La vida y sus fracturas
Olvido
Vaya usted a saber si cuando el tiempo pase
alguien recordará las noches llenas de estrellas
sin pedir un deseo.
Tal vez despierte la vida arrumada en la memoria
con la foto que naufragó en el rio
y evoque la música de quien cantaba como si fuera dios.
Vaya uno a saber si el tiempo perdió su paraíso
cuando descolgó el vacío de la nada
y trajo el miedo enredado en cada una de las letras.
La memoria llama al silencio ahogado por la lluvia
y escucha el aullido de los lobos o el esqueleto de pájaros chillando.
Vaya usted a saber si después de tanto grito
y tanto peregrino con trajes raídos y zapatos rotos
aprendió a limpiar sus lágrimas y las de sus hijos
y desdibujó la mueca de sus labios para volver a sonreír.
Vaya usted a saber cómo se dice olvido
con la boca llena de tierra.
La vida y sus fracturas
Porque en las palabras de estos días
no está la vida sino sus fracturas
no el amor sino el vacío
no la muerte sino la nada
no el canto sino el gato tuerto y el pájaro sin pico
porque nadie logra inventar un lenguaje
que alcance a bendecir lo que somos
en este mundo roto.
Quiero una palabra sin heridas
donde no esté el dolor
sin la misera que carcome
y la falta que habla por nosotros.
Una palabra como una hoja larguísima
que avance sobre la página
y deje oír el silencio de las hojas
cuando dibujan el otoño
con el sol escondido
detrás de la neblina.
Anciana con hoja seca
Entre girasoles revolotean los canarios.
La anciana come trozos de pan y bebe café a sorbos
para que no se acabe.
Un cardenal de intenso color rojo se eleva al infinito
mientras ella mastica despacio porque le duelen las encías.
A diario teje una colcha de retazos.
Las flores se inclinan y la cosecha se recoge.
El viento se oye sobre las hojas secas
y los pájaros vuelan en el amarillo de la tarde.
Es hermoso el escenario.
A la anciana le crujen los huesos y los días
y le duele el invierno.
Está sola desde que inició la guerra.
Se iluminan los rostros que dibuja el verano
y la anciana no los ve
ni a las hojas que caen
ni escucha el canto de los pájaros
ni percibe el color de su vuelo.
Tampoco siente calor sobre su cuerpo.
Apenas mastica el saldo de su vida
y da vuelta a las agujas mientras parpadea.
El vuelo de los pájaros sube y baja tejido adentro
y la anciana murmura o tartamudea
con el hilo en la punta de los dedos
donde un pétalo amarillo cae.
La palma de su mano parece una hoja seca.
Estado de alarma
Reconozco el aire de la infancia en la cornisa
donde se posaban los pájaros que alimentó la abuela.
Ahora son tierra de miseria
costra sombría y formas torturadas.
Las puertas se cierran una detrás de otra
como bóvedas
y nadie puede abrirlas con sus manos.
Yo intento abrirlas con mis letras.
¿Y si no queda nada?
Y si no queda nada
y de repetidas se gastan las palabras y el sonido de las letras
y si no queda la forma de conjugar cada una de las sílabas
y las notas en el pentagrama
¿qué haremos con los buenos días y las buenas noches
con las malas tardes y los malos tiempos
y los niños que temen a la sombra
y las madres que sonríen con el dolor de dar a luz?
Qué haremos
si estamos solos y oscuros
y no queda nada.
Qué
si no hay madre ni hermana
y el padre y los amigos no regresan de la guerra
si el aire huele turbio
y el viento solo trae silencio.
¿Sabremos inventar la sonrisa de pájaros azules?
Mapa en la oscuridad
Si con tanto fragmento hiciera un mapa en la oscuridad
y partido en dos enfrentara los opuestos
si cortara trozos que hablen del mundo y de ti
—pobre huérfano acongojado en medio de la noche—
vería un calidoscopio buscando salir de su prisión.
Si dibujara tu sombra
para no perder la imagen de tus ojos aturdidos
tal vez sabría que cuando la tarde grita su rutina
se levanta la página en blanco
con las manos que yacen abandonadas
sin un plato de sobras en la mesa.
A la vuelta de la esquina
Alguien bebe café
y el olor rebosante despierta a los que tienen hambre o frío
y con los ojos abiertos miran
sin ver a los niños que con ganas de comerse el mundo
buscan pan en la casa del vecino
tocan a la puerta y corren
no sea que alguien desdeñoso abra sin mirarlos
y se queden esperando las migajas.
Vendimia
Y de mi vivir me siga asombrando
Ana Blandiana
Llegará el día de recoger la cosecha y seleccionar frutos.
Nos miraremos de frente y sabremos cuán dulce
o cuán amargo
fue el sabor de la vida entre las páginas.
Llegará la hora de pedirnos cuentas
o saborear el vino de la tarde.
Veremos que llegó el otoño
y la historia subió paso a paso la escalera
o bajó uno por uno los peldaños.
Sabremos que el viento vino a sacudir las hojas
o a quebrar el tronco o nuestras ramas.
Entenderemos que medimos flaquezas
y estuvimos vivos.
Tal vez nos abracemos sin decirnos nada
y pensemos que valió la pena
que no nos sorprendió el invierno
que estuvimos juntos en primavera y en verano
que todo estuvo a la altura de los cuerpos
o en la debilidad de los corazones.
Los dioses dirán que no pasamos de largo
por ninguna estación.
Tal vez nos miremos a los ojos
y con las manos en el pecho
aceptemos que la vida tejió hondas cicatrices
el bucle de las nubes en algún cielo perdido
borrones y certezas
y la pasajera felicidad.
Tal vez cerremos el libro donde instalamos las palabras
y comprendamos que en el fin del mundo
siempre hay un abrazo nuevo.
Tal vez no existan peldaños o ascensores
pero levantaremos la mirada
y brindaremos
por lo vivido
y lo que no.
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