Luca Benassi

No digan que no sabían nada

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

No digan que no sabían nada

de las estadísticas, de los polvos

cansados y las ventanas abiertas a la tormenta.

No se justifiquen por los monitores

no digan que ignoran los documentos

de estos años precarios del tiempo

que falta cada día

y exprime y chupa, calculado al neto

de los muros que no podemos superar.

No digan en fin que sirve una metáfora

para explicar el tráfico, los cascos agudos debajo de las ruedas

y la noche podrida de amores infecundos.

Y luego no culpen a los poetas

de no habérselo dicho

y de no haberlos escuchado.

 

 

 

 

¿Quién de nosotros llevará la antorcha en lo alto

y desde aquella altura mirará los deltas desiertos

que conservan hechos elementales? ¿Quién verá

las ciudades, las alamedas ahogadas de lluvia

los cielos verticales? Nadie

conoce los resultados, los acuerdos hechos

las convenciones que rigen

las estructuras complejas

y los frutos masacrados que parecen míseras

rejas sutiles sosteniendo catedrales destechadas.

 

 

 

 

Te damos la primera buena noche en la tierra:

hay una musa por esto, una estrella incierta que horada

la lápida orando en una lengua sin escritura.

Mientras la noche cierra la cara trastornada al mar

el maestral como un Salmo disgregado

dobla una tierra hecha de sangre

y qué sangre pide a sus hijos.

Es esta una buena noche, un apretón de mano

una procesión del silencio que nunca

cierra la órbita hueca grabada en el granito.

Te saludan los hijos, los nietos

los que te amaron

la extrema generación.

 

 

 

 

Prohibido abandonarla

Mi hijo

 

Extranjero en la tierra del abandono

en estas paredes blancas

de la casa de los abuelos

extranjero en un lecho de algas

bajo la torre cogida por la luna

en el lecho, delante de la plaza.

 

Subíamos por la tarde, subíamos a la memoria

por la noche, después de la cerveza, las sonrisas,

el bar, el relato del naufragio, después del amor

con el sabor de las madréporas

en los labios de turrón, en los pechos de oveja

con los cabellos de posidonias brillantes de sal.

 

He llevado a mi mujer al río

a la Codula di luna, al Margine

la he llevado al Supramonte[1]

más allá de la mina de cobre

ella que no sabe de esta sangre

de la alegría consumida en el

viento gregal.

 

La he mirado en los ojos

en los senos y en el vientre que llevó a mi hijo

le he mirado las manos de lentisco

la raíz retorcida, agarrada a la piedra

del nosotros, al templo del vientre

negro de sol, blando de vida.

 

Conozco su paso lento

doblado  de lado, como para descubrir

la verdad de los guijarros, para tener

un tiempo, una esencia de llanto

 

Se ha acercado al río

al agua verde que no conoce la historia

cuando entro desnudo en aquel espejo

que me devuelve un tiempo sin

ella, de cuchilla y coral

de menstruación y dolor

de placer rojo.

 

Sé en qué piensa cuando posa su pupila

en los surcos de mi espalda

en las colinas de las vértebras, más allá

del arquitrabe del pecho,

cuando la flor de los dedos

se abre en el azul de las venas.

 

Sé en qué piensa, por la tarde cuando me regala

un abismo de tristeza

y la lentitud violeta de los párpados.

 

Ella es extranjera entre estas rocas

blancas, mientras babea

al mugir de las máscaras, al sonido de los pasos

ritmados en el bronce, grabados en la madera.

 

Ella es extranjera entre los muros

cuando volvemos a casa

y atravesamos el mar del nosotros

 

es extranjera cuando le cuento las estrellas de la piel

las constelaciones en las escápulas de madre

 

Te he llevado aquí, extranjera

en la tierra del abandono

al río, a la codula di luna

y tú eres hembra

eres agua de vena, eres

flor silvestre, viento mistral.

 

Te coloco una mano en el vientre

como para buscar una puerta

una espiral en el centro del fuego

un útero rojo de pórfido

 

Tú eres allí, reina del blanco

señora del mar.

 

Nos mira nuestro hijo

prohibido abandonarla, susurra.

 

 

 

 

El sábado por la mañana acompaño a mi hijo

a la piscina, como para limpiar el pecado de la ausencia

de una semana de trabajo.

 

Lo miro desde el cristal como desde una pantalla

más allá de la cual beber el café

o leer un libro mientras

espero el final de la hora.

 

Permanezco así, inclinado, cuajado en las gradas

sordo a la llamada del cristal, a los comentarios estúpidos

encerrado en el cuadrado de papel de mi lectura.

 

Pero llega el  momento ‒quizá al final de la página

o en el instante crucial de una estrofa‒

que levanto los ojos y lo veo

a mitad de la piscina

los pulmones tensos por la delgadez

que aprende la espalda bajo la voz

el aullido que retumba en las manos en forma de cono del maestro.

Es allí que renquea ‒sabe que lo miro‒

descompuesto, intenta retener como un yugo

un flotador que le han impuesto

entre los muslos.

 

Al final para, no lo consigue,

se apoya en la cuerda que divide las calles

y se vuelve hacia el cristal, tentándome con su sonrisa.

 

Quisiera cogerlo por sorpresa, levantarlo

ondeando como una medusa, como

un hocico  de delfín, empujarlo sobre el hilo

celeste de la calla hasta

las baldosas de la meta.

 

No es así ‒lo sé bien‒ y él

se ahoga en el estruendo de la piscina,

aparte en el agua

entre los compañeros de su curso.

 

Luego, vuelve a poner aquel chisme entre las piernas

dirige el rostro hacia el techo como hacia un cielo,

lo dirige a su futuro,

mientras yo, tras el cristal

tengo mi libro entre los dedos.

 

 

 

 

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Nota

Codula di luna es un cañón que se ha formado gracias a la erosión de un antiguo torrente que desde la montaña bajaba al mar y desembocaba en la playa de Cala Luna. La Codula forma parte del Supramonte de Urzulei, en Cerdeña.

 

Luca Benassi Nació en 1976 en Roma, en donde vive y trabaja. Ha publicado los libros de poesía Nei Margini della Storia (2000), I Fast ... LEER MÁS DEL AUTOR