No digan que no sabían nada
(Traducción al español de Emilio Coco)
No digan que no sabían nada
de las estadísticas, de los polvos
cansados y las ventanas abiertas a la tormenta.
No se justifiquen por los monitores
no digan que ignoran los documentos
de estos años precarios del tiempo
que falta cada día
y exprime y chupa, calculado al neto
de los muros que no podemos superar.
No digan en fin que sirve una metáfora
para explicar el tráfico, los cascos agudos debajo de las ruedas
y la noche podrida de amores infecundos.
Y luego no culpen a los poetas
de no habérselo dicho
y de no haberlos escuchado.
¿Quién de nosotros llevará la antorcha en lo alto
y desde aquella altura mirará los deltas desiertos
que conservan hechos elementales? ¿Quién verá
las ciudades, las alamedas ahogadas de lluvia
los cielos verticales? Nadie
conoce los resultados, los acuerdos hechos
las convenciones que rigen
las estructuras complejas
y los frutos masacrados que parecen míseras
rejas sutiles sosteniendo catedrales destechadas.
Te damos la primera buena noche en la tierra:
hay una musa por esto, una estrella incierta que horada
la lápida orando en una lengua sin escritura.
Mientras la noche cierra la cara trastornada al mar
el maestral como un Salmo disgregado
dobla una tierra hecha de sangre
y qué sangre pide a sus hijos.
Es esta una buena noche, un apretón de mano
una procesión del silencio que nunca
cierra la órbita hueca grabada en el granito.
Te saludan los hijos, los nietos
los que te amaron
la extrema generación.
Prohibido abandonarla
Mi hijo
Extranjero en la tierra del abandono
en estas paredes blancas
de la casa de los abuelos
extranjero en un lecho de algas
bajo la torre cogida por la luna
en el lecho, delante de la plaza.
Subíamos por la tarde, subíamos a la memoria
por la noche, después de la cerveza, las sonrisas,
el bar, el relato del naufragio, después del amor
con el sabor de las madréporas
en los labios de turrón, en los pechos de oveja
con los cabellos de posidonias brillantes de sal.
He llevado a mi mujer al río
a la Codula di luna, al Margine
la he llevado al Supramonte[1]
más allá de la mina de cobre
ella que no sabe de esta sangre
de la alegría consumida en el
viento gregal.
La he mirado en los ojos
en los senos y en el vientre que llevó a mi hijo
le he mirado las manos de lentisco
la raíz retorcida, agarrada a la piedra
del nosotros, al templo del vientre
negro de sol, blando de vida.
Conozco su paso lento
doblado de lado, como para descubrir
la verdad de los guijarros, para tener
un tiempo, una esencia de llanto
Se ha acercado al río
al agua verde que no conoce la historia
cuando entro desnudo en aquel espejo
que me devuelve un tiempo sin
ella, de cuchilla y coral
de menstruación y dolor
de placer rojo.
Sé en qué piensa cuando posa su pupila
en los surcos de mi espalda
en las colinas de las vértebras, más allá
del arquitrabe del pecho,
cuando la flor de los dedos
se abre en el azul de las venas.
Sé en qué piensa, por la tarde cuando me regala
un abismo de tristeza
y la lentitud violeta de los párpados.
Ella es extranjera entre estas rocas
blancas, mientras babea
al mugir de las máscaras, al sonido de los pasos
ritmados en el bronce, grabados en la madera.
Ella es extranjera entre los muros
cuando volvemos a casa
y atravesamos el mar del nosotros
es extranjera cuando le cuento las estrellas de la piel
las constelaciones en las escápulas de madre
Te he llevado aquí, extranjera
en la tierra del abandono
al río, a la codula di luna
y tú eres hembra
eres agua de vena, eres
flor silvestre, viento mistral.
Te coloco una mano en el vientre
como para buscar una puerta
una espiral en el centro del fuego
un útero rojo de pórfido
Tú eres allí, reina del blanco
señora del mar.
Nos mira nuestro hijo
prohibido abandonarla, susurra.
El sábado por la mañana acompaño a mi hijo
a la piscina, como para limpiar el pecado de la ausencia
de una semana de trabajo.
Lo miro desde el cristal como desde una pantalla
más allá de la cual beber el café
o leer un libro mientras
espero el final de la hora.
Permanezco así, inclinado, cuajado en las gradas
sordo a la llamada del cristal, a los comentarios estúpidos
encerrado en el cuadrado de papel de mi lectura.
Pero llega el momento ‒quizá al final de la página
o en el instante crucial de una estrofa‒
que levanto los ojos y lo veo
a mitad de la piscina
los pulmones tensos por la delgadez
que aprende la espalda bajo la voz
el aullido que retumba en las manos en forma de cono del maestro.
Es allí que renquea ‒sabe que lo miro‒
descompuesto, intenta retener como un yugo
un flotador que le han impuesto
entre los muslos.
Al final para, no lo consigue,
se apoya en la cuerda que divide las calles
y se vuelve hacia el cristal, tentándome con su sonrisa.
Quisiera cogerlo por sorpresa, levantarlo
ondeando como una medusa, como
un hocico de delfín, empujarlo sobre el hilo
celeste de la calla hasta
las baldosas de la meta.
No es así ‒lo sé bien‒ y él
se ahoga en el estruendo de la piscina,
aparte en el agua
entre los compañeros de su curso.
Luego, vuelve a poner aquel chisme entre las piernas
dirige el rostro hacia el techo como hacia un cielo,
lo dirige a su futuro,
mientras yo, tras el cristal
tengo mi libro entre los dedos.
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Nota
Codula di luna es un cañón que se ha formado gracias a la erosión de un antiguo torrente que desde la montaña bajaba al mar y desembocaba en la playa de Cala Luna. La Codula forma parte del Supramonte de Urzulei, en Cerdeña.