Hambre azul
A PUERTO RICO
(A Tomás Carrión)
La América fue tuya. Fue tuya en la corona
embrujada de plumas del cacique Agüeybana,
que traía el misterio de una noche de siglos
y quemóse en el rayo de sol de una mañana.
El África fue tuya. Fue tuya en las esclavas
que el surco roturaron, al sol canicular.
Tenían la piel negra y España les dio un beso
y las volvió criollas de luz crepuscular.
También fue tuya España. Y fue San Juan la joya,
que aquella madre vieja y madre todavía,
prendió de tu recuerdo como un brillante al aire
sobre el aro de oro que ciñe la bahía.
¿Y el Yanki de alto cuerpo y alma infantil quizás?…
¡E1 Yanki no fue tuyo ni lo será jamás!
CARNAVAL
Bella ficción de reinas y de reyes…
Oh, carnaval, alegre carnaval,
que unces tus yuntas de mejores bueyes
y aras la carne en el vaivén del vals.
Arado quo revuelcas corazones,
en surcos de dolor y de placer,
y arrancas las raíces y tocones,
que dejaron las siembras del ayer.
Queda, desnuda, la cachonda era,
apta para la nueva primavera,
que vaticina el grito del amor.
Grito y clarín de la fecunda guerra
en que hasta las lombrices de la tierra
sueñan el sueño de la flor.
TRENO DE MAR
Una novia en la playa…
Una vela en el mar…
Los péndulos de hojas,
que cuelgan del cocal,
tararean, ean, ean,
la Oración del Jamás.
Las gaviotas se cimbran
en el vuelo fugaz
con que las lleva al nido
la luz crepuscular.
Rojas brasas las rocas
queman la flor de sal,
que polvoreó sobre ellas
la salobre humedad.
Errante nube tiende
su pañolón de holán,
con que Dios en el cielo
limpia el azul cristal.
No hay espuma en la lenta
onda que viene y va.
Ni la brisa sahúma
la desmayada paz.
Lloran, bajo la tarde,
su triste soledad,
una novia en la playa
y una vela en el mar.
LECHE DE LA CABRA NEGRA
Como medialuna blanca
en la medianoche negra,
tu blanca piel es la lumbre
que aluza mi hosca tristeza.
Tu piel le reza de noche
a la noche de la sierra
la letanía de la espuma
del salto de agua en las piedras.
Y a los luceros les trova
la más blanca cantarela:
la de la leche de ensueño
de la errante azul camella
panda en la travesía
entre la luna y la tierra.
Es la carne de tu cuerpo
carne de nuez cocotera,
cuajo de recién cuajado
queso de hoja de Isabela,
nieve de Blanca de Nieve,
y blanco vellón de oveja.
Alas de garzota blanca
son tus brazos y tus piernas.
Y eres toda ensueño blanco:
leche de la azul camella.
Luna y blanca, blanca
y luna novia en traje do azucena:
novia desnuda en la noche:
blanca la carne de soda,
blanca la cola de espuma
y blanco el velo de niebla.
Flor rociada de rocío
y llena de luna llena.
Flor que se desnuda
para que la gocen las estrellas.
Blanca sal. Azúcar blanca.
Cal. Cal viva en la cantera.
Polvo de almidón de yuca.
Polvo de arroz de Valencia.
Caracol de limpio nácar.
Vaso de horchata de almendra.
Huevo del cisne del cielo.
Leche do la cabra negra:
de la cabra de la noche
que en la inmensidad berrea,
paciendo sobre los astros,
y Dios lo sopla las tetas
quo se hinchan de infinito
y en vialácteas se deslechan.
Toda eres claro do luna:
la luna en tu carne riela.
Y toda, blanca vialáctea:
leche do la cabra negra.
LA NEGRA
(A Félix Matos Bernier)
Bajo el manto de sombras de la primera noche,
la mano de Elohím, ahíta en el derroche
de la bíblica luz del fiat omnifulgente,
te amasó con la piel hosca de La serpiente.
Puso en tu tez la tinta del cuero del moroco
y en tus dientes la espuma de la leche del coco.
Dio a tu seno prestigios de montañesa fuente
y a tus muslos textura de caoba incrujiente.
Virgen, cuando la carne te tiembla en la cadera,
remedas la potranca que piafa en la pradera.
Madre, el divino chorro que tu pecho desgarra,
rueda como un guarismo de luz en la pizarra.
Oh, tú, digna de aquel ebrio de inspiración
cántico de los cánticos del rey Salomón.
EL NEGRO
Niño, de noche lanzábame a la selva,
acompañado del negro viejo de la hacienda,
y cruzábamos juntos la manigua espesa.
Yo sentía el silencioso pisar de las fieras
y el aliento tibio de sus bocas abiertas.
Pero el negro a mi lado era una fuerza
que con sus brazos desgajaba las ceibas
y con sus ojos se tragaba las tinieblas.
Ya hombre, también a la selva del mundo fui
y entre hombres y mujeres de todas las razas viví.
Y también su pisar silencioso sentí.
Y tuve miedo, como de niño… pero no hui…
porque en mi propia sombra siempre vi
al negro viejo siempre cerca de mí.
VALLE DE COLLORES
Cuando salí de collores
fue en una jaquita baya,
por un sendero entre mayas
arropás de cundiamores.
Adiós, malezas y flores
de la barranca del río,
y mis noches del bohío,
y aquella apacible calma,
y los viejos de mi alma,
y los hermanitos míos.
¡Qué pena la que sentía,
cuando hacia atrás yo miraba,
y una casa se alejaba,
y esa casa era la mía!
La última vez que volvía
los ojos, vi el blanco vuelo
de aquel maternal pañuelo
empapado con el zumo
del dolor. Mas allá, humo
esfumándose en el cielo.
La campestre floración
era triste, opaca, mustia.
Y todo, como una angustia,
me apretaba el corazón.
La jaca a su discreción,
iba a paso perezoso.
Zumbaba el viento, oloroso
a madreselvas y a pinos.
Y las ceibas del camino
parecían sauces llorosos.
No recuerdo como fue
(aquí la memoria pierdo)
Más en mi oro de recuerdos,
recuerdo que al fin llegué,
la urbe, el teatro, el café,
la plaza, el parque, a la acera…
Y en una novia hechicera,
hallé el ramaje encendido,
donde colgué el primer nido
de mi primera quimera.
Después, en pos de ideales.
Entonces, me hirió la envidia.
Y la calumnia y la insidia
y el odio de los mortales.
Y urdiendo sueños triunfales,
vi otra vez el blanco vuelo
de aquel maternal pañuelo
empapado con el zumo
del dolor. Lo demás, humo
esfumándose en el cielo.
Ay, la gloria es sueño vano.
Y el placer, tan sólo viento.
Y la riqueza, tormento.
Y el poder, hosco gusano.
Ay, si estuviera en mis manos
borrar mis triunfos mayores,
y a mi bohío de Collores
volver en la jaca baya
por el sendero entre mayas
arropás de cundiamores.
HAMBRE AZUL
Ensueño que estoy cenando
y que tu espalda es mi mesa,
acostada su blancura,
como en la playa te viera
nadando sobre la ola
o echada sobre la arena.
Mesa desnuda, sin nada
de mantel ni servilletas;
azucarada, olorosa,
pintada de miel de abeja
libada en los azahares
de la luna y las estrellas.
Mesa que en silencio siente,
y en silencio canta y reza,
y no dice una palabra,
y dice toda la ciencia;
abeja que pica el cielo;
luna que escarba la tierra.
Ave que raya el enigma
y con las alas abiertas,
por los siglos de los siglos,
de la nada al todo vuela,
y nada sabe de nada,
y todo lo sacramenta
con el óleo de los huevos
que en sus curvas cacarea
en las ondas de los nidos.
Mesa doctora en belleza,
en la ciencia de la gracia
y en la gracia de la ciencia;
y mesa, en fin, que en sus vuelos
sabe repechar la cuesta
que va de Newton al Dante,
del número a la quimera,
el infinito camino que hay
entre el cielo y la tierra.
Chorro de café que hirviendo
brinca de la cafetera,
se ve caer el rizado
chorro negro de tu trenza
sobre la espumosa leche
de la taza que se vuelca
y se derrama en tu nuca
y por tus hombros se riega.
¿Que la plata de tus nalgas
me brindará en sus bandejas?
En una, que rumbe y raje
el ronco ron de la tierra;
mientras la otra se me finge
digna de ser la bandeja
de la petenera copa
de Jerez de la Frontera.
Y en la planicie del talle,
que es el centro de la mesa,
el pan de Dios se me ofrece
al hambre azul que me incendia.
Al comerlo, así le grito
a la multitud de afuera:
No soy yo quien mata el hambre
esta noche en esta mesa;
no, hermanos; es nuestra especie
la que se cena esta cena;
toda nuestra especie humana
en su hambre de ser eterna.