Luz Mary Giraldo

La vida y sus fracturas

 

 

 

 

 

Olvido

 

Vaya usted a saber si cuando el tiempo pase

alguien recordará las noches llenas de estrellas

sin pedir un deseo.

Tal vez despierte la vida arrumada en la memoria

con la foto que naufragó en el rio

y evoque la música de quien cantaba como si fuera dios.

 

Vaya uno a saber si el tiempo perdió su paraíso

cuando descolgó el vacío de la nada

y trajo el miedo enredado en cada una de las letras.

La memoria llama al silencio ahogado por la lluvia

y escucha el aullido de los lobos o el esqueleto de pájaros chillando.

 

Vaya usted a saber si después de tanto grito

y tanto peregrino con trajes raídos y zapatos rotos

aprendió a limpiar sus lágrimas y las de sus hijos

y desdibujó la mueca de sus labios para volver a sonreír.

 

Vaya usted a saber cómo se dice olvido

con la boca llena de tierra.

 

 

 

 

La vida y sus fracturas

 

Porque en las palabras de estos días

no está la vida sino sus fracturas

no el amor sino el vacío

no la muerte sino la nada

no el canto sino el gato tuerto y el pájaro sin pico

porque nadie logra inventar un lenguaje

que alcance a bendecir lo que somos

en este mundo roto.

 

Quiero una palabra sin heridas

donde no esté el dolor

sin la misera que carcome

y la falta que habla por nosotros.

Una palabra como una hoja larguísima

que avance sobre la página

y deje oír el silencio de las hojas

cuando dibujan el otoño

con el sol escondido

detrás de la neblina.

 

 

 

 

Anciana con hoja seca

 

Entre girasoles revolotean los canarios.

La anciana come trozos de pan y bebe café a sorbos

para que no se acabe.

Un cardenal de intenso color rojo se eleva al infinito

mientras ella mastica despacio porque le duelen las encías.

A diario teje una colcha de retazos.

 

Las flores se inclinan y la cosecha se recoge.

El viento se oye sobre las hojas secas

y los pájaros vuelan en el amarillo de la tarde.

Es hermoso el escenario.

 

A la anciana le crujen los huesos y los días

y le duele el invierno.

Está sola desde que inició la guerra.

 

Se iluminan los rostros que dibuja el verano

y la anciana no los ve

ni a las hojas que caen

ni escucha el canto de los pájaros

ni percibe el color de su vuelo.

Tampoco siente calor sobre su cuerpo.

Apenas mastica el saldo de su vida

y da vuelta a las agujas mientras parpadea.

 

El vuelo de los pájaros sube y baja tejido adentro

y la anciana murmura o tartamudea

con el hilo en la punta de los dedos

donde un pétalo amarillo cae.

 

La palma de su mano parece una hoja seca.

 

 

 

 

Estado de alarma

 

Reconozco el aire de la infancia en la cornisa

donde se posaban los pájaros que alimentó la abuela.

Ahora son tierra de miseria

costra sombría y formas torturadas.

 

Las puertas se cierran una detrás de otra

como bóvedas

y nadie puede abrirlas con sus manos.

 

Yo intento abrirlas con mis letras.

 

 

 

 

¿Y si no queda nada?

 

Y si no queda nada

y de repetidas se gastan las palabras y el sonido de las letras

y si no queda la forma de conjugar cada una de las sílabas

y las notas en el pentagrama

¿qué haremos con los buenos días y las buenas noches

con las malas tardes y los malos tiempos

y los niños que temen a la sombra

y las madres que sonríen con el dolor de dar a luz?

 

Qué haremos

si estamos solos y oscuros

y no queda nada.

Qué

si no hay madre ni hermana

y el padre y los amigos no regresan de la guerra

si el aire huele turbio

y el viento solo trae silencio.

 

¿Sabremos inventar la sonrisa de pájaros azules?

 

 

 

 

Mapa en la oscuridad

 

Si con tanto fragmento hiciera un mapa en la oscuridad

y partido en dos enfrentara los opuestos

si cortara trozos que hablen del mundo y de ti

—pobre huérfano acongojado en medio de la noche—

vería un calidoscopio buscando salir de su prisión.

 

Si dibujara tu sombra

para no perder la imagen de tus ojos aturdidos

tal vez sabría que cuando la tarde grita su rutina

se levanta la página en blanco

con las manos que yacen abandonadas

sin un plato de sobras en la mesa.

 

 

 

 

A la vuelta de la esquina

 

Alguien bebe café

y el olor rebosante despierta a los que tienen hambre o frío

y con los ojos abiertos miran

sin ver a los niños que con ganas de comerse el mundo

buscan pan en la casa del vecino

tocan a la puerta y corren

no sea que alguien desdeñoso abra sin mirarlos

y se queden esperando las migajas.

 

 

 

 

Vendimia

 

Y de mi vivir me siga asombrando
Ana Blandiana

 

Llegará el día de recoger la cosecha y seleccionar frutos.

Nos miraremos de frente y sabremos cuán dulce

o cuán amargo

fue el sabor de la vida entre las páginas.

Llegará la hora de pedirnos cuentas

o saborear el vino de la tarde.

Veremos que llegó el otoño

y la historia subió paso a paso la escalera

o bajó uno por uno los peldaños.

Sabremos que el viento vino a sacudir las hojas

o a quebrar el tronco o nuestras ramas.

Entenderemos que medimos flaquezas

y estuvimos vivos.

Tal vez nos abracemos sin decirnos nada

y pensemos que valió la pena

que no nos sorprendió el invierno

que estuvimos juntos en primavera y en verano

que todo estuvo a la altura de los cuerpos

o en la debilidad de los corazones.

 

Los dioses dirán que no pasamos de largo

por ninguna estación.

Tal vez nos miremos a los ojos

y con las manos en el pecho

aceptemos que la vida tejió hondas cicatrices

el bucle de las nubes en algún cielo perdido

borrones y certezas

y la pasajera felicidad.

Tal vez cerremos el libro donde instalamos las palabras

y comprendamos que en el fin del mundo

siempre hay un abrazo nuevo.

Tal vez no existan peldaños o ascensores

pero levantaremos la mirada

y brindaremos

por lo vivido

y lo que no.

 

 

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Luz Mary Giraldo (Ibagué, Colombia). Poeta, ensayista y antóloga, autora de: Caligrafía de la sombra (2024), Caza de sombras (2019), ... LEER MÁS DEL AUTOR