Mahfud Massís. Océano abierto

Presentamos dos textos del renombrado autor chileno pertenecientes a su poemario El libro de los astros apagados (1965).

 

 

 

Mahfud Massís

 

 

Océano abierto

 

Abrid la tierra. ¡Sacadle! Mirad el oro de sus dientes,

y ese aire huacho, como de caballo de otro mundo,

las grandes aletas con que se agitaba el pensamiento, invocando a los augures;

pero aunque fuese la mitad de su espectro, una flor,

una mosca de su esqueleto, todo basta

para el velamen de este barco de piedra hacia lo desconocido.

Es posible llorar un madrigal, quemarse la cabellera,

caer hacia el oriente como un ramo hechizado;

pero ¡hay! necesitamos de esa brisa enterrada,

como la ola el viento para morir en la orilla.

 

*

 

Habitante de este lagar, acaso

te quede un pulmón vivo, y tu mano fluya

como la lágrima sobre mi rostro en esta hora;

desciende, cava conmigo, arrastra estos huesos hacia afuera;

después, después el mar, la oscura potestad, las tempestades,

el océano abierto de los antepasados,

eternos, sordos en el fondo del Valle,

y junto al fuego que llora al amanecer, el paso de los ratones.

 

 

 

 

Padre Mono

 

Hierático, trascendental, antiguo padre terrestre,

yo te saludo con este fragmento de cola que el tiempo ha respetado,

con esta carcajada sideral debajo del agua negra,

ululante y feroz, en la Bahía de los Hombres.

Yo te pido perdón por tus ojos humanos.

(Perdona mis ojos de mono, mi mirada infinita),

y te ofrezco este nenúfar rojo, este hueso raspado,

para que tu vieja cara de monje

asirio,

salte desde las edades, por sobre la caña pálida,

y estreche la serpiente oscura de mi mano.

 

*

 

Raquítico, mordaz, derribando del cráneo de los dioses,

haces sonar el arpa sobre la niebla de los terribles días,

y tu frente de mago terrenal es la epopeya de un lirio seco,

arrancando del sepulcro de las horas. Padre

Nuestro que estás sobre los árboles,

sobre los promontorios de la razón y los ventisqueros,

acércate, bebamos este vermut a solas;

baja de tu árbol, y hablemos largamente

de nuestra hedionda fortuna.