Louise Labé

Venus, que clara brillas en la altura

 

 

 

(Traducción al español Demetrio Fábrega)

 

 

 

Soneto I

 

Si adivinar pudiera algún clarividente

mejor que Ulises, nunca me habría revelado

que ese rostro de tantos encantos adornado,

de este horrible suplicio vendría a ser la fuente.

 

No obstante, Amor, tus ojos, en mi pecho inocente

que tanto abrigo y tanto calor te ha dispensado,

con su luz bellas heridas tan graves han dejado

que sólo tu podrías curármelas realmente.

 

De un escorpión la víctima soy, triste destino,

y antídoto no existe de un veneno tan fino

sino es del mismo monstruo que quiso envenenarme.

 

Señor, te lo suplico, deja de atormentarme,

pero sin que decidas este amor extinguirme

porque si me lo quitas preferiré morirme.

 

 

 

Soneto II

 

¡Oh bellos ojos negros, oh perdidas miradas,

oh suspiros ardientes, oh lágrimas vertidas,

oh noches tenebrosas en vano transcurridas,

oh tardes luminosas vanamente esperadas!

 

¡Oh lamentos tan tristes, ansias tan obstinadas,

oh tiempo malgastado, oh penas repetidas,

oh muertes y más muertes en mil redes tendidas,

oh mil desesperanzas sólo a mí destinadas.

 

Sonrisas, brazos, frente, labios, cabellos, manos,

oh laúd plañidero, flautas, violines, pianos,

para vencer a una hembra, tantos sonidos bellos.

 

De ti me aquejo, ahora, de lo que despertabas

en todo este ser mío si un dedo me tocabas,

sin que me hayan quedado siquiera los destellos.

 

 

 

Soneto III

 

Ansias perennes y esperanzas vanas,

lágrimas vierto tantas que, a raudales,

ríos se hacen que aumentan sus caudales,

tributarios mis ojos, sus fontanas.

 

Crueldades y durezas inhumanas,

que a compasión movisteis celestiales

luces, y mi pasión a tantos males,

¿de hacerme sufrir más os quedan ganas?

 

Que Amor en mí de nuevo hunda su flecha,

que otra pena me dé mucho más honda,

y siembre más angustias todavía,

 

porque estoy tan dolida y tan maltrecha

que ya ni es necesario que me esconda,

pues dónde herirme ya no encontraría.

 

 

 

Soneto IV

 

Desde que Amor me envenenó, razona

mi mente que este fuego es mi destino,

y ardiendo voy con su furor divino

que ni por un instante me abandona.

 

Ni un respiro del alma me perdona

y de amenazas colma mi camino.

Si pienso que en la muerte esto termino,

ni el pensar en la muerte me condona.

 

Amor, que así tan fuerte me persigas

si hasta mis fuerzas ya son enemigas

en la lucha que más y más arrecia.

 

Si con treguas jamás nos favoreces,

si ante el fuerte más fuerte te apareces

parecerá que el cielo me desprecia.

 

 

 

Soneto V

 

Venus, que clara brillas en la altura,

oye mi voz que canta dolorosa

y que te hará lucir más luminosa

con su timbre tan lleno de amargura.

 

Enternecido ha de encontrar tu pura

luz este llanto que te doy, quejosa.

De mi lecho bañado en llanto, ¡ah, diosa!

testigo habrás de ser con tu hermosura.

 

Mi humano corazón está cansado

del reposo sin sueño está prendado,

pues no soporto el sol por más que quiera.

 

Y como tengo el alma destrozada,

y estoy sola en mi lecho recostada,

mi mal podré llorar la noche entera.

 

Louise Labé (Lyon, hacia 1516 - Parcieux-en-Dombes, Francia, 1565). Poetisa francesa. Hija de un rico cordelero, recibió una esmerada educación que co ... LEER MÁS DEL AUTOR