Luis Cortés Bargalló

Para zurcir por partes

 

 

 

 

Divide ut…

 

Atorados y en fila:

una vagina que se abre, muslos;

un ano como un sol garabateados;

un pene con su ojo, baba,

testículos, dos curvas.

Raspados con navaja

en la pared del baño público.

Mesa de operaciones

simbólicas, lingüísticas

pulsiones, de otro tipo. En

cazuelas Gottfried Benn

los vio vaciados, mondos en su

jugo, frescos «como si del seno

materno acabaran de salir».

Dos que nunca, la mitad de

nunca, el estropicio de los labios

y el aliento. Incontenidos. Descolgados.

Dos que nunca se alcanzaron

atorados. Falsa la ecuación,

visibles las incógnitas dolidas,

¿y la equivalencia cuándo?,

si de amor tratara, sexo, fluidos,

¿dónde el cuerpo todavía,

la porción del Todo, ahora, sine…?

Las disgregaciones, las cazuelas

del sentido así gestaban, como frígidos

gobiernos, alas duras, miembros y

fracciones. A navaja. Guturales ostras.

 

 

 

 

Trago al bolo

 

A veces no hace falta más

que masticar y masticarse.

Y eludir ese patetismo

—como el infinitivo de la frase

que remueve al sujeto—: irse por

las ramas o sus modos más

impersonales. Pero quién

se ocupa luego de las ramas

agregando los efectos, distorsiones

en el iris del gorrión. Adentrar

en el rizoma de los nudos la saliva

y angostarlo en la

garganta. Desprender

los glútenes, rozar y remachar,

el incisivo contra blando y ante,

cabe, contra, abrir la boca

en un respiro —con—, hincar

el grano ácido aletearlo —mezcladora

estacionada en las encías y la pasta—

por la calle donde sujetados

a la esponja, el hule carcomidos

y de vuelta Pedro, Paco, Lola

se retiran de la mácula,

sin nombre. Apenas se evapora

el último rayón del agua sucia.

El parabrisas limpio.

 

 

 

 

El oído

estrecha

en la garganta

los salobres

laberintos

ya inundados.

El ojo

aprieta el nudo

de una chispa

a media noche

y la derrama

en otro rostro

más lejano.

La mano sigue

entrelazando

con el aire

los olores

de otra mano.

De esa flor

de carne tibia

que tocaba.

 

Y el poema

aguarda. Hace

algún intento

de alargarse

con su lengua

su lengüita

remojada

en el silencio.

Atragantado

a veces la retira

—un sufrimiento—

y habla (por

la boca

del estómago).

 

 

 

 

Para zurcir por partes

para mis hermanos, Sara y Chuy

Una vieja melodía que me lleva

de Monk a Julius Hemphill —y de Django

a Hendrix. Del río revoltoso al ritmo,

de la fuga al silencio.

 

Una vida antiquísima

que sigue en todas partes

y me sigue conmoviendo. Cada

vuelta con cualquiera de sus guiños.

 

Cómo desearía remover el tono ahora,

prologar la cita inteligente, intercambiarla

con el molde roto. Inesperando de cualquier

belleza disonante la tinción, un surgimiento.

 

O entenderme entre la lluvia corrosiva

circunscrito en los sucesos, la infeliz novela

de las plagas, las batallas; el tejido minucioso

con sus héroes y sus ciclos. Es un hecho.

 

Pero no es así, lo siento mucho. Debería…

Mientras siga así. Sin más —a pura cuerda

y resistencias—, imposible entre las cosas

removerme. Es otra cosa la rotura, la vocal

 

impersonal y mía. Es la médula un rasgueo

que me canta su tristeza. Limpio. Limpio

“capulí de obrería”, fue lo que pidió Vallejo

para el alma en un angosto lavamanos.

 

Y me sumo a los obrajes, la jornada

sin horarios, al carrete —qué te digo, comisuras—

y se va quedando corto el hilo corto, sin aguja

para el hueco infatigable de ese ojal

 

redondo en unas fechas inconclusas. Debería

empezar con que mi padre trabajó desde los siete,

y su madre, lejos de los patios sonorenses, de su hijo,

se partía la cintura en los plantíos de California;

 

y a los once, en 24, vio a los yaquis de su pueblo

despojados, hechos trizas en los postes del telégrafo.

Y mi madre vino a México a los diecisiete, en barco,

con sus padres y mis tíos, y una pañoleta rescatada

 

de milagro entre la mucha mierda, sangre, lodo

que llovió en España el 39, fecha dura. Y se encontró

a mi padre, socialista a su manera, profesor en el 49

lejos, en Tijuana. Y algo allí se les juntó en 52 como

 

si hubieran desmontado en otra tierra, más cercana

con su propio extrañamiento: “anda, empuja, empuja

fuerte, va a nacer nuestra criatura, entre tus piernas,

madre, empuja, va a nacer aquí pegado a la frontera

 

junto al cine Zaragoza”. Y esa vieja melodía, desde

cuando. Que aprendí a escucharme con el hilo, con

nacerme entre sus puntas. Que me sigue conmoviendo

por primeras por segundas y terceras partes. Continúa…

 

 

 

 

XVI

 

Dar la vuelta.

Dar la sombra

si se tiene.

Si se tiene

dar un paso

al paso que

te empalma

sin buscarte.

Si clarean

por lo bajo

los arbustos.

Luna. Media

luna. Cuarto.

Para eso

no hay salida

dar la vuelta

en la salida.

No hay salida

ni antesala.

Luna nueva.

Sólo un golpe

de marea

—roja

a veces.

Detenido

en medio

claro.

 

Luis Cortés Bargalló Poeta, editor y traductor. Nació en Tijuana, en 1952. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Terrario, 1979; El circo ... LEER MÁS DEL AUTOR