Louise Glück

Figura descendente / El triunfo de Aquiles

 

 

(Traducción al español de Andrés Catalán)

 

 

 

El miedo al amor

 

Ese cuerpo tendido junto a mí como una piedra obediente:

una vez me pareció que abría los ojos,

pudimos haber hablado.

 

Por aquel entonces ya era invierno.

De día el sol se alzaba con su yelmo de fuego

y también por la noche, reflejado en la luna.

Su luz pasaba sobre nosotros libremente,

como si nos hubiéramos tumbado

para no dejar sombra alguna,

solo estas dos marcas superficiales en la nieve.

Y el pasado, como siempre, se extendía ante nosotros,

inmóvil, complejo, impenetrable.

 

¿Cuánto tiempo estuvimos echados allí

mientras, codo con codo, con sus capas de plumas,

los dioses descendían

de la montaña que construimos para ellos?

 

 

 

 

Retrato

 

Una niña dibuja el contorno de un cuerpo.

Dibuja lo que puede, pero está todo en blanco,

no es capaz de rellenar lo que sabe que está ahí.

En el interior de la línea sin sustento, sabe

que falta la vida; ha recortado

un fondo de otro. Como la niña que es,

recurre a su madre.

 

Así que dibujas el corazón

en el vacío que ella ha creado.

 

 

 

 

Primera despedida

 

Ya puedes reunirte con los demás,

cuerpo que no deja descansar a mi cuerpo,

regresar al mundo, a las avenidas, a las ordenadas

profundidades de los parques, como grandes terminales

que nunca se apagan: una extraña te espera

en cien habitaciones. Regresa ahí,

al incremento y la limitación: cerca de la rosa centrada,

la observas pelar una naranja de manera

que la cáscara seca cae en forma de pétalos sobre el plato.

Esto es maestría, cuyo modo

activo es la disección: la luz impuesta

reluce en el cuchillo. Más tarde o más temprano

empezarás a soñar conmigo. No te envidio

esos sueños. Puedo imaginarme el aspecto de mi cara,

así de ardiente, afligida de deseo —rebajada

cara de tu invención—, cómo la boca traiciona

la aislada avaricia del amante

cuando magnifica y luego destruye:

no te envidio esa aparición.

Y las mujeres allí echadas: quién no las compadecería,

la forma en que se giran hacia ti, la forma

en que luchan por ser visibles. Te hacen

un sitio en la cama, una blanca excavación.

Luego el sacramento: vuestros cuerpos ensamblados,

agitándose, agitándose, hasta que el calor los abandona del todo…

Más tarde o más temprano pronunciarás mi nombre,

un grito de pérdida, un equivocado

grito de reconocimiento, de atajada necesidad

por alguien que existe en el recuerdo: ninguna voz

conduce a ese reino.

 

 

 

 

El reproche

 

Me has traicionado, Eros.

Me has traído

a mi verdadero amor.

 

En una alta colina forjaste

su mirada limpia;

mi corazón no era

tan duro como tu flecha.

 

¿Qué es un poeta

sin sueños?

Estoy despierta; siento

carne de verdad en mí,

tratando de silenciarme…

Fuera, en la negrura

sobre los olivos,

unas pocas estrellas.

 

Creo que este es un insulto mordaz:

que prefiero recorrer

los enroscados senderos del jardín,

caminar junto al río

resplandeciente de gotas

de mercurio. Me gusta echarme

sobre la hierba mojada de la orilla,

para escaparme, Eros,

no abiertamente, con otros hombres,

sino discreta, fríamente…

 

Me he pasado la vida

adorando a dioses equivocados.

Cuando observo los árboles

del otro lado,

la flecha en mi corazón

es como uno de ellos,

se mece y tiembla.

 

 

 

 

Pena adulta

 

Para E. V.

 

Porque fuiste tan tonta como para amar un solo lugar,

ahora eres una indigente, una huérfana

en una sucesión de albergues.

No te preparaste adecuadamente.

Ante tus propios ojos, dos personas envejecían;

te podría haber dicho que dos muertes se acercaban.

No ha habido nunca un padre

al que mantenga vivo el amor de un niño.

 

Ahora, por supuesto, ya es demasiado tarde;

estabas atrapada en el romance de la fidelidad.

Seguías regresando, aferrándote

a dos personas que apenas reconocías

después de lo que habían soportado.

 

Si alguna vez tuviste la salvación a tu alcance,

ahora ese momento ha pasado: estabas obstinada, patéticamente

ciega al cambio. Ahora no tienes nada:

para ti, el hogar es un cementerio.

Te he visto apoyar la cara contra las lápidas de granito:

eres el liquen que trata de crecer ahí.

 

Pero no crecerás,

no te vas a permitir

borrar nada.

 

 

 

 

-Louise Glück
Figura descendente / El triunfo de Aquiles
Traducción al español de Andrés Catalán
Colección Visor de Poesía
España, 2021

 

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