Venus, que clara brillas en la altura
(Traducción al español Demetrio Fábrega)
Soneto I
Si adivinar pudiera algún clarividente
mejor que Ulises, nunca me habría revelado
que ese rostro de tantos encantos adornado,
de este horrible suplicio vendría a ser la fuente.
No obstante, Amor, tus ojos, en mi pecho inocente
que tanto abrigo y tanto calor te ha dispensado,
con su luz bellas heridas tan graves han dejado
que sólo tu podrías curármelas realmente.
De un escorpión la víctima soy, triste destino,
y antídoto no existe de un veneno tan fino
sino es del mismo monstruo que quiso envenenarme.
Señor, te lo suplico, deja de atormentarme,
pero sin que decidas este amor extinguirme
porque si me lo quitas preferiré morirme.
Soneto II
¡Oh bellos ojos negros, oh perdidas miradas,
oh suspiros ardientes, oh lágrimas vertidas,
oh noches tenebrosas en vano transcurridas,
oh tardes luminosas vanamente esperadas!
¡Oh lamentos tan tristes, ansias tan obstinadas,
oh tiempo malgastado, oh penas repetidas,
oh muertes y más muertes en mil redes tendidas,
oh mil desesperanzas sólo a mí destinadas.
Sonrisas, brazos, frente, labios, cabellos, manos,
oh laúd plañidero, flautas, violines, pianos,
para vencer a una hembra, tantos sonidos bellos.
De ti me aquejo, ahora, de lo que despertabas
en todo este ser mío si un dedo me tocabas,
sin que me hayan quedado siquiera los destellos.
Soneto III
Ansias perennes y esperanzas vanas,
lágrimas vierto tantas que, a raudales,
ríos se hacen que aumentan sus caudales,
tributarios mis ojos, sus fontanas.
Crueldades y durezas inhumanas,
que a compasión movisteis celestiales
luces, y mi pasión a tantos males,
¿de hacerme sufrir más os quedan ganas?
Que Amor en mí de nuevo hunda su flecha,
que otra pena me dé mucho más honda,
y siembre más angustias todavía,
porque estoy tan dolida y tan maltrecha
que ya ni es necesario que me esconda,
pues dónde herirme ya no encontraría.
Soneto IV
Desde que Amor me envenenó, razona
mi mente que este fuego es mi destino,
y ardiendo voy con su furor divino
que ni por un instante me abandona.
Ni un respiro del alma me perdona
y de amenazas colma mi camino.
Si pienso que en la muerte esto termino,
ni el pensar en la muerte me condona.
Amor, que así tan fuerte me persigas
si hasta mis fuerzas ya son enemigas
en la lucha que más y más arrecia.
Si con treguas jamás nos favoreces,
si ante el fuerte más fuerte te apareces
parecerá que el cielo me desprecia.
Soneto V
Venus, que clara brillas en la altura,
oye mi voz que canta dolorosa
y que te hará lucir más luminosa
con su timbre tan lleno de amargura.
Enternecido ha de encontrar tu pura
luz este llanto que te doy, quejosa.
De mi lecho bañado en llanto, ¡ah, diosa!
testigo habrás de ser con tu hermosura.
Mi humano corazón está cansado
del reposo sin sueño está prendado,
pues no soporto el sol por más que quiera.
Y como tengo el alma destrozada,
y estoy sola en mi lecho recostada,
mi mal podré llorar la noche entera.