Manuel Iris

Variaciones contra la niebla

 

 

 

 

Variaciones contra la niebla

 Para mi abuela

I

Estoy mirándote, olvido.
Estoy mirándote dejarla sola.
Estoy mirándote rodearla
de amorosa gente
que no puede recordar
y que la llaman madre, abuela,
corazón.

Estoy mirándote
convertirla en isla.

 

II

No te detiene el mar, olvido.

No te frena el amor,
los sitios cotidianos,
los nombres de sus hijos.

No te frena el poema.

No te detiene el alma.

 

III

Se sienta en la terraza y mira al cielo.  Disimula
que trata de recordar.

La tomo de la mano y le pregunto

¿Sabes quién soy, Amor?

Y me contesta

no, pero te quiero mucho.

Y eso me basta.

Es suficiente.

 

 

Acordes

Nadie habita una ciudad
sino algunos lugares,
el aroma de ciertos condimentos.

Nadie habita el amor
sino un rostro de perfil
bajo la luz de las cinco de la tarde.

Nadie habita la vida
sino ciertos instantes
cuyo significado no hace falta explicar.

Nadie habita la muerte
sino un largo misterio, perfecto
como la música.

 

  

Grito de guerra

Para Víctor Vimos y Fernando Trejo,
sonrientes soldados de la misma batalla

Contemplando el mundo temerariamente
por la ventana de un estudio en que conviven
Lautremont y muñecas,
Apollinaire y juguetes,
declaramos
melancólicos y triunfantes:

ya no seremos
poetas malditos.

Se nos hizo tarde para morir jóvenes
y nos sorprendió el amor.

Escribimos y leemos
desde lo alto de una bella
torre de legos
que nos hace pensar en las del castillo de Duino
y en nuestra vida de humanos militantes,
de correligionarios de trasnochar sin vino
en este templo consagrado
a Verlaine, Baudelaire y Rimbaud
pero también
a la voz de nuestros hijos
a la risa de los juegos
y el olor del pan tostado en una casa
en que suceden cotidianamente
la epifanía de la muerte
la enfermedad, el silencio,
la lentitud y el espanto: aquí escribimos
el ocupado tiempo
de tanta luz entrando por las horas
y el temor de que todo, como todo
termine.

Cada espacio del mundo engendra una verdad
y cada verdad al poeta que la invoca.

El barco ebrio
nos pasó de largo:

ya no seremos
poetas malditos.

Y no pasa nada.

 

 

Monólogo de una pluma tirada en el piso

Para Cassius y Jonah

En mi centro
guardo el aire de la altura,
el sonido del viento entre los edificios
de esta ciudad de árboles domesticados.

Ignorada por los hombres, recuerdo que cantaba,
que mi cuerpo se elevaba al empezar el día,
que tuve largamente la ciudad a mis pies
y la abandoné sin tregua.

Recuerdo el miedo y la espera:
lluvia y relámpagos prohibiendo el cielo,
prometiendo frutos.

Lo que eran humanos: ciegas hileras
de ruido inexplicable, artificiales
como sus casas.

Ahora caminan junto a mí mientras el viento,
antes mi aliado, me arrastra por el polvo.

Tal vez un niño me recoja
para jugar conmigo.

En ese instante, por lo que dure ese instante
volveré a volar.

 

 

Elegía y bienvenida para mi padre,
a cuyo entierro no pude acudir  

Siempre tuve miedo de escribir

hoy desperté, Papá
en un mundo en el que ya no existes

pero resulta que a veces la muerte
es el consuelo de los inmigrantes:

hoy superamos el teléfono
y los aeropuertos.

Hoy entras a mi casa.

Quizás por eso
tengo miedo de volver,
de ver la tarde
sin que tú la ocupes.

No quiero ver tu tumba.

No quiero que tengas
una tumba

pero voy a ir,
voy a mirarla y después
voy a seguir hablando
contigo.

(Ahora que escribo
soy de nuevo el niño
que levanta su mano
buscando la tuya.)

Papá,
esta mañana
no te despertaste
y yo no me despido:

hoy entras a mi casa.

 

 

-Los presentes poemas forman parte de un libro titulado Lo que se irá,
próximo a publicarse en Estados Unidos.

Manuel Iris (México, 1983). Poeta mexicano radicado en la ciudad de Cincinnati, Ohio, Estados Unidos, de la que fue nombrado Poeta Laureado en abril de ... LEER MÁS DEL AUTOR