Luigi Bressan

El paraíso quemado

 

 

 

(Traducción al español de Stefano Strazzabosco)

 

 

 

POESÍA

 

Querría escribir la más bella poesía

porque estoy enfermo de ella – no tanto

que me muera – para gastarla

como una moneda, la más ajada

o tal vez para cantarla, donarla

o echarla a la basura.

El viento me la quitaría

de las manos, o de la boca

entreabierta y sin besos

para guardarla en la maceta

de su sed, que conduce

al verde y a lo quemado.

Así me haría feliz

porque, perdida, yo la buscaría

y todos los demás también querrían.

 

 

 

 

MARRANA

 

Ven otra vez larga

marrana, de la que

cuando niño no podía zafarme

porque no había entendido

la verdad de tu hambre.

Ven otra vez con las ubres

aguadas, con los ojos de mal sueño:

todos tus hijos se los comieron lechones.

Ven a decirme al oído

el secreto, la agrura

suave de tu carne.

 

 

 

 

EL PARAÍSO QUEMADO

 

Ese balcón a media cuesta

que nos habíamos prometido para el verano

dura una jornada de invierno

mudos nosotros viendo hacia abajo

nuestro paraíso un poco quemado.

Pero tú piensas en el sol poniéndose:

en ese color que no puedes explicarte.

Las palabras sonarían: tan fuerte

es sólo, quizás, la muerte.

 

 

 

 

FORASTEROS

 

«Ese hijo que corre

por el campo es mi hijo»

necesito gritármelo

porque extranjeros somos todos

por una vez o muchas

y nos llamamos para hallarnos,

especialmente cuando, como hoy

los follajes nos atormentan

sacudidos por vientos

y un lago de celeste

nos mira y nos espanta.

 

 

 

 

EL CANTO DEL TILO

 

El sol ya va bajando: me doy cuenta

por la copa de un tilo, por el oro

que colora sus crestas, derramando

una nube de polvo y de sueño.

Todo el día cobijó las abejas,

y su canto era ya como miel.

Cuando habrá muerto el sol, el cielo oscuro,

como abejas cantarán las estrellas

un canto suave. Algo amargo también,

si se acompañará con los suspiros

que el árbol por la noche echa al aire

sintiendo aterrizar sus bellas flores.

 

 

 

 

NECESITABA UN FOCO

 

Necesitaba un foco

que manchara la niebla

para ver que la yedra

se ha tornado bermeja.

Los pasos ya se alejan

del café por las puertas

de la oscuridad. Ya nadie se voltea

hacia atrás, nadie mira.

Estábamos dentro callados

jugando desganados

y en tanto esta yedra se moría

hoja tras hoja.

 

 

 

 

QUEDA CLARITA EL AGUA…

 

Queda clarita el agua

después que me he lavado. ¿Estoy muerto?

Ha sido cuando una luz

ha atravesado el muro de la lluvia

que me he visto sonreír en el espejo

sereno, y me he visto alejarme.

Ha sido una chavita, a la que el viento

jalaba la sombrilla y la faldita

delante, que me hizo entender gesticulando

– una nada – en medio del chaparrón

que había llegado a otro lado.

Y yo, niño que no quiere saber

desde allá repiqueteaba en el vidrio.

Pero es cierto que la hoja de menta

en la boca tenía el sabor del aire y

las caras de la gente nadaban

en su tiempo con ojos de tristeza

y a mí no me importaba

pero igual les habría dado una caricia.

Ahora sé que la última agua

hará un charquito y dentro

yo no veré mi cara.

 

Luigi Bressan (1941). Nacido en la región de Véneto, Italia, se mudó aún adolescente al contiguo Friuli, en donde ha trabajado como maestro y promotor ... LEER MÁS DEL AUTOR