

Presentamos tres textos claves del legendario poeta chileno.
Manuel Magallanes Moure
De mis días tristes
Quedo, muy quedo penetré a tu alcoba
y ahogando el rumor de mis pisadas.
Avancé…
Ya la luz desfallecía.
El aposento sumergido estaba
en una claridad tenue y dudosa;
y era esa claridad así tan lánguida
como la suave luz de tus pupilas
cuando mi boca febriciente y ávida
muerde la dulce carne de tus labios…
Entonces languidecen tus miradas
con desfallecimientos de crepúsculo.
En el limpio cristal de la ventana
agonizan reflejos purpurinos
y las sombras germinan en la estancia.
como un florecimiento de tristezas
en los pliegues recónditos de un alma.
Flota un vago perfume… Así el perfume
de tu alma de mujer enamorada.
Así tan leve, así tan vago… Acaso
este perfume delicioso es tu alma!
Acaso este perfume es el espíritu
de aquellas pobres rosas deshojadas
que por buscar el sol del vaso huyeron
y sin sol se quedaron y sin agua…
Acaso este perfume delicioso
así tan leve, así tan vago, es tu alma!
Aquí la mesa pequeñita en donde
llorando escribes tus amantes cartas:
allí tu traje rosa, cuya seda
el tibio aroma de tu cuerpo guarda;
allá en el muro, hundida en la penumbra,
la silueta borrosa de una santa;
acá el vacío espejo de Venecia
como un pozo de sombra, y de la estancia
en un ángulo oscuro, el blanco lecho,
como un altar de albura inmaculada!
De rodillas caí junto a aquel lecho
y convulso de amor besé la almohada,
y el tibio aroma de tu carne virgen
busqué, besando las revueltas sábanas
que ajé ardorosamente en mi locura…
Y hallé las dulces huellas que buscaba
y el tibio aroma de tu cuerpo amado
llegó hasta el fondo mismo de mi alma.
Y lloré de placer y de amargura,
y amoroso besé, mordí con rabia
y fue un delirio enorme y angustioso…
Temblé.
Miré en redor y mi mirada
se hundió en la negra sombra de la noche.
Sentí fuego en los ojos… Eran lágrimas.
Tambaleando salí, como un demente,
y abierta y sola se quedó tu estancia…
Nadie ve, ni tú misma…
Como el rayo de sol que envuelve al árbol
y que hace florecer todas sus ramas;
como la onda de agua cristalina
que da al rugoso tronco fresca savia,
así en redor de mí, como un divino
efluvio que hace florecer mi alma,
así como la onda cristalina,
dándome un vigor nuevo estás, mi amada.
Como la flor su aroma, como el rayo
de sol su aura ardiente, como el agua
su frescura vital, así te llevo
conmigo, así de mí nunca te apartas.
Ante mi vista erguida te hallo siempre,
siempre estás al final de mis miradas:
te ven mis ojos cuando estoy despierto,
y si dormido estoy te ve mi alma.
Aunque nunca se unieron nuestras bocas
y nunca nuestros brazos en guirnalda
de amor entrelazáronse mis labios
están sobre tu boca perfumada
continuamente. Nadie, ni tú misma,
nadie ve con qué dulce, con qué blanda
suavidad van mis labios oprimiendo
tu boca tan pequeña y tan amada…
Nadie ve, nadie ve cómo rodean
mis brazos tu cintura delicada;
cómo mi cuerpo roza el cuerpo tuyo,
cómo te estrecho a mí, cómo te palpan
mis manos temblorosas. Nadie advierte
cómo, ávido de ti, caigo a tus plantas!
Nadie ve, ni tú misma, que te adoro
con toda la ternura de mi alma…
Mañana gris
Flota la niebla sobre el mar.
Flota la niebla
y es como un sueño blanco y misterioso
vagando sobre un alma entristecida;
como el vapor de un sueño melancólico
al aclarar de un triste día.
Flota
la niebla.
Sobre el mar la niebla es como
un ensueño flotando sobre una alma:
un ensueño muy íntimo, muy hondo
y muy blanco, por cuya blanca bruma
fuera temblando un desfilar borroso
de pensamientos tristes, como sombras
al través de la niebla; y en el fondo
de aquel ensueño blanco, lentas, lentas
van las barcas. Aquellas que ni al soplo
del viento, ni al empuje formidable
del vapor abandonan su reposo.
Aquellas que se mueven solamente
cuando se arquean los fornidos torsos
de los barqueros, y los remos se hunden
en el inflado vientre tembloroso
del agua.
Van las
barcas y el prodigio
de la niebla agiganta sus contornos.
Envueltas en la bruma van las barcas.
Van como pensamientos dolorosos
que huyeran al través de un sueño blanco.
Y mudas como en un cinematógrafo
se encogen y alargan las siluetas
de los que van remando con monótono,
pausado compás.
Aquellas barcas.
con su deslizamiento silencioso,
parecen los espectros de las naves
que el océano atrajo hasta su fondo.
Son como lenta procesión de sombras
tras la bruma de un velo tembloroso.
Del blanco abismo de la blanca niebla
se escapan grifos prolongados, chorros
de sonidos que vibran en el aire
con rumor de aletazos. Un sonoro
silbido arranca y de onda en onda vuela
como un grito salvaje.
Sobre el dorso
del infinito mar, la blanca niebla
duerme su sueño inmóvil.
Poco a poco
se deslizan las barcas como espectros
al través de un ensueño melancólico.