Luis Sepúlveda

Disparos al aire

 

 

 

 

 

Canto a nosotros

 

A nosotros mismos

los desterrados, los desheredados,

los abandonados, los abatidos,

los vencidos, los esperanzados,

los suicidas, los alegremente tontos,

los tiernos ingenuos, los valientes reventados,

los cobardes arrepentidos, los héroes del próximo día.

A nosotros mismos necesariamente va este canto.

Cualquiera que sea el motivo por el que salimos

dejando allá a la muerte por olvido,

a la cruz del sur agónico que nos seguía llamando.

Añoramos la puerta cerrada de la historia,

desgarramos los brazos,

cargamos sacos, fardos, toneladas,

recuerdos que escupimos cada día

en todas las aduanas.

Para nosotros mismos es el canto.

A los parias.

A los últimos que siempre hacen fila

en cualquier aeropuerto,

a los que tienen que pasar dos y tres veces

bajo los detectores,

a los que viajan con su fotografía

como único bagaje,

con el traje gastado y los zapatos

inútilmente optimistas.

 

A todos los que tienen que contar las monedas

al entrar al hotel.

A aquellos que trashuman por sus habitaciones

vacías, tenebrosas,

y han de elegir el pan o el pantalón planchado.

A los que van surcando los ríos con los dedos

mientras miran los mapas

y aún se sienten capaces de aspirar

el aire de la patria cuando leen el nombre de una calle,

en la tranquila soledad de un parque,

en los pequeños pasos de algún niño.

 

Para nosotros mismos va este canto.

A aquellos que dejaron lecho tibio y vernáculo,

mujer de piernas suaves, senos crepusculares,

boca ansiosa, y canjearon todo

por este pasaporte hacia el olvido.

Y también para los que dijeron:

Solo será cuestión de un par de meses

y enseguida te mando los pasajes.

A ese mismo que ahora camina por Corrientes

y se pierde en los subtes calurosos

o se emborracha en Montevideo.

Al que se deja llevar hasta Asunción

para mirar desde ahí hacia el pasado

o suda al mediodía en la avenida Caballero

y muere hasta mil veces debajo de la elipse

de un ventilador degollador de estrellas.

Al que golpea con los nudillos sangrantes

en las puertas de todas las fronteras

y recuerda que tuvo aquel sueño lejano

de una América unida.

Ve a Bolívar muerto, lapidado

con la mano de un triste pordiosero.

Suplica un día más, una hora más,

mientras tiembla en sus dedos

un nuevo pasaporte

y se pierde en los trenes inconclusos

que llevan a La Paz.

Entre el llanto de cholas despojadas

por los aduaneros,

entre meados del indio que se está emborrachando

para ver si así olvida

su eterna condición de dios cesante.

Al que llega a ciudades cementerios,

a tiritar helado en el jirón Huancavelica,

a caminar sin hora, sin rumbo al otro lado

del Rímac buscando a alguien del que no sabe el nombre,

ni la edad, la estatura…

 

Para todos nosotros este canto

porque somos ahora los judíos errantes

proscritos de la tierra prometida.

A nosotros mismos, tan necesariamente, va este canto,

al que piensa y descubre

que lo único que busca es el retorno,

al que siempre preguntan quién es, de dónde viene y solo encuentra

cinco letras pegadas en su lengua:

PARIA

NADIE

VENGO

DESDE

CHILE.

Cinco letras, cinco sones, cinco dedos marchitos

tan lejos de la pala y del estuco, de la Underwood,

de la regla, del lápiz, del pincel y el martillo,

de la escuela, el andamio,

del pámpano de marzo y de la uva,

del viento de septiembre,

del volantín que muere en otro aire.

 

A aquellos que se pierden

en los desaguaderos del recuerdo,

las cartas que no llegan pero cruzan

como palomas torpes y se estrellan

contra el timbre: «devuélvase al remitente».

Al que es cegado por la luz certera

o recorre La Ronda y Herrerías, la 24

y piensa voy contigo.

A quien cualquier mañana lo sacan

sin decirle una palabra

y solo le dan dos horas para salir del país

ahora que ya empezaba a dejar de ser un errabundo.

Ahora que había colgado la foto de su hijo,

y así, al avión, sin un centavo,

de nuevo hacia el verdugo, y sin poder siquiera

coger la fotografía ni el pañuelo de su madre.

¡Al avión! ¡Adelante!

Allá donde acepten parias

con ese corazón marino-agrario

y un fracaso tan grande,

y una traición tan grande en las espaldas.

¡Adelante! Desparramando patria.

Habrá en alguna parte una bandera

que no le haga preguntas. Un lugar

donde no importen ya esas cinco letras.

¡Adelante!

Y cantando.

A tragarse los mocos y a cantar

porque por algo digo, tan necesariamente,

para nosotros mismos va este canto.

 

(Ecuador, exilio, marzo de 1978)

 

 

 

 

Póker

 

Que cada uno saque de su manga

sus naipes de recuerdos y los tire

sobre la negra mesa del exilio.

 

Ya está. Listo.

Que se enciendan las luces del estadio

y empiece la partida.

Se corta la baraja y cae la sangre

con ese olor a óxido vencido.

 

—¿Qué tienes?

Tengo un monte y un hijo, un río y un aroma

y un caracol de playa que me nombra.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

 

Tengo un sauce que cuelga de una acequia,

un fusil enterrado, tengo un vaso de vino aún inconcluso

con un amigo a quien ya he olvidado.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

 

Tengo un zorzal que canta en cada paso

que se grabó en la arena y borró el agua,

un marzo de vendimia sin el último

suspiro de mi padre.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

 

Una mujer que tiene pechos amplios,

tengo un barco fantasma

anclado en los erizos de la luna nueva, y una cueca

colgada del pañuelo funerario,

un farol de carbón que aún me llama.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

 

Un volantín

que dejé sobre el aire de septiembre,

una quemada tengo esperando la lienza.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

 

Yo tengo una palabra

que tragué a culatazos,

y tengo un diente enterrado

en la arena de Carahue,

un día de sol con mi hermano,

una higuera endemoniada.

 

—Pierdes.

—¿Qué tienes?

¿Qué tienes?

¿Qué tienes?

 

No importa lo que tengas, perderás.

Las cartas ya no sirven. Están marcadas.

Los jugadores no sirven. Están marcados.

 

Que se apaguen las luces nuevamente.

Que cada uno tome su baraja y la guarde.

Que cada uno tome su baraja y la guarde.

 

Que cada uno tome su baraja y la guarde.

 

(Quito, exilio, diciembre de 1977)

 

 

 

 

Un día más…

 

Va muriendo un día más, ya no sé cuántos.

Pero es el día preciso para cerrar los ojos

y terminar las horas con una frase tonta.

Un día más. No sé cuántos.

Apenas si preciso y necesario para este pensamiento,

aquella silla que dejé vacía,

los folios que no pude terminar,

la enloquecida sombra que me busca

y me reclama huérfana y furtiva

en los zaguanes.

Un día más. No sé cuántos.

En pocas horas escribiré una carta

y diré que estoy bien,

diré sin novedad, deben creerme.

Repartiré de nuevo mis frases en postales:

Estoy en un país que es muy hermoso y me rodea la gente.

Y quizá con un poco de talento, si me diese la gana,

te hablaré de una calle y, tontamente,

con palabras más largas

sabrás una vez más

de todo lo que duele.

Un día más. No sé cuántos.

Ya no marco con x todos los calendarios,

ya no miro el reloj

y ya casi no escucho

las voces que me gritan desde el sur.

Muchas veces camino,

sabes que siempre fue mi desvarío,

pero al alzar los ojos

descubro un día más, ya no sé cuántos.

Y me obligo a pensar

que es un día que termina

para que el de mañana no sea una metáfora.

Debo ser más amable,

que mis amigos sepan que estoy bien,

muy bien, deben creerlo.

Esto solo es un viaje, ya verán,

voy a volver cargado de tantos versos nuevos…

Pero no te preocupes,

esto es solo un paréntesis abierto a la alegría.

Apenas unos puntos suspensivos…

Un día más. Ni siquiera sé cuántos.

Pensarás que estoy triste

cuando te escribo esto, no lo hagas.

Toma un pan de esa mesa que tengo tan lejana

y contempla su miga amable y espumada,

ahí verás que sigo siendo el mismo

en este día más,

en este día más…

Ya no sé cuántos.

Tengo nuevos amigos que me llaman «Chileno».

 

(Quito, exilio, mayo de 1978)

 

 

 

 

Crepúsculos de Europa

 

A esta hora de nadie

que confunde los saludos,

un hombre mira los barcos

que pasan entre la niebla.

 

Y no logra evitarlo.

Y aunque sabe que para todo el mundo

estos hechos carecen de importancia,

sueña que ve los barcos

y que sueña.

 

Entiende que no tiene la menor importancia,

que será repudiado por perturbar el orden,

que será sospechoso

de insistir en los mismos argumentos

y que será acusado de ser intrascendente,

de subvertir el frío

de estos duros inviernos que detesta.

Pero sueña que los barcos lo miran

y que sueñan.

 

A esta hora tus ojos

descomponen la escarcha que los años

ya empiezan a formar como una costra

en el amplio horizonte de mis manos.

A esta hora de nadie,

hora tonta, indecisa, de luz tenue,

de pipa o sopa, de burgués descanso.

 

A esta hora hay un hombre

que contempla los barcos

y te espera.

 

 

 

 

Resulta que ahí estaba ese país

 

Resulta que ahí estaba ese país

tanto tiempo perdido entre la sangre,

bajo y a flor de piel como una costra.

Pero ahí estaba, junto a ese mar viejo

y los montes gastados de añoranza,

disperso como el polen de los álamos

esperando la chispa de un fuego conocido.

Estaba ahí sin mayores pretensiones

que ser la risa de los amigos,

la alegría saliendo del horno de barro,

un vino bueno y bebido entre hermanos

que se amamantaron del dolor un día

y por eso brindan para no olvidarlo.

Estaba ahí nomás, medio avergonzado

y sin embargo con voz todavía

para decirnos que jamás cayeron los cimientos,

que la casa existe, sin muros, sin ventanas,

pero el farol sigue encendido

tal como acostumbraba en las noches del exilio.

Estaba ahí nomás con su banderita de harapos,

su viento de guitarra antigua,

su calor de cenizas que esperan un soplido

para ser brasa y luego llama imprescindible

en el invierno final de la patria.

Estaba ahí nomás entre temblores

que dicen este suelo es para que bailes,

y la melodía tranquila de las espigas

reclama tus versos para que todos canten.

Estaba ahí nomás, como un amigo

que a la hora de los fuertes reculó, tuvo miedo,

nos falló, nos dejó solos frente al lobo,

y espera un abrazo, y un beso, y una lágrima

para tomarnos de la mano y seguir andando.

 

 

 

 

-Luis Sepúlveda
Disparos al aire
Colección Visor de Poesía
España, 2023

 

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Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949-Oviedo, 2020). Es autor de más de una treintena de novelas, relatos y libros de viajes. Su obra más conocida, Un ... LEER MÁS DEL AUTOR