo en un paradigma de lo que se entiende por “poeta maldito” (rótulo que paradójicamente ha permitido que su nombre no se olvide, pero que ha desviado la atención crítica de lo que considero lo más importante, su obra misma). Suerte que no han tenido otros grandes poetas cuyas obras se mueven en las mismas coordenadas, tales como las de Olga Acevedo, Gustavo Ossorio, Jaime Rayo, Hugo Goldsack, Boris Calderón, Venancio Lisboa, Heriberto Rocuant, Juan Negro, Winétt de Rokha, Victoriano Vicario, etc. sino sólo hasta muy poco, cuando algunas de sus obras han sido reeditadas, sobre todo por sellos independientes y universitarios.

Con esto no estoy igualando o minimizando la obra de Cáceres, la que pese a consistir en un solo libro es por derecho propio una de las más personales, radicales y profundas de la historia de la poesía nacional, sólo estoy diciendo que esta es también un umbral hacia otras poéticas olvidadas que todavía están a la espera de ser redescubiertas si existe un interés por explorar más esta senda metafísica/esotérica. Hablo por experiencia propia: fue Cáceres y la impresión que dejó en mí Defensa del ídolo la que me hizo buscar más y conocer los trabajos de esos otros autores.

 

Luis Omar Cáceres se sitúa en la llamada segunda vanguardia, un poco invisibilizada por poetas de gran visibilidad pública, ¿Por qué aun así su obra se resiste al olvido?

Exacto, la obra de Cáceres se inserta en lo que algunos analistas (dentro de los que me incluyo) denominan Segunda Vanguardia, aunque otros prefieren englobar ese periodo bajo el nombre más general de Generación del 38. Y claro que sí, Segunda Vanguardia muy opacada por la Primera (la de Huidobro, Mistral, De Rokha, Neruda) tanto por la potencia de las propuestas de esos primeros poetas, como también porque se consideró erróneamente que esta sólo continuaba sumisamente las búsquedas y preceptos de la anterior sin aportar algo nuevo o propio (Defensa del ídolo es el vivo ejemplo de que eso no es así).

¿Por qué la obra de Cáceres se resiste al olvido? Mira, como ya lo insinuaba en la respuesta anterior, no soy muy dado a las idealizaciones, a romantizar la literatura. Si te dijera que ello obedece exclusivamente a su excelsa calidad poética o a su búsqueda radical en la que no temió sumergirse en territorios inciertos, te estaría mintiendo, si bien eso efectivamente es así. Muchos otros libros magníficos han sido devorados por la indiferencia y el olvido a lo largo de la historia, y salvo milagro o jugarreta del azar permanecerán así. En el caso de Cáceres esto no fue así por factores bien concretos que exceden muchas veces lo estrictamente literario, entre ellos, el hondo impacto que su obra generó en poetas contemporáneos y posteriores (el caso de Teillier, por ejemplo); la (excesiva) mitologización de su figura; su inclusión en la influyente y polémica Antología de poesía chilena nueva de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim; la reedición de Defensa del ídolo que el año 1996 hiciera LOM, permitiendo que nuevas generaciones conocieran su poesía; al interés crítico que esa reedición despertó (reseñas y estudios académicos como los de Marcelo Pellegrini, Miguel Gomes, María José Cabezas Corcione, etc.); y a esfuerzos de personas como tú Fernando, que desde la Casa de la Cultura de la natal Cauquenes, llevan a cabo actividades que mantienen viva su memoria y legado.

 

El neoplatonismo, Dionisio de Areopagita, San Juan de la Cruz, ¿Cómo nos revelan la búsqueda de Defensa del Ídolo? 

Esto da para largo, pero haciendo una síntesis bien apretada te puedo decir que mi propuesta de lectura para interpretar Defensa del ídolo es demostrar su ligazón con la llamada Teología Negativa o Apofática, base de la mística cristiana, la que cobra forma definitiva en los planteamientos de Pseudo Dionisio Areopagita, probablemente un monje de origen sirio que vivió en torno al siglo VI d.C., quien reuniendo en su obra elementos del neoplatonismo y el cristianismo ya esbozados antes por Gregorio de Nisa, habla de un Dios sin verdad y de la hipernegación como la mejor manera para referirse a Él (la que consiste en un abandono de todos los conceptos interpretativos; en un desconocimiento, una kénosis, un no-saber). Juan de la Cruz en ese sentido es solo uno de los herederos y continuadores de esa desconocida y resistida línea teológica junto a muchos otros místicos, tales como Meister Eckhart, Nicolás de Cusa, Angelus Silesius, etc.

Esta conexión (que advertí con sorpresa en un primer momento al notar que Cáceres utilizaba en sus poemas similares estrategias discursivas) se manifiesta de distintas maneras, entre estas, la misma visión de lo divino como lo radicalmente Otro, como aquello que rebasa cualquier concepto e intento de representación; el uso continuo de la negación, la paradoja y la contradicción que enfatiza la inadecuación de todo lenguaje para capturar la trascendencia divina; y la progresiva disolución del sujeto como reflejo de su inmersión en lo incierto, que es donde se halla sin encontrarse el verdadero sentido de todo, paradójicamente.

 

En esa búsqueda que abandona la significación por lograr un símbolo más alto, ¿A qué regiones pretende llevarnos el poeta?

De acuerdo con esta lectura, el propósito de Cáceres en Defensa del ídolo es lanzarse y lanzarnos a un inquietante territorio donde se está sin estar y del que nada se sabe y puede decirse con tal de que experimentemos la extrañeza sin poder reducirla o suprimirla, radical experiencia de sustracción y desligamiento que sería paradójicamente el verdadero camino que nos reconduciría a lo divino, a lo que está más allá de todo.

 

¿Nos podrías hablar de algún poema a la luz de tus estudios?

Claro, de los versos finales de “Mansión de espuma” (el primer poema del volumen) que me parecen súper reveladores de todo lo anterior, puesto que en ellos no sólo se sintetizan con claridad las razones que detonan la inmersión del sujeto del discurso en lo desconocido, sino que también cómo se denominará (y concebirá) a lo divino: “Ídolo ignoto. ¿Qué he de hacer para besarlo?/ Legislador del tiempo urbano, desdoblado, caudaloso, / confieso mi autocrimen porque quiero comprenderlo”. Estos versos –claves para la configuración y comprensión del texto– confirman que el viaje propuesto en Defensa del ídolo que inaugura este poema es una peregrinación o trayecto mediante el cual se pretende restablecer el vínculo roto o interrumpido con Dios (un ídolo es en su definición más simple la imagen de una deidad a la que se adora puesto que contiene una verdad), intento de religación que no se afinca en ninguna convención religiosa en particular que pudiera condicionar la visión y comprensión de lo trascendente y que es fruto de una introspección radical y libre en la que se hace evidente la escisión entre el sujeto y lo Único que constituye su verdadero hogar.

Pero ¿por qué el sujeto del discurso decide utilizar finalmente un concepto “estable” y “cerrado” como el de “ídolo” para referirse a lo divino y no otro que diese mejor cuenta de su radical otredad? Esta elección en una primera lectura no deja de sorprender, en especial si se considera que el ídolo es literalmente comprendido como “lo que se ve” (eidôlon), como lo representado y fijado por la mirada misma y por ello el fin de toda transparencia, de todo desbordamiento de lo visible hacia un más allá. ¿Por qué no usó por ejemplo el concepto de “ícono” que contrariamente acomete su representación de lo divino intentando volver visible lo invisible, en la medida en que convoca la mirada a sobrepasarse sin fijarse jamás sobre algo visible, pues lo visible no se presenta sino como paso a lo invisible?

Respuesta: porque esta “idolización” conceptual de Dios (propia por ejemplo de aquella “ciencia” teológica cristiana –como la de Tomás de Aquino– que cree que éste es representable como objeto de la metafísica), le permite a través de su posterior negación o destrucción socavar esa concepción racional y pretenciosa de lo sagrado y demostrar la imposibilidad de reducir a Dios a nuestros esquemas de comprensión metafísica bajo la forma de una representación concreta y lógicamente establecida, realizando así un procedimiento similar a la hipernegación dionisiana. Es decir: el sujeto del discurso primero nombra o se refiere a Dios a través del concepto de “ídolo”, a continuación niega o anula las características recién expuestas de éste por medio del adjetivo “ignoto” que lo acompaña, tensión irreconciliable entre ambas maneras de dar cuenta de lo divino que hace imposible llegar a una síntesis final y que invita a pensar en un Dios inconcebible e inefable, que si bien es la causa y fuente de todo, se muestra irreductible ante nuestras categorías de pensamiento al estar más allá de la afirmación y la negación, de la presencia y la ausencia.

El “ídolo”, al ser una imagen específica y delimitada de lo divino, es un fin en sí mismo; si bien su esplendor fascina y cautiva la mirada precisamente porque en él no se encuentra nada que no se deba exponer a la mirada, hace que su contemplación se detenga y agote en él, impidiendo que la mirada “penetre ya las cosas ni las vea en su transparencia” (Jean-Luc Marion). En ese sentido, que este “ídolo” sea “ignoto”, o sea desconocido y por tanto invisible, contradice y desbarata tal concepción, relativizándola. Así, esta figura operaría igual que un oxímoron.”

 

 

 

Manuel Naranjo Igartiburú

 

Manuel