Continuamos esta nueva sección de Textos claves con un poema del notable autor cubano.
Luis Manuel Pérez Boitel
CARTA ASTRAL PARA DIBUJAR UNA REALIDAD QUE NO ENCUENTRO EN TU NOMBRE
Qué puedo decirte, madre mía, a la hora del mal dormir entre jeringuillas y fragmentos de un linfoma que parece te llevaba poco a poco. Después del chinesco hospital, los cristales de la noche, el traspiés que oficia el cáncer entre tus arterias, cómo decirte tanta verdad, una verdad absoluta que no podría creer nunca, por la que respondías como un animalito tembloroso, el más frágil de los animalitos asediado por la multitud, imposible de entender en su propia sombra. La definición de un extraño sueño que descubro en tus ojos, en la planicie de tus ojos, por ejemplo, cuando acudíamos a la salita del hospital y yo te ofrecía regalos para que no imaginaras la sangre que faltaba, los estertores de esta aciaga existencia de la que no puedo despedirte. Entonces indagabas el por qué de aquella gente moribunda cruzando frente a nosotros, por qué tanta soledad en los rostros de los paseantes y de uno mismo. Nada nos era ajeno, ni apenas el día que me dijiste que no querías ir más al tratamiento, que ya las venas habían colapsado y que era algo injusto que no podía seguir ocurriendo. Entonces mirabas alrededor, y no hallaba razón ni pedestal, no hallaba el sendero para trasmitirte el estado de necesidad, las injusticias de Dios, y de la vida que siempre es incierta. Duró un año el temor, la súplica y el desasosiego de cuidar de ti, madre mía, de sentirme a tu lado el más pequeño de los hombres, un principiante, el incomprendido por la turba, el que escapó de todo pacto por alcanzar la felicidad, y tú no sabías nada; en ese instante donde decidí dejarlo todo a Dios, pero salvarte. Así fue la rutina de los días, la búsqueda por minimizar las secuelas de las quimioterapias y de tus venas necrosadas. Madre mía, qué difícil es dejarte en un poema para que elijas entre la pátina de la enfermedad y la manida palabra existencia. Qué difícil es dibujar una realidad que no encuentro en tu nombre, cuál misterio ofrece Dios para que la muerte no sea ni el fin ni el principio. A duras penas, puedo explicarte, madre mía, sobre estas cosas, y temo en el aciago tiempo que nos encumbra, mientras te preguntaba por los árboles del patio, por los días de navidad y la familia. Qué puedo hacer, madre mía, si no pude sustituir mis venas por las tuyas, si en tu mirada siempre encontré un rencor injusto, diría yo, amargo, por la inexplicable hora de la transfusión, por la herida que mucho más se hacía en mí junto al lamento. Nada sabías, madre mía, nada sabías. Cómo podré revivir tantos motivos diversos, fingir que se está feliz por el hecho de hablar de la felicidad. Callar simplemente, cambiar de conversación como si nada sucediera, pero es terrible el candil y la expectativa por los medicamentos que no llegan. Mientras prefiera que sigas peleando por la casa y el país, insistir que todo ha sido un sueño y tenga lágrimas nada más, y no pueda hablarte de porvenir, de los hijos que no sé si tendré; ah para qué tantas preguntas. Madre mía, si un día piensas que intenté escapar de esa realidad, que no cuidé bien de ti, que también he sido un animalito tembloroso perdido en su soledad. Qué puedo decirte, madre mía, que me perdone, que me perdone.
(De Artefactos para dibujar una nereida, 2013)