Luis Manuel Pimentel

Como un hechizo ancestral

 

 

 

 

Sapiens sapiens

Sonrisas entre los naranjos
sol, brisa y comida entre el mango y el semeruco
sobriedad astringente entre las nuevas comiquitas
sobanderos entre las cuevas del apamate
satélites entre la basura espacial
sartenes volando por los baños
sortilegios de arcoíris entre los escalones del edificio
subterfugios entre las ranuras de los picos
sátiros corriendo por los matorrales
sueños perdidos en los hospitales
sonidos graves en los pocillos
serenatas acuáticas de los ríos
sones perdidos en las presas de pollo
señales de tránsito con caballos ciegos
seretones hablando de sirenas lujuriosas
serpientes aliñando un pájaro entre las piedras
sonetos entre sonetos
sociedad utópica en mensajes de textos
silbidos silenciosos entre camioneros
sobretechos mojados de láminas de zinc
sancochos con agua de mar entre los ríos
suero entre arepas de maíz
sirvientes esclavos entre los déspotas
soldados mutilados del rococó
sensaciones terrícolas en las galaxias
sobriedad marcada con enfermedades ligeras
suaves roces de manos entre las jaulas abiertas
severos besos en las azoteas
suculentas sopas por los mercados
sismos ferreteros entre pinturas de nitrógeno
salas de esperas entre murciélagos venenosos
señoras sin sexo en burdeles con olor a anís
soledades desgastadas en una feria patronal
silueta de mujer con traje de baño anaranjado
sorpresas de asesinos entre taxis y robos
soliloquios con reclamos de justicia
sustancia vallenata entre las letras de lo que fue
sustratos entre las sumas
sarcasmos alegres entre amistades
soplidos del corazón en los parques de chocolate
series televisivas entre adictos al control
servilletas mojadas entre emperadores estudiantiles
sistema global entre realidades regionales
sospecho que estás cerca llena de frutos y algas
suburbio colonial entre los católicos recalcitrantes
siderales pensamientos con los helechos prehistóricos
suerte de gala entre flores silvestres
sudor gozado con aceite de ajonjolí

 

 

El desgate

Prendió el equipo de sonido,
primero escuchó todo lo que tenía
en el pendrive de la Billos Caracas Boy,
recordó el infortunio de un hombre
al que lo dejaron sin los botones de la camisa,
después de los pantalones,
y con mucha razón esa parte le parte
el alma, porque siempre ha cocido
y levantó a sus hijos con la máquina,

de pronto,
se escuchó otra estrofa de la canción:

Me gusta el whiskey
me gusta el tabaco
y las buenas mujeres

la bailé frente a ella
haciendo unas morisquetas con la cabeza
que nos causó gracia y reímos en la divinidad
del compartir más allá de madre e hijo,
fue como en un hechizo ancestral,
después puso los boleros.

Se sentó a picar los aliños para el almuerzo
con la aplicación de siempre,
pero mientras más envejece le duelen las caderas
porque los huesos se les desgatan,
de tanta vida entregada para nosotros:

Luna que se quiebra
sobre la tiniebla de mi soledad
a dónde vas,
dime si esta noche tú te vas de ronda
como ella se fue,
con quién estás

la cantó bajito,
siempre me ha conmovido su tono,
va entre lo nostálgico y lo sublime,

ahora ralla la zanahoria
sentada en la silla de cuero
donde siempre se ha sentido cómoda,
prosigue con un tango:

caminito que el tiempo ha borrado
que juntos un día nos viste pasar
he venido por última vez,
he venido a contarte mi mal.

De pronto en una reflexión me dice en voz alta:
—yo no entiendo cómo la gente de antes
escribía esas canciones tan bonitas.

Y al mismo tiempo tararea la otra canción que viene.

Siento que esta mañana tiene algo especial,
me da sentimiento que a sus 74 años
se quede sola
por las noches;
desde hace días la tengo clavada en el pecho
como las agujas de acupuntura
que le pone mi hermana
alrededor de una pelota
que tiene en el seno derecho,
hay que reducirlo,
atraparlo,
encarcelarlo, para que no crezca,
y entonces suena:

Angustia de no tener aquí
tormento de no tener tu amor
angustia de no besarte más
nostalgia de no escuchar tu voz,
nunca podré olvidar
nuestras noches junto al mar
contigo se fue toda ilusión
la angustia llenó mi corazón

Mientras la cantaba se me cruzó
la imagen de mi papá,
no tanto por lo obvio de la sentencia
que tal vez ella ya ni la sienta,
sino como en un acto de magia
apareció representado
la esencia de un hombre
que hizo posible
este encuentro.

 

 

Magos en la cocina

 a William Osuna

Soñé con ellos,
entre botellas de whisky y tragos que subían y bajaban
al compás de unos violines que rasguñaban la inmensidad.
Compartíamos en un salón donde el día no era de día,
sino que habíamos pasado varias noches bebiendo
y jugando al que pensara más rápido.

Un poeta santificado por el pecado literario
apareció en el despojado espacio
y quiso seguir nuestro ritmo que, hacía rato, se había convertido
en un barril sin fondo.
Estábamos en una cocina y esta vez
picábamos unos pastelitos con picante trujillano,
y de nuevo otro trago para volver al viaje.

El alcohol como cohete al cerebro, pero de un despegar despacio
cada segundo se convertía en una pintura con quintas dimensiones,
el poeta seguía entre nosotros y nosotros con él
en una conversación donde lo alabábamos por su ingenio callejero
sobre unos versos que componía con tal majestuosidad
y con los que fue capaz de convertir un río en una galería de nostalgia.

Seguíamos libando y mi padre entrando en la ebriedad
empezó a jugar con nuestras mentes
y las emprendió con adivinar sobre el presente y el futuro.
Primero le hizo una cartografía existencial a mi primo-padrino,
luego vino a mí
contando y reverenciando las sublimes formas de la creación

/sin duda había conexión de su Ser con un ente Supremo/

seguía eternamente endulzando la vida y tocando lo duro de ella,
cada uno de nosotros estaba sentado en unas sillas blancas de plástico.

Mi padre se paró y fue con sus manos medio tembleques
a donde estaba sentado el poeta
y empezó a mirar su futuro en cada pausado paso,
junto al ritmo armoniosos de sus pensamientos
fijó su mirada en la frente
e intentando agarrarle su mano para leérsela,

el poeta de súbito subió la voz
y, en tono de defensa, le dijo:
deja la vaina así,
deja la vaina.

 

 

Detrás de la ventana

A esta hora todo pasa lento,
oscuridad total en la habitación,
puedo escuchar cómo van y vienen los carros por Av. Libertador;
mientras los pájaros están cepillándose
los picos para salir de sus casas,

ya el olor del alba entra por estas rendijas.

Pasa por mi cabeza un escarabajo caminándome por encima,
ya algunos cangrejos estuvieron por aquí temprano y dejaron su mensaje
desde aquí piloteo esta embarcación de tentáculos ardientes,
hace calor y desapareces, mi Dulcinea con poca ropa.

Abajo los muchachos que todos los viernes beben están bebiendo,
escuchan una salsa que presumo sale de algún radio improvisado,
siempre suben antes que los espante el color de la mañana.

Ya no puedo seguir con los ojos pegados a este no sueño,
detrás de esta ventana todos los amores del mundo ronronean,
y alguien cobrará mañana nomás salga el sol
alguna apuesta.

Luis Manuel Pimentel (Barquisimeto - Venezuela, 1979). Poeta, narrador. Licenciado en Letras (ULA – 2004). Magister en Literatura Iberoamericana (2012). En poe ... LEER MÁS DEL AUTOR