Tratado sobre las brujas
Cicatrizada
No hay reposo en el olvido,
ni se agita el horizonte
al cruzar el huracán de la memoria.
Liliana Moreno (Amhada)
Mi abuela solía dibujar mujeres sobre cartón,
mujeres lavando sus escamas en el río,
mujeres con colas desgarradas y nubes en los ojos como ella.
Mi abuela insistió
en rellenar los huevos de las gallinas
con muñecas de una infancia deforme,
en comer plátanos verdes para la depresión
y poner albahaca caliente sobre la carne que abrieron
sus vulgares maridos.
Fumó tabacos bajo los ciruelos, y frente al mar,
para que Ochún purificara su placenta
y cosiera su útero desprendido,
para que Ochún masticara con sus dientes de agua
a los amos que pretendieron apagar el lenguaje consolador
de las diosas.
Glup, glup…
la abuela
se hizo eterna para tapar con sus vísceras
los huecos de mi reloj precipitado.
(A la abuela Ada Luz)
El rito del desplomo
Cuando –por fin– llegó el incendio
no ardí. no soporté
simplemente… volé por la ventana
simplemente salí. salté
como si pusiera un punto.
Olga Jojlova
Enaida
se pinta en la boca el pico de un pájaro,
se arropa con plumas y flores envenenadas
para ocultar su lamentable cuerpo de fuego,
se asoma,
retuerce,
perfora,
no puede parir poemas serpientes,
no reconoce sus pies
en el infierno.
Dentro o detrás de ella alguien grita,
el zapato rojo,
el vestido viejo con insomnio,
el espejo reniega de no tener vida,
las moscas putean
y le cortan la cabellera para que no aúllen piojos;
Enaida corta las manos a las moscas,
enmudece las voces
encerrándose en un círculo de sal,
pero nada la aparta de su puño con púas,
de los ciempiés que suben la alacena;
nada la salva de caer,
como una muñeca llena de agujas
en su agujero.
Judith
I
Cuando la vi por primera vez bailaba
a orillas de la ciénaga
y se movía libre de clavos incrustados,
libre de paja sobre la retina,
libre de alergia a la clorofila,
libre de dientes atados;
y se movía, sin importar su desplume,
con el vigor de Changó,
para pulverizar
el trueno amargo
del miedo.
II
Esta danza enferma es veneno para las vírgenes
que niegan milagros,
a las que en vano ofrecemos nuestra cintura
untada con manteca de caimán,
y el sagrado amuleto de animal seco.
A las que, en vano, si nos descuidamos,
en tres cantadas de gallo nos llevan al manicomio.
III
Octavio, el antiguo enfermero, vive en el hueco,
y distrae con oraciones a los hijos caníbales del miedo
para que ella salga (¡Como la inventa!)
cada año, sedienta de plumaje, a las fiestas patronales
del soñatorio.
Historia para tranquilizar a Camila
La bailarina ciega baila sujeta al sol,
la piel en carne viva,
un anzuelo perfora su ombligo;
no distingue entre el color de su sangre
y el color del río de barro que arrastra pelos, pelucas y huesos.
Imagina buena a la multitud que la aclama,
pero de este lado
solo buscan aullidos ofensores,
cuerpos para hundir clavos;
por eso nadie comprende
a quien danza con su sombra
y ofrenda zapatos rojos en tiempos de guerra;
le arrojarán alambres, aros, cuchillos, tenazas, espinas…
la bailarina ciega estará obligada a flagelarse
para encontrar la justicia.
¿Qué seguirá oyendo cuando deje de ser bailarina?
¿Has estado así, Camila, toda tú, justificada por un punto oscuro?
¿Te han dado un cuchillo para comer y te has abierto la boca?
¿Has seguido abriendo y abriendo hasta hacer un cráter en la tierra,
creyéndote culpable de algo malo?
Hay muchas rasgadas en el mundo, Camila,
yo soy una, incapaz de mantenerme en pie;
pero tú eres joven. Dime: ¿qué quieres oír?
Inés
I
No olvidó
la voz de la babilla sedando su brazo,
la voz que apagó su llanto por tres días,
el crujir de la aguja al salir por los huesos,
el golpe de la sangre al caer sobre el río,
ni la ropa impecable que quedó en la escena.
Para no olvidar, recordó
entregar un rezo a otras lobas,
así no heredarían el ritual del vacío,
ni serían elegidas
al ritual de la manzana.
Para no olvidar, olvidó
lo insuficiente que era.
Y prosiguió.
Cualquier bruja te arranca
de la muerte.
II
No entendimos cuando la niña dijo:
“La señora de la cola se equivocó
de desgraciada,
me ofreció su piedad y un tratamiento
para evitar el desprendimiento…”
¿Para quién iba la reprensión?
Si ni un tiro atravesó el cuero,
si todas las manos de las descendientes
llevan la cicatriz,
si no se sabe quién fue la bruja,
y si logró
rescatar la inocencia de la sangre.
No se puede evitar la crucifixión de la memoria.
III
Todos se han ido del puerto,
solo
el brazo único
corre por los montes,
doma caballos
y completa el lavamiento de los pequeños pies crucificados.
Siempre es verano en esta ciudad nueva,
en esta nueva casa:
una babilla disecada es el florero de mi mesa de noche;
no temo,
porque a las mujeres de mi familia
nos crecen en la mañana
lo que nos han cortado en la noche.
Prudencia
La habitan ausencias… la paz que yace en ella
Es una esquirla de adioses.
Enriqueta Lunez
I
Entre la madre de las jaulas y la madre del luto
la correspondencia es infinita,
el lenguaje nos libera de nervios alterados
y de parentescos con oscuridades.
II
No eres ese muerto gangrenado
en la sala del velatorio,
te pedí que fueras a Corea…
Sembré una planta de plomo
en la otra mitad de la cama,
todas las noches la riego,
usando tus palabras
para consentir a los niños
y a los chivos.
Ven, no veo
las rasgaduras
ni el crucificado que ven
los vecinos.
Palmira
En el dormitorio
dos masas de hielo
me quitan los pies
y se divierten por mí, en mi encierro;
dicen: “El que se viste con lo ajeno en la calle lo desvisten”.
¿Qué es realmente mío?
lo escribo
mientras una de las bailarinas me perturba
ensayando con la rueda,
la ensarta diez veces en mi cuello y ninguna en el suyo.
Soy el espectáculo,
debo parecerles ridícula cuando escribo
y hago los mismos gestos de los pichones
que no saben usar las alas.
En este laberinto de horror pienso en ti, Palmira,
pienso que debería estar
mirando por tu ventana
cómo tu abuelo-venado
es rescatado por tu abuela
en el desierto.