Para zurcir por partes
Divide ut…
Atorados y en fila:
una vagina que se abre, muslos;
un ano como un sol garabateados;
un pene con su ojo, baba,
testículos, dos curvas.
Raspados con navaja
en la pared del baño público.
Mesa de operaciones
simbólicas, lingüísticas
pulsiones, de otro tipo. En
cazuelas Gottfried Benn
los vio vaciados, mondos en su
jugo, frescos «como si del seno
materno acabaran de salir».
Dos que nunca, la mitad de
nunca, el estropicio de los labios
y el aliento. Incontenidos. Descolgados.
Dos que nunca se alcanzaron
atorados. Falsa la ecuación,
visibles las incógnitas dolidas,
¿y la equivalencia cuándo?,
si de amor tratara, sexo, fluidos,
¿dónde el cuerpo todavía,
la porción del Todo, ahora, sine…?
Las disgregaciones, las cazuelas
del sentido así gestaban, como frígidos
gobiernos, alas duras, miembros y
fracciones. A navaja. Guturales ostras.
Trago al bolo
A veces no hace falta más
que masticar y masticarse.
Y eludir ese patetismo
—como el infinitivo de la frase
que remueve al sujeto—: irse por
las ramas o sus modos más
impersonales. Pero quién
se ocupa luego de las ramas
agregando los efectos, distorsiones
en el iris del gorrión. Adentrar
en el rizoma de los nudos la saliva
y angostarlo en la
garganta. Desprender
los glútenes, rozar y remachar,
el incisivo contra blando y ante,
cabe, contra, abrir la boca
en un respiro —con—, hincar
el grano ácido aletearlo —mezcladora
estacionada en las encías y la pasta—
por la calle donde sujetados
a la esponja, el hule carcomidos
y de vuelta Pedro, Paco, Lola
se retiran de la mácula,
sin nombre. Apenas se evapora
el último rayón del agua sucia.
El parabrisas limpio.
El oído
estrecha
en la garganta
los salobres
laberintos
ya inundados.
El ojo
aprieta el nudo
de una chispa
a media noche
y la derrama
en otro rostro
más lejano.
La mano sigue
entrelazando
con el aire
los olores
de otra mano.
De esa flor
de carne tibia
que tocaba.
Y el poema
aguarda. Hace
algún intento
de alargarse
con su lengua
su lengüita
remojada
en el silencio.
Atragantado
a veces la retira
—un sufrimiento—
y habla (por
la boca
del estómago).
Para zurcir por partes
para mis hermanos, Sara y Chuy
Una vieja melodía que me lleva
de Monk a Julius Hemphill —y de Django
a Hendrix. Del río revoltoso al ritmo,
de la fuga al silencio.
Una vida antiquísima
que sigue en todas partes
y me sigue conmoviendo. Cada
vuelta con cualquiera de sus guiños.
Cómo desearía remover el tono ahora,
prologar la cita inteligente, intercambiarla
con el molde roto. Inesperando de cualquier
belleza disonante la tinción, un surgimiento.
O entenderme entre la lluvia corrosiva
circunscrito en los sucesos, la infeliz novela
de las plagas, las batallas; el tejido minucioso
con sus héroes y sus ciclos. Es un hecho.
Pero no es así, lo siento mucho. Debería…
Mientras siga así. Sin más —a pura cuerda
y resistencias—, imposible entre las cosas
removerme. Es otra cosa la rotura, la vocal
impersonal y mía. Es la médula un rasgueo
que me canta su tristeza. Limpio. Limpio
“capulí de obrería”, fue lo que pidió Vallejo
para el alma en un angosto lavamanos.
Y me sumo a los obrajes, la jornada
sin horarios, al carrete —qué te digo, comisuras—
y se va quedando corto el hilo corto, sin aguja
para el hueco infatigable de ese ojal
redondo en unas fechas inconclusas. Debería
empezar con que mi padre trabajó desde los siete,
y su madre, lejos de los patios sonorenses, de su hijo,
se partía la cintura en los plantíos de California;
y a los once, en 24, vio a los yaquis de su pueblo
despojados, hechos trizas en los postes del telégrafo.
Y mi madre vino a México a los diecisiete, en barco,
con sus padres y mis tíos, y una pañoleta rescatada
de milagro entre la mucha mierda, sangre, lodo
que llovió en España el 39, fecha dura. Y se encontró
a mi padre, socialista a su manera, profesor en el 49
lejos, en Tijuana. Y algo allí se les juntó en 52 como
si hubieran desmontado en otra tierra, más cercana
con su propio extrañamiento: “anda, empuja, empuja
fuerte, va a nacer nuestra criatura, entre tus piernas,
madre, empuja, va a nacer aquí pegado a la frontera
junto al cine Zaragoza”. Y esa vieja melodía, desde
cuando. Que aprendí a escucharme con el hilo, con
nacerme entre sus puntas. Que me sigue conmoviendo
por primeras por segundas y terceras partes. Continúa…
XVI
Dar la vuelta.
Dar la sombra
si se tiene.
Si se tiene
dar un paso
al paso que
te empalma
sin buscarte.
Si clarean
por lo bajo
los arbustos.
Luna. Media
luna. Cuarto.
Para eso
no hay salida
dar la vuelta
en la salida.
No hay salida
ni antesala.
Luna nueva.
Sólo un golpe
de marea
—roja
a veces.
Detenido
en medio
claro.