Migración de la carne
Migración de la carne
A los veinte
el oleaje de su rostro
la eleva hacia vértigos huracanados
sus encuentros tienen algo de vuelo.
La ventana entreabierta
recibe su lengua marina
envuelve la barca enfebrecida
agita su cuerpo de agua.
Deshabitada devora sus ojos
hasta diluir la tregua.
A los treinta
la madrugada retiene el hambre
y la carne se adormece en el velador.
Con dedos de lluvia
pulsa la tecla del fuego.
Celebra el adagio de las mareas
olvida la tierra estéril.
Impermeables, se hunden en un lecho de arena
donde deletrean las horas mezquinas.
A los cuarenta
troncos marchitos de tempestad
despiertan bocas, albergues de placer.
Acuna el vientre acalambrado
se iluminan fantasías dormidas.
Rosa el bocado de su juventud.
Humedece los labios acaramelados.
Con letra temblorosa olvida el camino,
que repite con el asombro del viento.
Un amor de pelo atado
libera a los pájaros de su nudo.
Retrato
Tienes la amargura del higo y la sucia perfección de la melancolía.
Caminas cargando archipiélagos
aullando fantasmas
disfrazada con tu desnudez.
Refrescas tu ardiente soledad en el silencio de las olas
donde el ayer es un sepulcro al que no puedes regresar.
En el llanto de tu pluma gime el hielo y el fuego
rastreas tus entrañas en la estrella dormida.
En tu pelo se enreda la humedad del desierto
En tu talle respira la enredadera que asfixia un sueño
encadenada al rosal del deseo
su palabra silenciará la tuya.
El reto del águila
Amo el sol afiebrado y sus uñas filosas.
Amo las olas y su lucha cuerpo a cuerpo.
Amo la sal calada en las rendijas de la piel y el beso húmedo de la arena.
Amo a las hijas incandescentes con sus trinos de arcoíris.
Amo el vino tinto y la levedad del vuelo.
Amo las cartas temblorosas y los libros enraizados en un mito.
Amo la tierra encallada en mis talones y el tronco imaginario.
Amo el crepitar de las estrellas y su oscura danza.
Amo la tejuela encorvada de asombro y la grieta que vistió nuestra casa.
Amo el parloteo de la ventana y el quejido de las maderas en la vigilia.
Amo partir y detenerme, el pecho desnudo y el silencio que inunda la cama.
Amo la hoja en blanco y el tartamudeo del lápiz.
Amo el escondite de la palabra gruta.
Amo el abrazo de la infancia en las noches de desvelo.
Amo la juventud y su titubeo en la penumbra.
Amo la porfía de la lengua descarriada.
Amo las trampas de la memoria.
Amo la costra del viento en mi cuerpo.
Amo la sed de la guitarra.
Amo tu ruido y mi silencio.
Soy el pájaro que arranca sus plumas en soledad.
Todas somos Teresa
Soy la loica que se golpea contra la niebla una y otra vez.
Atada a un balcón crecí desnuda a tu ceguera
espuma
chillido de ratas
basura amordazada
como un caracol esquivando los bototos de la arena
en los márgenes de una hoja
ajena a los aullidos de las sombras.
Los hombres tatúan mi piel de escupos.
Los hombres disparan flashes obscenos.
Los hombres azotan carne deshilada
mientras un piano destila “Mon homme”
Bailo con el gatillo.
No sonrías, se oler tu asco.
Tu mirada es el reflejo del destierro
el destierro es la música de la oscuridad
la oscuridad es el redoble del verso.
Muertes cotidianas
Mira bajo la cama donde se acumulan las piedras. Escucha los pasos del vacío que apagan el día, el día de la carrera en que llega última, la última copa de coñac, el coñac que tiñe el mantel de ámbar, el ámbar derramado en el escote, el escote del jaque mate, el jaque mate de la muerte, la muerte que puja entre sus piernas, las piernas sembradas de venas, las venas que florecen en la tibieza del agua, el agua en el surco de tierra, la tierra devorada en el cuero de los botines, los botines que se lleva el mar, el mar que arquea el vientre, el vientre donde la cabeza aposa un hueco, el hueco que dejó el diente de leche, la leche donde brota la nata, la nata que se cuela en la boca, la boca que despertó el latido, el latido de la jaqueca, la jaqueca que la envolvió en cenizas, las cenizas de la casa, la casa doblada por el temblor, el temblor donde palpita el miedo, el miedo a crecer, el crecer de las hijas, las hijas sin compañía, la compañía del silencio, el silencio de las muñecas, las muñecas enterradas en la vergüenza, la vergüenza de lo callado, lo callado del beso, el beso en la costra de la bicicleta, la bicicleta por donde pedaleó la infancia, la infancia en un hervor de mermelada de rosas, rosas que traicionan sus mejillas, la mejilla que clava el beso del padre, el padre que cavó un nicho, el nicho donde sepultó su sueño, el sueño envenenado en la cartera, la cartera que perdió en el hotel, el hotel donde fumó el último cigarro, el cigarro después del sexo, el sexo que despertó la manzana encendida, la manzana encendida del amante, el amante que entibia los huesos, huesos para continuar la dieta, dieta que apagó el brillo, el brillo perdido bajo unos tacones, tacones que arrastran la silueta, la silueta del carmín, el carmín camuflado entre los labios, los labios húmedos de miedo, miedo de la nostalgia, la nostalgia oculta en el perfume, el perfume de la lluvia, la lluvia marchita de un último encuentro, el encuentro con el insomnio, insomnio deletreado en la receta, la receta del pastel de choclo, el choclo que voló un diente, el diente sumergido en el coñac, el coñac murmurando adentro de la cartera, la cartera que no llegó a casa, la casa arrastrada por el mar, el mar bañado de rosas, un rosal en la mejillas de la vergüenza, la vergüenza de jugar con muñecas, las muñecas que flotan en el agua, el agua que lava el sexo, el sexo en silencio, el silencio de las olas que se acunan entre las piernas, las piernas dormidas por un mal sueño, el sueño con sal en la boca, la boca que besa una gota de lluvia, la lluvia que arrastra el estertor, el estertor que contagia el miedo, el miedo al galope de los tacones, los tacones de las hijas, las hijas se crían sin madre, la madre a la deriva sobre la bicicleta, la bicicleta que rompió un par de botines, los botines donde apagó el cigarro, el cigarro para hacer la dieta, la dieta y el abrazo del nicho, el nicho dulce de la infancia, la infancia sucia en un hotel, el hotel donde se detuvo un beso, el beso del último encuentro, el último encuentro con una silueta, la silueta de un amante, el amante que abraza su vientre, el vientre donde tatuó el jaque mate, el jaque mate que develó la noche, la noche donde dejó caer la leche, la leche derramada en la receta, la receta escondida en un hueco, el hueco en el choclo, el choclo en la tierra, la tierra bañada de sudor, el sudor del pánico, el pánico cuajado entre las venas, las venas que zurcen los labios, los labios húmedos de carmín, el carmín que viste los huesos, huesos tibios por la compañía, la compañía de su estola, la estola y su temblor, el temblor de la nata, la nata para crecer, crecer como manzana encendida, manzana encendida del latido, el latido que la envolvió en cenizas, las cenizas flotando en el coñac, el coñac y su perfume, el perfume de la muerte, la muerte que te roba la sábana al amanecer.