La confesión del Inca
LA SOMBRA DE HUÁSCAR
En su lecho, prisionero,
Yace Atahualpa dormido;
Mas despierta, se incorpora,
Arrojando al aire un grito.
-«¿Quién me toca con sus manos?
¿Quién me llama con gemidos?
¿Qué visión de los sepulcros
Turba mi sueño tranquilo?»
-«Quien te llama y te despierta,
Quien suspira en tus oídos,
Es Huáscar ¡ay!, es tu hermano,
Es el cadáver del río.
En vano sueñas rescate
Y el real poder antiguo;
De mí piedad no tuviste,
No la tendrán, no, contigo.
A la tierra de los muertos
Pronto irás, bastardo inicuo:
Atahualpa, fui delante
Para enseñarte el camino».
La adusta sombra de Huáscar
Se disipa de improviso;
Atahualpa se estremece
De mortal escalofrío.
LA APARICIÓN DE CORAQUENQUE
Es la fiesta del Intip-Raymi.
No luce aún el Oriente,
Y ya el Inca se apercibe
Al holocausto solemne.
En pompa regia, descalzo,
Con su estirpe y sus mujeres,
Deja el regalo del sueño,
Deja la paz de su albergue;
Y, en la antigua, extensa plaza
Bajo emplumados doseles,
Aguarda mudo y contrito
La luz del Padre celeste.
Adelgázanse las sombras,
Y un albor dudoso y tenue
Nace, vacila y se ensancha
Del Oriente al Occidente.
Asoma el Sol, y sus rayos
En hilos de oro descienden
A inflamar los hondos valles,
A fundir las altas nieves.
Todos gritan fervorosos,
Todas las manos suspenden,
Y a la región de las nubes
Lanzan ósculos ardientes.
Todos dilatan los ojos
Y la luz primera beben,
Como un sediento devora
El humor de viva fuente.
Y, entre músicos acordes,
Consagran himnos y preces
Al Padre eterno y fecundo,
Al dador de inmensos bienes.
Coge el Monarca en la diestra
Un vaso de oro luciente,
Y, de ofrenda al Sol divino,
La espumosa chicha vierte.
Coge a par en la siniestra
Un vaso de oro luciente,
Y el licor sabroso escancia
A sus hijos y mujeres.
Todos liban; y retumba,
A son de música alegre,
El lejano clamoreo
De los nobles y la plebe.
Mas, de súbito, al bullicio
Quietud profunda sucede
Y al regocijo y contento,
El espanto de la muerte.
Es que asoma por las nubes
Y en vuelo tácito y leve
Gira en torno de la plaza
Un hermoso Coraquenque.
Hacia el Príncipe heredero
Vuela el pájaro tres veces,
Y con dos pintadas plumas
Adorna al mozo la frente.
Triste fue la magna fiesta,
Que, a la luz del Sol poniente,
El Monarca ya dormía
En los brazos de la muerte.
LA CONFESIÓN DEL INCA
-«Sol, padre fiel de mis padres,
A ti me acuso contrito:
Oye, y lava mi pecado:
Di veneno al hijo mío».
Dice el Inca; vuelve el paso
A las márgenes del Tingo,
Lava su frente y sus manos,
Y prosigue en alto grito:
-«Dije al Sol mi enorme crimen,
Recibe el crimen, oh río:
Ve, y sepúltale en el fondo
De los mares cristalinos».
Oye al Rey culpable un cuervo,
Y se aleja en raudo giro,
Y por campos y ciudades
Va diciendo en su graznido:
-«(Horror, horror al Monarca!
Es horrendo su delito.
El Monarca es filicida:
Dio mortal veneno al hijo».
Y en la choza y el palacio,
Y en la ciudad y el retiro,
Incansable grazna el cuervo:
-«Dio veneno el Rey al hijo».
-«(Muerte al cuervo, muerte al cuervo!»
Grita el Rey tremante y frío;
Y el negro pájaro muere
De mil flechazos herido.
Mas, de entonces, el Monarca
Vive mudo y pensativo,
Que la voz tenaz del cuervo
Repercute en sus oídos.
LOS AMANCAES
I
Fuimos siete adolescentes,
Siete Vírgenes del Sol,
Que manchamos la inocencia
Con la culpa del amor.
Siete Príncipes hermanos
De invencible y dulce voz,
Cautivaron con su hechizo
Nuestro frágil corazón.
Perecimos en las llamas,
Y el benéfico Hacedor
En humildes, tiernas flores
Compasivo nos trocó.
II
Fuimos siete adolescentes,
Siete Vírgenes del Sol,
Y amarillos, solitarios
Amancaes somos hoy.
A los Príncipes llamamos
Con eterno y casto ardor,
Que si perdimos la vida
No perdimos la pasión.
En el día y en la noche,
Con las ansias del amor,
Esperamos, esperamos,
Y Ellos (ay! no vienen, no.
ORIGEN DEL ORO
Sacrifica el Rey anciano
Un llama negro y lustroso,
Y hacia los cielos eleva
El corazón y los ojos.
-A ti, Sol inmaculado,
Padre fecundo de todo,
A ti consagro la ofrenda
De mi culto fervoroso.
En vano tribus salvajes
Adoran sierpes y monstruos:
Yo mi único Dios te aclamo,
Yo te venero y te adoro.
-«Tú, que primero me adoras,
Dice el Sol, oh Rey devoto,
Padre serás de un Imperio
Rico, vasto y poderoso.
Si me ofreces negro llama,
Te doy inmenso tesoro,
Que hará tus hijos potentes,
Que hará tu Reino famoso».
Llora el Sol en larga vena,
Y tierras, lagos y arroyos
Beben con sed insaciable,
Que sus lágrimas son oro.
ORIGEN DEL RÍMAC
I
El viejo Rey de la Costa
Atribulado camina,
Que desoló sus regiones
Interminable sequía.
Con su prole y sus mujeres,
Domeñando la fatiga,
Va de ardientes arenales
A nevadas serranías.
-«No los Andes trasmontemos,
Que en las nieves de sus cimas,
A mi pecho falta el aire,
Falta el calor a mi vida.
Hijos, abrid en las rocas
Profunda cueva sombría:
Quiero tener en su fondo
Mi sepulcro y mi guarida».
Desciende a cueva profunda
Y allá, del fondo, suspira:
-«Con peñasco inamovible
Emparedad la salida».
II
El viejo Rey de la Costa
Siglos de siglos habita,
Sin que el sueño de la muerte
Cierre nunca sus pupilas.
Y soterrado en las sombras,
Llora tanto noche y día,
Que el torrente de sus ojos
Por grietadas peñas filtra:
A las tristes pampas lleva
El torrente la alegría,
Lleva el agua que es la madre
Misteriosa de la vida.
Si la nieve del Invierno
Amortaja las colinas,
Merma el agua del torrente,
Que el antiguo Rey dormita.
Mas si el Sol de Primavera
Candentes rayos fulmina,
El antiguo Rey despierta
Llorando a lágrima viva.
EL LLORA-MUERTO
I
Pierde a su Amada el Inca,
Y ya, de aquel momento,
No hay en su alma reposo,
En sus párpados sueño.
-«No cantes, oh Poeta:
Voces lúgubres quiero
Que de pena y angustia
Despedacen mi pecho»
-«Hay, Rey, en tus dominios
Un pájaro siniestro:
Su voz quebranta peñas,
Se llama el Llora-muerto»
-«Volad, oh mis vasallos,
Por llanuras y cerros,
Por valles y montañas:
Coged el Llora-muerto»
II
Fieles indios recorren
Los ámbitos del reino,
Y cazan en las selvas
El pájaro siniestro.
El pájaro se queja,
Y, a su primer acento,
Lanza el Rey de los Incas
Un grito lastimero.
El pájaro se queja,
Y, a su segundo acento,
Llora el Rey de los Incas
Dos lágrimas de fuego.
El pájaro se queja,
Y, a su tercer acento,
Queda el Rey de los Incas
Mudo, inmóvil y muerto.
EL AMOR
Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?
Si eres un mal en el terrestre suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?
Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?
¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?
AMAR SIN SER QUERIDO
Un dolor jamás dormido,
una gloria nunca cierta,
una llaga siempre abierta,
es amar sin ser querido.
Corazón que siempre fuiste
bendecido y adorado,
tú no sabes, ¡ay!, lo triste
de querer no siendo amado.
A la puerta del olvido
llama en vano el pecho herido:
Muda y sorda está la puerta;
que una llaga siempre abierta
es amar sin ser querido.