El paraíso quemado
(Traducción al español de Stefano Strazzabosco)
POESÍA
Querría escribir la más bella poesía
porque estoy enfermo de ella – no tanto
que me muera – para gastarla
como una moneda, la más ajada
o tal vez para cantarla, donarla
o echarla a la basura.
El viento me la quitaría
de las manos, o de la boca
entreabierta y sin besos
para guardarla en la maceta
de su sed, que conduce
al verde y a lo quemado.
Así me haría feliz
porque, perdida, yo la buscaría
y todos los demás también querrían.
MARRANA
Ven otra vez larga
marrana, de la que
cuando niño no podía zafarme
porque no había entendido
la verdad de tu hambre.
Ven otra vez con las ubres
aguadas, con los ojos de mal sueño:
todos tus hijos se los comieron lechones.
Ven a decirme al oído
el secreto, la agrura
suave de tu carne.
EL PARAÍSO QUEMADO
Ese balcón a media cuesta
que nos habíamos prometido para el verano
dura una jornada de invierno
mudos nosotros viendo hacia abajo
nuestro paraíso un poco quemado.
Pero tú piensas en el sol poniéndose:
en ese color que no puedes explicarte.
Las palabras sonarían: tan fuerte
es sólo, quizás, la muerte.
FORASTEROS
«Ese hijo que corre
por el campo es mi hijo»
necesito gritármelo
porque extranjeros somos todos
por una vez o muchas
y nos llamamos para hallarnos,
especialmente cuando, como hoy
los follajes nos atormentan
sacudidos por vientos
y un lago de celeste
nos mira y nos espanta.
EL CANTO DEL TILO
El sol ya va bajando: me doy cuenta
por la copa de un tilo, por el oro
que colora sus crestas, derramando
una nube de polvo y de sueño.
Todo el día cobijó las abejas,
y su canto era ya como miel.
Cuando habrá muerto el sol, el cielo oscuro,
como abejas cantarán las estrellas
un canto suave. Algo amargo también,
si se acompañará con los suspiros
que el árbol por la noche echa al aire
sintiendo aterrizar sus bellas flores.
NECESITABA UN FOCO
Necesitaba un foco
que manchara la niebla
para ver que la yedra
se ha tornado bermeja.
Los pasos ya se alejan
del café por las puertas
de la oscuridad. Ya nadie se voltea
hacia atrás, nadie mira.
Estábamos dentro callados
jugando desganados
y en tanto esta yedra se moría
hoja tras hoja.
QUEDA CLARITA EL AGUA…
Queda clarita el agua
después que me he lavado. ¿Estoy muerto?
Ha sido cuando una luz
ha atravesado el muro de la lluvia
que me he visto sonreír en el espejo
sereno, y me he visto alejarme.
Ha sido una chavita, a la que el viento
jalaba la sombrilla y la faldita
delante, que me hizo entender gesticulando
– una nada – en medio del chaparrón
que había llegado a otro lado.
Y yo, niño que no quiere saber
desde allá repiqueteaba en el vidrio.
Pero es cierto que la hoja de menta
en la boca tenía el sabor del aire y
las caras de la gente nadaban
en su tiempo con ojos de tristeza
y a mí no me importaba
pero igual les habría dado una caricia.
Ahora sé que la última agua
hará un charquito y dentro
yo no veré mi cara.