Piedras Rodantes
Gatos
I
Los gatos chicos a veces mueren
apretados en el hocico de una perra
y parece que juegan
y mueven la colita
pero se están muriendo.
Hacen globitos con la sangre
mientras la lengua arranca
y un sol lúdico tironea su sombra.
El gatito se inclina
proyectando desde los ojos
una noche que se desmenuza
que cae en pedazos toda roñosa
y el cucho reventándose
trata de alcanzar un sol que se inclina
que cae en una noche pataleante
entonces hace como si se ahogara
mientras fermenta la noche
en un día lleno de sol
que cae duro en los techos
en sus ojos vidriosos
y el gato es extinguido
sacado fuera de lo real.
IV
Hey, malú, asume la vida de gato
que te toca saltar de techo en techo
porque ni siquiera un poco de sol
los hará volver
porque no nacimos para dar
pero tampoco para recibir
hay que asumir el costo
te estás chalando
nada te llena
y el hastío te agarra de espaldas
por eso le seguimos el juego
a los imbéciles
y corremos en esta carrera de equinos
de mala sangre
cuando el poeta canta su bar cecil
y Dios le guiña un ojo
y por el otro le cae un goterón de tinto
de aburrido tinto.
Hey, malú, nace una estrella
nadie quiere el nobel
pero se mueren de sólo pensarlo
los poetas se odian
toman juntos pero se odian
a quién le importa
que se maten
que se tengan pica hasta la muerte
total, de todas maneras
no tenemos quien nos abrace
porque los gatos se retiran de noche
quién sabe dónde.
Hay que asumir, pendeja
que estás sola
que te bailas un rock
para quitarte las ganas –tú sabes de qué–
porque de tanto perraje patriarcal trompeteado
estás hasta la tusa
y ellos siguen tirándose a partir
prejuiciados
amablemente discrepantes
hey, malú una raja, qué te importa
si ni siquiera encuentras algo que te importe
por eso callas y luego ríes
porque nadie te llena el hoyo,
ni el vino
ni los machitos
ni mirar sus traseros sin forma
no te queda más que caminar borracha
y llegar borracha a tu home
piedrita mendiga.
(De Piedras Rodantes, 1988)
Todas estas mujeres salen cubiertas de pieles de la ópera, yo escucho a Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, escribiendo estas cosas que no sé qué son, ni para lo que podrían servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que leer o arrojarse en una butaca a ver un buen film, no intento conmover a nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este apartamento sin ninguna compañía. Des la ventana los veo caminar enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad.
En sus adaptadas caras los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que los mantiene vivos, si no los viera felices cuando el tiempo se invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo del frasco un par de pastillas y me hecho a dormir.
***
Santiago en ruinas, abril de 1992
No necesito nada más esta noche,
No quiero oír viejas anécdotas de poetas.
No sé si veré el futuro, si al menos
lo veré pasar por estos ojos.
Espero en la única gloria de los castrados.
Me abandonaré al silencio,
como un criminal abandona las armas y el placer
de la sangre.
(De Dame tu sucio amor, 1994)
Afuera daba vueltas un farol rojo y el letrero se caía a pedazos como de boite de mala muerte, como si fuésemos a estrellarnos contra la muerte, el hombre sacó una pequeña llave. Ladraban los perros, y el hombre nos condujo hasta un cuartucho que no volveríamos a ver, encendimos la tv y unos porros, luego me fumé un cigarro detrás de otro, uno detrás de otro y te contemplé hablar y hablamos del cuartucho, de la cojera del hombre, nuestra propia cojera, de la noche que corría con una prisa extraña, las nubes pasaban rápidas, azulosas, violáceas, como golpes de la vida, como si nos fuésemos a golpear contra la vida, el hombre trajo dos cafés que se enfriaron sobre el velador, en un rincón del cuarto quedaban los restos de una fiesta que otros dejaron, qué ganas de tomarme un trago, te dije, tú te acercaste lentamente, al contrario de las nubes, al contrario de la noche que corría aprisa, al contrario de los perros que no dejaban de ladrar, de vez en cuando se callaban, y se callaban hasta que las luces de un automóvil se estrellaba contra los vidrios y encendía el cuartucho que dejaba ver tu cuerpo y luego venían las sombras que te cubrían, lejos de casa, tan lejos de casa y en la radio con las pilas medio muertas la Janis cantaba bye, bye, baby.
(De Hija de perra, 1998)
Este perro me ve como si mirara a dios, no sabe que soysoysoy un dios de la nada. Pone sus ojos suplicantes en mí, y mueve la cola, mientras le arranco como un diosdiosdios la garrapata que chupa de su cuello. Como si fuese una amante digo fuera, fuera de su cuerpo de perro. Él recuesta su cabeza en mi regazo, como yo pongo estos ojos cuando están hartos sobre el mar y dejo que me meza su danza espumosa, azul, brillante.
En el mar, no hay gentes como nosotros.
No hay sitio en la tierra ni en el mar, para gentes como nosotros.
Al lado del carril de la vida pasa el futuro alocado
Los sueños que vimos naufragar florecerán para otros,
y caminarán como nosotros entre la jauría,
y postes esqueléticos de luces que se apagan
y conocerán de esperanzas tratadas a puntas de pies,
y la flor de la pregunta
cuando llueva y haga frío,
les florecerá de pena
y en el aire se dejará oler fresco
el aroma de las murallas mojadas del alma
La vieja historia de nacer soñando y morir
con el rabo pelado
¿Te acuerdas de cuando el horror se apoderó de nosotros,
y el silencio tenía un sonido de botas miserables?
Escuchábamos a Charlie Parker,
recitábamos de memoria a la Mistral
y nos reíamos de nuestros necios congéneres.
La vida que pasa segura sabe que sobrevivimos,
Por eso nos sentamos a ver brillar el cielo
y toda su orquesta de vidrios.
(De Nada, 2003)
J.P. Junior
Junior se inventó el J. P. antes del Junior.
Lo sé porque dejo pasar unos meses y le vuelvo a preguntar y me dice que se llama Juan Pedro, otras, Josef Paul, o Jeremías Prudencio… J. P. dice cualquier cosa.
J.P. tiene piernas sólo hasta las rodillas. Luego lo sostienen unos maderos sin músculos, ni carnes. Ya casi no puede moverse. Por eso se pasa la mayor parte del día sentado contándonos historias, cosas que tal vez ocurrieron pero que la memoria siempre deforma.
Cuando nosotras no lo miramos, él saca unos bastones de debajo de la mesa que tiene a su lado, cubierta con un fino mantel que nuestra madre le bordó. Nosotras sabemos que cuando J. P. quiere levantarse debemos mirar al techo, o hacia el lado, lo suficiente como para dejarlo sacar sus bastones e incorporarse con la dignidad de no ser observado en su ruina ávida de equilibrio.
J.P. no pudo jamás sobreponerse a la desgracia de haber perdido sus piernas.
El decía que las había olvidado en alguna parte. Que una mañana al levantarse, llegó hasta el baño, se cepilló los dientes y al mirarse la cara al espejo como todas las otras mañanas -esa bienvenida a la realidad de verse una arruga más, que constata la sobre vivencia de los días recientes y de esos ya tan alejados y poco probables-. Estaba meditando estas cuestiones matutinas cuando se dio cuenta que no tenía las piernas.
Así se pierden las cosas, nos dijo.
Un día, de pronto, ya no están.
Mi hermana y yo
Mi hermana y yo siempre estuvimos unidas.
Era lógico para mí estar a su lado.
Una era parte de la otra.
Jamás pensamos en separarnos hasta que mi hermana me dijo que le había escuchado a nuestro padre entre sollozos, decir que éramos un monstruo.
Entonces lo pensé. Somos un monstruo.
Arrastramos nuestros bototos hasta el cajón de las fotos. Y nos pusimos a observarlas.
La anterior es cuando estábamos por cumplir un año.
Ésta fue tomada el año pasado. Una tarde que nuestro padre llegó tarareando un bolero de los Cuatro cuartos, y quiso tener un recuerdo de nosotras.
Mi padre decía que mi hermana era dueña de nuestro corazón, porque es la que siempre sonríe en las fotografías.
Yo soy india. Creo que el clic de la cámara me roba algo que no alcanzo a definir.
Lo que siento, pienso, recuerdo, duelo, gozo, en ése momento exacto quedará plasmado en un papel. Una parte mía quedará cautiva para siempre.
No la borroneará el recuerdo, ni la deformará el olvido.
(De Bracea, 2007)