Luis Raúl Calvo

Casa Tomada

 

 

NUEVAS VOCES DE LA ARGENTINA
Por Luis Benítez

 

La poesía de Luis Raúl Calvo se caracteriza por la manera directa de comunicarse con quien lee, utilizando un discurso engañosamente simple, para encubrir y, por ende, hacer así más efectiva la comunicación de núcleos de sentido más complejos. El registro puede ir desde lo confesional y anecdótico hasta el matiz de la evocación culta, pero en este caso invariablemente subrayando lo que en común con todos los hombres tiene esta última. El recurso mencionado abunda en toda su obra, donde los íconos culturales impregnantes, la mención a figuras del arte y la literatura occidentales, no invade con su prestigiosa referencia el discurso, sino que alude a aspectos de la experiencia emotiva y conceptual que poseen como una referencia clave. El poeta desglosa luego este aspecto y nos muestra en sus versos cómo el sufrimiento, la creatividad, el dolor, la angustia, las iluminaciones, que corresponden a la vida de todos y cada uno de los hombres, si bien brillan reconocidamente en esos nombres que él menciona, son en verdad patrimonio de toda la humanidad, resultado de la experiencia tanto general como individual, que en sus poemas se combinan.

Luis Benítez

 

 

 

 

Poemas de Luis Raúl Calvo

 

 

 

Los Amantes

 

Dicha y ocaso, gravidez de los rituales.

Línea oblicua del amor en las maletas del viajero.

Los perros ladran su tormento en las trenzas de la dama.

Hueco de rencor, antiguos maleficios.

¿Quién ha robado los bastones del ciego

buscando luz en las tinieblas?

Nadie separa nuestros cuerpos de la tierra

pero ellos, los amantes, no esperan el orgasmo

para saciar su sed de cruzas elegidas.

 

 

 

 

Casa Tomada

 

                                            A Julio Cortázar

 

Es la historia de siempre, los intrusos

se apoderan hasta de nuestros miedos

más infantiles.

Nada dejan librado al azar.

La consumación del sueño, el asesinato

de Trenton deslizado en la silla vacía

del primer morador, las constelaciones

de los primitivos enamorados

que alguna vez pernoctaron por las

raídas habitaciones.

Por allí no pasaron ni arquitectos

de medio pelo, ni ingenieros con la

lengua doblada por el derrumbe

del edificio contiguo

ni la mano de obra desocupada

por las atroces muertes del pasado.

Alguien se equivocó de paradero y confundió

la humedad de los cimientos con la barrendera

de trenzas doradas, la ironía del tuerto

con los rojos zócalos de la intemperie

la pasión del amor con la seguridad del hastío.

¿Quién es quién en este desamparado

aguantadero

sin rosas ni madreselvas para ofrecer

a las visitas hospitalarias?

De algo estamos seguros: no habrá abogado

capaz

de aplicar la consabida ley de desalojo.

Si han tomado la casa, es hora de partir

hacia otro lugar.

 

 

 

 

I

 

Suele suceder que el tiempo

transforme los recuerdos

en otros recuerdos

las miradas en otras miradas

las sospechas en otras sospechas.

 

Cada familia celebra sus ritos

cotidianos, crea de la nada

sus propios fantasmas, inventa

por las noches monstruos clandestinos.

 

De esa lúgubre orfandad, venimos

a este mundo, para iniciar

un extraño pacto con la vida.

 

 

 

 

IV

 

Pensemos un poco en nuestra infancia.

(Pensar es una forma de retornar

a lo sagrado).

 

El viejo sabio decía: “Imagina que

del otro lado del portón hay otras

verdades. También, claro, otras mentiras”.

 

Uno regresaba pálidamente a su casa

y miraba una y otra vez ambos lados

del portón.

 

Ahí comprendíamos para siempre

que en realidad no hay peor estado

para el hombre, que la sospecha

que encubre otras sospechas.

 

 

 

 

Silla vacía

 

De cara al sol nuestro imaginario

reconoce sólo una parte de la silla.

Esa vaciedad que ha quedado grabada

en la raíz de los espejos, torna lúgubre

el candor de los espías

miserables corazones

que se esconden al despertar

de la noche.

 

Más allá de la crepitud del infierno

los huesos dormidos se reconocen

tiesos y escaldados.

 

En esa habitación un hombre

se deja morir día tras día.

 

Hay otros seres que

también se aventuran a pernoctar

en el olvido.

 

Se despiertan por las mañanas, toman

un sorbo de café e imaginan

que la plenitud de la belleza

está del otro lado de la tierra.

 

 

 

Carta de Vincent Van Gogh a Antonin Artaud

 

Estimado Antonin: Nuestras vidas se han rozado, compartimos el sufrimiento y la pesadumbre de la condición humana, soportamos miserias, humillaciones, como diría pero en otros términos la melancólica voz del tango: “…el dolor de no haber sido ni tampoco ya poder ser…”.

La locura tocó los umbrales de nuestras puertas, descansamos en las camas populares de los turbulentos manicomios, allí también creamos algunas de nuestras mayores obras, para asombro de muchos y quizá como un modo de vengar nuestras frágiles mentes, frente a la pacata y descreída sociedad de siempre, que no le permite a uno ser como quiere ser… pensar como quiere pensar… sentir como quiere sentir.

Es cierto Antonin, estoy en deuda contigo, frente a tanto desamparo tú me premiaste con un poco convencional, desenfadado, maravilloso “suicidado de la sociedad”, pero trata de recordar algo por favor: aquel “Anciano afligido” bien podría estar dedicado a vos y a todos aquellos que han pagado con su propia vida la rebeldía de ser diferentes.

Quiero confesarte algo muy íntimo, porque se que me vas a poder comprender. Si me retrotraigo a mi propia historia, veo que cada diferencia de criterios que tuve con mi padre me llevó a ser expulsado de la casa. Cada discusión, cada enfrentamiento, desencadenaba mi posterior alejamiento de la familia.

Pero sin duda fue a los doce años -cuando se produjo el primero de ellos, en ocasión de ingresar como interno en la escuela de Zevenbergen- el día que recuerdo como de mayor conmoción, de mayor zozobra, el día de una larga e infinita pena. En una de las cartas a mi hermano Theo, años más tarde evocaría esta escena:

“Era un día de otoño, solo, de pie sobre los escalones de la escuela, seguí con la mirada el carruaje que llevaba a mi padre y a mi madre de regreso al hogar. Se veía a lo lejos el pequeño carruaje amarillo correr entre los prados por el extenso camino mojado por la lluvia y bordeado de árboles enjutos”.*

Gracias, por siempre, Vincent.

 

*Cartas a Theo, de Vincent Van Gogh

Luis Raúl Calvo   El poeta y ensayista nació (1955) y vive en Buenos Aires, Argentina. Dirige desde su fundación, en 1988, el Proyecto Cultural ... LEER MÁS DEL AUTOR