El preciso camino hacia la nada
-Premio de Poesía Gustavo Batista Cedeño 2018
ESA, TU MANERA DE NOMBRARME
Mi nombre era una ciudad atravesada por la guerra,
un pájaro que ha abandonado en el vuelo el equilibrio
y se desploma,
una caracola que las olas pulverizan,
una yegua enferma que ha perdido todas las carreras,
un minarete que fue erigido para nadie.
Pero qué manera tuya de reconstruir mi nombre,
de hallarlo a pesar del lodo y de la bruma,
de levantarlo en su terrible peso,
de ennoblecerlo como a un estandarte
que se agita dignamente.
Tiemblan las sílabas sostenidas por tu acento,
tu voz fecunda en él otra melodía,
es un sol que hace madurar su carne.
Luego de tu boca su significado se renueva,
en el orbe redefines su propósito,
cualquiera que sea su permanencia
si acaso es todavía posible alguna permanencia.
Esa, tu manera de llamarme,
de derramar sobre mi frente las aguas de mi nombre,
de tallarlo en las maderas
de un bosque imaginario de cerezos,
decidiendo su lugar preciso en la alta lumbre,
en la mitad del orden que en las constelaciones rige.
Yo te he visto arrojarlo al fuego,
fraguarlo con un brío delicado,
revivirlo,
para colocarlo encima de mi mano
cada vez que vuelves a nombrarme
TALITA CUMI
«A quién le debo
esta herida sangrante
que llevo en el corazón
y que me pertenece todavía».
Tobías Díaz Blaitry
Sobre mi regazo han madurado las cerezas,
pero son amargas incluso en el centro de su hueso
y su carne es un mineral rojo
de donde una savia incierta se desprende.
¿Qué debo hacer con un puñado de cerezas?
Arrojarlas es una ilusión estéril,
pues no hay vientre bueno para ellas en el curso de la tierra,
solo un polvo que ha aprendido a dividirse
y juega a ser serpiente con el viento.
Quizás debo dejarlas ir con la corriente
y aprendan a ser eternas en el agua
y vuelvan a inventar sus raíces en el fondo
y crezcan en la corriente líquidos cerezos
y sus hojas se apoderen del movimiento de las olas
y dancen transparentes y en misterio
y vuelvan sus frutos a ser dulces.
En el cielo se vislumbrará el volátil latido y la bandada,
y sabré que pende en la rama una única crisálida
jugando tal vez a la esperanza
de convertirse un día en mariposa
DE DIVINA PROPORTIONE
«Y, en medio del abismo que esperaba a su angustia,
pensó:
si la flor hubiera sido eterna…
Y luego, todo cesó».
Pedro Correa Vásquez
Es solo uno el lado oscuro de la luna
y en ella hay una liebre que habita en el invierno
y sin importar la cantidad que sumen las estrellas
que decidieron reposar su lumbre en la montaña
hay días en los que amanecen tres soles en el cielo
y mientras transcurren esas jornadas necesarias
nos miramos con la certeza con la que se miran los extraños
y entendemos que hay un número perfecto
incluso en el nudo de la angustia
y en la profundidad con la que fueron labrados los abismos
y en la primera palabra que definió lo que ya no era mensurable
y en el primer gesto omnipresente
cuando el pan fue dividido para doce comensales
y todo esto duró hasta el ocaso
cuando la flor por fin se vio marchita
y permanecerá en los dominios del olvido
hasta que el universo exhausto
cese finalmente de expandirse
EL JARDÍN IMAGINARIO
«El serafín
quería
las llaves
del suelo».
Diana Morán
El cocuyo se posa sobre una mimosa sensitiva
y su esencia sigue siendo tan ligera
que no se cierra al tacto el tímido reflejo de las hojas
y sus corazones son más verdes todavía
que la ternura de la hierba que nace luego de la lluvia,
aunque los cactus no resistieron la húmeda neblina ni el sereno
porque el trópico no perdona el dolor de las espinas.
Y ahí está: la flor que dicen que no es una flor
sino una paloma que se alza en vuelo
cuando no hay nadie que la mira,
cuando el rocío sigue siendo un racimo transparente
y el musgo es la calma que brota
y que crece encima de las horas.
En medio del sendero hay un hombre que deambula
atrapado en la geometría que poseen las begonias
o midiendo la blancura en el pétalo del lirio
o la precisión del idioma que inventaron las cigarras.
Su única posesión es el polen que lleva entre las manos,
carece de voz y no posee nombre alguno,
pues las raíces fueron tomando su memoria
y la llevaron hasta su reino subterráneo.
Bien podría ser un ángel, un lejano compañero de los dioses,
que ha olvidado dónde queda el cielo
y que ahora es solo un prisionero,
cautivo para siempre de las flores
EL MERCADER
Hubo un mercader de Samarcanda
que juraba llevar una montaña dentro de un cántaro de barro
y que poco existe tan claro y tan genuinamente puro
como el gesto de un niño; quien, acabado de nacer,
busca en el regazo de su madre encontrar sus propios ojos
para poder mirar al mundo.
Ese primer acto, decía, nos revela
que algo ha dictado que somos como los carriles de las vías,
paralelos, sosteniendo aquella maquinaria
que avanza hacia un destino
que poco sentido tiene que sepamos.
Y aun así tiemblan los guijarros
y el metal vibra con la medida del tránsito y el anuncio.
Cierto es, si no van solas las ruedas
tampoco pueden ir solos
los objetos luminosos en los mapas celestiales.
Aquel que contempló a los astros surgir
y alcanzó a verlos llorar frente a la agitación del infinito,
en el preludio de un llanto sin dudas primigenio
-donde acaso fueron las lágrimas de níquel o de hidrógeno-
percibió la primera angustia de saberse solo:
para ellos la única posibilidad de amarse
es el estallido de una colisión en el silencio.
Pero, ¿quién no ha visto en la inmensidad el ágape de las galaxias?
El tiempo, que es materia, las fue labrando una a una,
lustrando sus perfiles como un orfebre minucioso:
el orden y el caos en una misma filigrana,
unida por hilos y eslabones invisibles,
un mural que se sigue tejiendo todavía.
Ahora me pregunto,
qué pasaría si el cántaro cayera un día y se rompiese.
¿Veríamos acaso que el cántaro nunca dejó de estar vacío?
O quizás de sus trozos crecerá una montaña nueva:
una montaña alta y digna
para acompañar a otras montañas
EL SIETE ES UN ABISMO
Somos como dos pájaros
que halló septiembre en la rama del abismo.
Pocas certezas hay en esta vera aparente,
en el fruto simple de este instante,
porque solo están los árboles
que perderán poco a poco sus hojas
y el agua que se tornará irreparablemente fría
hasta el punto de ser una planicie inmóvil.
Ahora todo parece un anuncio del invierno,
incluso la roca se vislumbra más gris que de costumbre.
Y juntos esperamos el retorno de esas barcas invisibles,
que son posibles solo en el mediodía de este sueño,
donde sus remos remolcan todo lo que ansiamos.
Septiembre se torna duro en la leve cercanía
y es también la distancia entre dos puntos cardinales
que parece que se alejan con las horas,
y dicta en una umbría lengua
que el tiempo es invencible a lo humano.
Aquellas horas no podremos nunca recobrarlas,
aunque ellas nos regalen un dolor absurdo
ya que somos dos faros
que con sus luces se llaman a lo lejos
y que ven caer por los desfiladeros la espuma de las olas,
porque ahora la calma es una canción
que extravió su música en mitad de la tormenta
y los botes navegan
tras haber perdido su lugar en las orillas
SOLSTICIO DE INVIERNO
Los habitantes de diciembre caminan
sobre un sendero que dibujaron sobre el agua.
Dan nombre propio a las hogueras,
tejen océanos
de peces que ondean en el cielo
como una nevada que luego cae,
escamas vivas agitándose en los jardines y en los patios empedrados
y sobre los huertos donde los surcos son olas de tierra blanca
que se estrellan contra el campo.
Los habitantes de diciembre colocan mensajes
sobre las ramas vacías de los sauces,
porque han aprendido a domesticar el aire
para que el siseo del sauce lleve sus llamados hasta otros meses,
donde la sangre de la presa aflora estuosa
y la arena del lago yace tibia en lo profundo.
Los habitantes de diciembre guardan un trozo de su alma
dentro de los ojos del zorro que recorre los páramos distantes,
donde el alce levanta sus cuernos y muge en la tiniebla
para que las estrellas despierten álgidos, los fuegos
y las nubes que todo lo cubren se disuelvan en la altura.
Los habitantes de diciembre sonríen de nostalgia
hacen figuras de sus dioses con el hielo
celebran el nacimiento del pan en las hornillas
guardan el color de la mañana en frascos de conserva
y siempre tienen un plato adicional puesto encima de la mesa
por si la niebla viniese un día de visita