Luis Alberto de Cuenca

Después del paraíso

 

 

 

 

Juramentos de amor

 

Te juro que jamás seré de otra.

Me juras que jamás serás de otro.

Y lo que nos juramos queda escrito

en el agua, porque los juramentos

de amor valen lo mismo que un estante

sin libros, que una casa sin ventanas.

Pero tú te lo crees, yo me lo creo,

y eso es, vida mía, lo que cuenta.

 

 

 

 

Plegaria (I)

 

Virgen del Carmen, tú, que ejerces de patrona

de la marinería, sálvame del naufragio

de este amor, que amenaza con terminar ahogándome.

Sé benévola, diosa del Carmelo, aunque solo

sea por el poema que te escribí hace mucho,

cuando el mundo era joven, hilando alejandrinos

que honraran tu grandeza. El amor no era entonces

este mar iracundo y terrible de ahora,

sino un estanque tibio donde darse un buen baño,

un oasis de luz en medio de la niebla.

 

 

 

 

Partir de Ogigia

 

Nadie puede engañar a quien ama. Ella sabe

que él se irá alguna vez. Cuando un cielo brumal

amenace tormenta en el mar, por ejemplo.

Porque el mar que lo trajo a sus brazos será

también el que reclame su regreso a la patria,

y ya no volverá.

 

Tal vez tenga palabras brutales que decirle:

«Quiero volver a Ítaca. Me voy. No te soporto».

(Se aburría hasta el fondo del abismo con ella,

hasta el fondo del tiempo y de la eternidad).

«Quédate —dijo ella—. Si te quedas, tus penas

desaparecerán».

 

«El dolor me enriquece, la muerte me humaniza,

reconocer mis límites me alivia, me da paz».

«Conmigo olvidarás tu nombre y serás Alguien

en lugar de ser Nadie, y resplandecerás

como un astro de fuego que inunda con su luz

la vasta oscuridad».

 

Renunciando a la entrega y al amor de Calipso,

Ulises renunciaba a la inmortalidad.

La que Homero llamó «divina entre las diosas»

no supo convencerle de que, siendo mortal,

la existencia es un sueño que aboca en pesadilla,

y lo dejó marchar.

 

 

 

 

Palinuro

 

Con el corazón roto,

llorando la desgracia de su amigo,

asió el timón, diciendo en voz alta a las olas:

«Confiaste demasiado en el mar y en el cielo,

Palinuro. Ninguno de esos dos

es digno de confianza.

Desnudo yacerás en ignorada arena».

Y aquel dictado de fraternidad

se convirtió después en epitafio

común, en enseñanza para todos.

 

 

 

 

Sobre Les feuilles mortes, de Prévert

 

Estoy seguro de que tú también

te acuerdas de los días en que fuimos

felices, en un tiempo en que la vida

era hermosa y el sol brillaba más

que en este otoño eterno de hojas muertas,

recuerdos imborrables y añoranzas

que conduce a la noche del olvido.

Pero hay algo que queda de aquel tiempo,

y es la canción de amor que tú cantabas.

una canción que hablaba de nosotros:

de ti, que me querías, y de mí,

que te quería hasta el agotamiento;

de ti, mi amor; de mí, que te adoraba.

Mas la vida, sin ruido, suavemente,

acaba separando a los que se aman,

y el mar borra las huellas de los pasos

que los amantes dieron en la arena.

Las hojas muertas son ya multitud,

como nuestros recuerdos y añoranzas,

pero mi fiel y silencioso amor

da gracias a la vida sonriendo.

Eras tan bella, te amé tanto, ¿cómo

podría ni un segundo yo olvidarte?

Hermosa era la vida en aquel tiempo,

y el sol brillaba mucho más que ahora.

tú entonces eras mi muy dulce amiga,

y, entre tanta añoranza del pasado,

escucho siempre, siempre, la canción

de nuestro amor, que siempre estará viva

mientras palpiten nuestros corazones.

 

 

 

 

-Luis Alberto de Cuenca
Después del paraíso
Colección Palabra de Honor
Visor Poesía
España, 2021

 

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Luis Alberto de Cuenca Nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950. Es Doctor en Filología Clásica desde 1976 y académico numerario de la Real Academia de la Hi ... LEER MÁS DEL AUTOR