Luis Palés Matos

Candombe

 

 

 

 

Abajo

 

Abajo el ruido hueco de la música externa

que hace de la noble función un ejercicio de infantería,

con soldados de plomo inamovible

bueno para muchachos.

Desatemos las sogas tirantes de los metros

que amarran a un sonsonete de batracio

la augural orquestación del pensamiento,

y el consonante, insecto de élitro zumbón,

piquémosle a una caja de coleópteros.

Toda esa música de hojalata:

dijes, camafeos, relicarios,

joyas labradas de tocador,

cuentas de negra congolesa,

toda esa pacotilla inverosímil

de vieja quincalla literaria,

dejémosla en Venecia o en Roma,

o en la penumbra anticuaria de los museos

o en el secreter de madame Pompadour.

Abajo la luna, terrón podrido y muerto,

que reventó de romanticismo y pusilánime

el sistema nervioso del siglo XVII;

abajo el sol, ese clown borracho y apoplético,

que se pasa todo el día haciendo las mismas maromas

en el trapecio del infinito;

abajo el cielo todo con nubes y estrellas decorativas

y tramoya constante de teatro melodramático;

abajo todo lo fijo, que traza órbitas inalterables

y sedentariamente se consume de viejo sin dar un grito.

Muera la pose teatral del escritor concienzudo

de largas y congestivas cerebraciones;

muera la lógica, esa vieja miope,

que no ve más allá de sus narices de bruja;

muera el verso gomoso y florido

como una señorita en traje de baile;

muerte para todo lo lento, destilado,

limado, corregido, cerebrado,

todo ese atrezo descomunal y lentejueleante,

que hace de la verdad una bailarina

o una plebeya cantadora de couplets.

Haremos el cielo nuevo con el humo de las chimeneas;

crearemos la música nueva con el estruendo de las fábricas;

daremos la actividad, constante y múltiple, sin leyes;

y transformaremos la carroza académica del arte

en un automóvil de carrera que corra parejas con la vida.

Con manos de albañiles, de carpinteros o de cargadores de muelle

pulsaremos el grande instrumento resonante

que barrerá con el ímpetu de sus reacias armonías

la débil voz melódica de la ópera italiana.

Nuestras manos quiebran la vieja flauta panida

como una frágil caña, y bajo nuestras botas

aplastamos la huerta clerical

de la asmática cofradía literaria.

Poetas, yo os invito al Canto Nuevo

en esta hora whitmaniana y comunista…

Hora del dirigible que enciende su cigarro en el relámpago,

y del aeroplano colgado como una mosca de las nubes,

y del submarino que desflora la pubertad del abismo,

y de la locomotora, puñetazo al horizonte,

y del australiano y del chino,

y de la flapper y el cocktail,

y del jazzband y el cowboy,

y del andrajo y la lepra,

y de los estómagos vacíos.

Loemos la belleza parca de lo útil:

¡oh lecho de sábanas limpias!

¡Oh almohada acogedora que me pasas tus plumas

como dedos de niño por la cabeza desvelada!

¡Oh ducha matinal que me arañas dulcemente

como una gata mimosa!

¡Oh truck que llenas las aldeas de harina!

¡Oh bisturí que me has cortado la apéndice!

Estrofa masculina, brutal, demoledora,

como un hombre arrancando una piedra del camino,

que trasude el hedor de los torsos sudados

que colman las estivas de los buques

y revientan montañas.

El cañón alemán que rompió a París

vuelva harto de pólvora revolucionaria

y barra este montón afeitado y melódico

de gotosos y astenios,

que se asusta como un gallinero de parroquia

cuando pasa resoplando un automóvil de carretera.

 

 

 

 

Candombe

 

Los negros bailan, bailan, bailan,

ante la fogata encendida.

Tum-cutum, tum-cutum,

ante la fogata encendida.

 

Bajo el cocal, junto al oleaje,

dientes feroces de lascivia,

cuerpos de fango y de melaza,

senos colgantes, vaho de axilas,

y ojos de brillos tenebrosos

que el gongo profundo encandila.

Bailan los negros en la noche

ante la fogata encendida.

Tum-cutum, tum-cutum,.

ante la fogata encendida.

 

¿Quién es el cacique más fuerte?

¿Cuál es la doncella más fina?

¿Dónde duerme el caimán más fiero?

¿Qué hechizo ha matado a Babissa?

Bailan los negros sudorosos

ante la fogata encendida.

Tum-cutum, turn-cutum,.

en la soledad de la isla.

 

La luna es tortuga de plata

nadando en la noche tranquila.

¿Cuál será el pescador osado

que a su red la traiga prendida:

Sokola, Babiro, Bombassa,

Yombofre, Bulón o Babissa?

Tum-cutum, tum-cutum,

ante la fogata encendida.

 

Mirad la luna, el pez de plata,

la vieja tortuga maligna

echando al agua de la noche

su jugo que aduerme y hechiza…

Coged la luna, coged la luna,

traedla a un anzuelo prendida

Bailan los negros en la noche

ante la fogata encendida.

Tum-cutum, tum-cutum,

ante la fogata encendida.

 

 

 

 

Danza negra

 

Calabó y bambú.

Bambú y calabó.

El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.

La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.

Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.

Es la danza negra de Fernando Poo.

El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú.

El sapo en la charca sueña: cro-cro-cró.

Calabó y bambú.

Bambú y calabó.

 

Rompen los junjunes en furiosa u.

Los gongos trepidan con profunda o.

Es la raza negra que ondulando va

en el ritmo gordo del mariyandá.

Llegan los botucos a la fiesta ya.

Danza que te danza la negra se da.

 

Calabó y bambú.

Bambú y calabó.

El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.

La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.

 

Pasan tierras rojas, islas de betún:

Haití, Martinica, Congo, Camerún;

las papiamentosas antillas del ron

y las patualesas islas del volcán,

que en el grave son

del canto se dan.

 

Calabó y bambú.

Bambú y calabó.

Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.

Es la danza negra de Fernando Poo.

El alma africana que vibrando está

en el ritmo gordo del mariyandá.

 

Calabó y bambú.

Bambú y calabó.

El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.

La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.

 

 

 

 

Mulata-Antilla

 

En ti ahora, mulata,

Me acojo al tibio mar de las antillas.

Agua sensual y lenta de melaza,

Puerto de azúcar, cálida bahía,

Con la luz en reposo

Dorando la onda limpia,

Y el soñoliento zumbo de colmena

Que cuajan los trajines de la orilla.

En ti ahora, mulata,

Cruzo el mar de las islas.

Eléctricos mininos de huracanes

En tus curvas se alargan y se ovillan,

Mientras sobre mi barca va cayendo

La noche de tus ojos, como tinta.

En ti ahora, mulata…

¡Oh despertar glorioso en las antillas!

Bravo color que el do de pecho alcanza,

Música al rojo vivo de alegría,

Y calientes cantaridas de aroma

-Limón, tabaco, piña–

Zumbando a los sentidos

Sus embriagadas voces de delicia.

Eres ahora, mulata,

Todo el mar y la tierra de mis islas.

Sinfonía frutal, cuyas escalas,

Rompen furiosamente en tu catinga

. He aquí en su traje verde la guanábana

Con sus finas y blandas pantaletas

De muselina; he aquí el caimito

Con su leche infantil; he aquí la piña

Con su corona de soprano…Todos

Los frutos, ¡oh mulata! tú me brindas

En la clara bahía de tu cuerpo

Por los soles del trópico bruñida.

¡Oh, Cuba! ¡Oh, Puerto Rico!

Fogosas tierras líricas…

¡Oh, los rones calientes de Jamaica!

¡Oh, el aguacate de Santo Domingo,

Y el caldo denso de la Martinica!

Ahora eres , mulata,

Glorioso despertar en mis Antillas.

 

 

 

 

Jungla africana – Tembandumba…

 

Jungla africana – Tembandumba.

Manigua haitiana – Macandal.

 

Al bravo ritmo del candombe

despierta el tótem ancestral:

pantera, antílope, elefante,

sierpe, hipopótamo, caimán.

En el silencio de la selva

bate el tambor sacramental,

y el negro baila poseído

de la gran bestia original.

 

Jungla africana – Tembandumba.

Manigua haitiana – Macandal.

 

Toda en atizo de fogatas,

bruja cazuela tropical,

cuece la noche mayombera

el negro embó de Obatalá.

Cuajos de sombra se derriten

sobre la llama roja y dan

en grillo y rana su sofrito

de ardida fauna nocturnal.

 

Jungla africana – Tembandumba.

Manigua haitiana – Macandal.

 

Es la Nigricia. Baila el negro.

Baila el negro en la soledad.

Atravesando inmensidades

sobre el candombe su alma va

al limbo oscuro donde impera

la negra fórmula esencial.

Dale su fuerza el hipopótamo,

coraza bríndale el caimán,

le da sigilo la serpiente,

el antílope agilidad,

y el elefante poderoso

rompiendo selvas al pasar,

le abre camino hacia el profundo

y eterno numen ancestral.

 

Jungla africana – Tembandumba.

Manigua haitiana – Macandal.

 

 

 

 

Majestad negra

 

Por la encendida calle antillana

va Tembandumba de la Quimbamba

-rumba, macumba, candombe, bámbula-

entre dos filas de negras caras.

Ante ella un congo -gongo y maraca-

ritma una conga bomba que bamba.

 

Culipandeando la Reina avanza,

y de su inmensa grupa resbalan

meneos cachondos que el gongo cuaja

en ríos de azúcar y de melaza.

Prieto trapiche de sensual zafra,

el caderamen, masa con masa,

exprime ritmos, suda que sangra,

y la molienda culmina en danza.

 

Por la encendida calle antillana

va Tembandumba de la Quimbamba.

Flor de Tortola, rosa de Uganda,

por ti crepitan bombas y bámbulas,

por ti en calendas desenfrenadas

quema la Antilla su sangre ñáñiga.

Haití te ofrece sus calabazas;

fogosos rones te da Jamaica;

Cuba te dice: ¡dale, mulata!

Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!

 

¡Sús, mis cocolos de negras caras!

Tronad, tambores; vibrad, maracas.

Por la encendida calle antillana

-rumba, macumba, candombe, bámbula-

va Tembandumba de la Quimbamba.

 

 

 

 

Pueblo negro

 

Esta noche me obsede la remota

visión de un pueblo negro…

—Mussumba, Tombuctú, Farafangana—

es pueblo de sueño,

tumbado allá en mis brumas interiores

a la sombra de claros cocoteros.

 

La luz rabiosa cae

en duros ocres sobre el campo extenso;

humean rojas de calor las piedras,

y la humedad del árbol corpulento

evapora frescuras vegetales

en el agrio crisol del clima seco.

 

Los aguazales

cuajan un vaho amoniacal y denso.

El compacto hipopótamo se hunde

en su caldo de lodo suculento,

y el elefante de marfil y grasa

rumia bajo el baobab su vago sueño.

 

Allá, entre palmeras,

está tendido el pueblo…

—Mussumba, Tomboctú, Farafangana—,

caserío irreal de paz y sueño.

 

Alguien disuelve perezosamente

un canto monorrítmico en el viento

pululado de úes  que se aquietan

en balsas de diptongos soñolientos

y de guturaciones alargadas

que dan un don de  lejanía al verso.

 

Es la hembra que canta

su sobria vida de animal doméstico.

Es la negra de las zonas soleadas

que huele a tierra, a salvajina, a sexo.

 

Es la negra que canta,

y su canto sensual se va extendiendo

como una clara atmósfera de dicha

bajo la sombra de los cocoteros.

Al rumor de su canto

todo se va extendiendo,

bajo la clara atmósfera de dicha

bajo la sombra de los cocoteros.

Al rumor de su canto

todo se va extinguiendo.

Y sólo queda en mi alma

la ú profunda del diptongo fiero,

en cuya curva maternal se esconde

la armonía prolífica del sexo.

 

 

 

 

Preludio en boricua

 

Tuntún de pasa y grifería

y otros parejeros tuntunes.

Bochinche de ñañiguería

donde sus cálidos betunes

funde la congada bravía.

 

Con cacareo de maraca

y sordo gruñido de gongo,

el telón isleño destaca

una aristocracia macaca

a base de funche y mondongo.

 

Al solemne papalúa haitiano

opone la rumba habanera

sus esguinces de hombro y cadera,

mientras el negrito cubano

doma la mulata cerrera.

 

De su bachata por las pistas

vuela Cuba, suelto el velamen,

recogiendo en el caderamen

su áureo niágara de turistas.

 

(Mañana serán accionistas

de cualquier ingenio cañero

y cargarán con el dinero…)

 

Y hacia un rincón —solar, bahía,

malecón o siembre de cañas—

bebe el negro su pena fría

alelado en la melodía

que le sale de las entrañas.

 

Jamaica, la gorda mandinga,

reduce su lingo a gandinga.

Santo Domingo se endominga

y en cívico gesto imponente

su numen heroico respinga

con cien odas al Presidente.

Con su batea de ajonjolí

y sus blancos ojos de magia

hacia el mercado viene Haití.

Las antillas barloventeras

pasan tremendas desazones,

espantándose los ciclones

con matamoscas de palmeras.

 

¿Y Puerto Rico? Mi isla ardiente,

para ti todo ha terminado.

En el yermo de un continente,

Puerto Rico, lúgubremente,

bala como un cabro estofado.

 

Tuntún de pasa y grifería,

este libro que va a tus manos

con ingredientes antillanos

compuse un día…

 

… y en resumen, tiempo perdido,

que me acaba en aburrimiento.

Algo entrevisto o presentido,

poco realmente vivido

y mucho de embuste y de cuento.

Luis Palés Matos (Guayama, Puerto Rico, 20 de marzo, 1898 - Santurce, Puerto Rico, 23 de febrero de 1959). Escritor, poeta, y periodista puertorriqueño. De ... LEER MÁS DEL AUTOR