Después del paraíso
Juramentos de amor
Te juro que jamás seré de otra.
Me juras que jamás serás de otro.
Y lo que nos juramos queda escrito
en el agua, porque los juramentos
de amor valen lo mismo que un estante
sin libros, que una casa sin ventanas.
Pero tú te lo crees, yo me lo creo,
y eso es, vida mía, lo que cuenta.
Plegaria (I)
Virgen del Carmen, tú, que ejerces de patrona
de la marinería, sálvame del naufragio
de este amor, que amenaza con terminar ahogándome.
Sé benévola, diosa del Carmelo, aunque solo
sea por el poema que te escribí hace mucho,
cuando el mundo era joven, hilando alejandrinos
que honraran tu grandeza. El amor no era entonces
este mar iracundo y terrible de ahora,
sino un estanque tibio donde darse un buen baño,
un oasis de luz en medio de la niebla.
Partir de Ogigia
Nadie puede engañar a quien ama. Ella sabe
que él se irá alguna vez. Cuando un cielo brumal
amenace tormenta en el mar, por ejemplo.
Porque el mar que lo trajo a sus brazos será
también el que reclame su regreso a la patria,
y ya no volverá.
Tal vez tenga palabras brutales que decirle:
«Quiero volver a Ítaca. Me voy. No te soporto».
(Se aburría hasta el fondo del abismo con ella,
hasta el fondo del tiempo y de la eternidad).
«Quédate —dijo ella—. Si te quedas, tus penas
desaparecerán».
«El dolor me enriquece, la muerte me humaniza,
reconocer mis límites me alivia, me da paz».
«Conmigo olvidarás tu nombre y serás Alguien
en lugar de ser Nadie, y resplandecerás
como un astro de fuego que inunda con su luz
la vasta oscuridad».
Renunciando a la entrega y al amor de Calipso,
Ulises renunciaba a la inmortalidad.
La que Homero llamó «divina entre las diosas»
no supo convencerle de que, siendo mortal,
la existencia es un sueño que aboca en pesadilla,
y lo dejó marchar.
Palinuro
Con el corazón roto,
llorando la desgracia de su amigo,
asió el timón, diciendo en voz alta a las olas:
«Confiaste demasiado en el mar y en el cielo,
Palinuro. Ninguno de esos dos
es digno de confianza.
Desnudo yacerás en ignorada arena».
Y aquel dictado de fraternidad
se convirtió después en epitafio
común, en enseñanza para todos.
Sobre Les feuilles mortes, de Prévert
Estoy seguro de que tú también
te acuerdas de los días en que fuimos
felices, en un tiempo en que la vida
era hermosa y el sol brillaba más
que en este otoño eterno de hojas muertas,
recuerdos imborrables y añoranzas
que conduce a la noche del olvido.
Pero hay algo que queda de aquel tiempo,
y es la canción de amor que tú cantabas.
una canción que hablaba de nosotros:
de ti, que me querías, y de mí,
que te quería hasta el agotamiento;
de ti, mi amor; de mí, que te adoraba.
Mas la vida, sin ruido, suavemente,
acaba separando a los que se aman,
y el mar borra las huellas de los pasos
que los amantes dieron en la arena.
Las hojas muertas son ya multitud,
como nuestros recuerdos y añoranzas,
pero mi fiel y silencioso amor
da gracias a la vida sonriendo.
Eras tan bella, te amé tanto, ¿cómo
podría ni un segundo yo olvidarte?
Hermosa era la vida en aquel tiempo,
y el sol brillaba mucho más que ahora.
tú entonces eras mi muy dulce amiga,
y, entre tanta añoranza del pasado,
escucho siempre, siempre, la canción
de nuestro amor, que siempre estará viva
mientras palpiten nuestros corazones.
-Luis Alberto de Cuenca
Después del paraíso
Colección Palabra de Honor
Visor Poesía
España, 2021