Con su bastón golpea mi padre
A CESARE PAVESE
Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrá la morte e avrá i tuoi occhi.
C. P.
La muerte tuvo tus ojos
y los gatos lo supieron;
la muerte tuvo tus ojos,
pero no tus versos.
La estrella de puntas retorcidas
ha querido conocerte,
el hombre que se amarga
ha querido conocerte,
el que se muere
ha querido conocerte.
Yo no te describo,
tú lo entiendes:
los que andan inconclusos
no describen.
A la intemperie está tu amor,
tu gran fracaso,
junto a las colinas
y al suicidio
hecho de gritos,
de ti,
de la sofocante soledad
o de nosotros,
los que no logramos nada.
ABRIL DE 1993
En la carretera yo encontré
aquel pequeño libro
que contenía, entre otras cosas,
el nombre de los dedos:
Pulgar, medio…
En la carretera de alquitrán
recién entregada a los destinos,
yo esperaba un automóvil
conducido por los muertos.
LA NOCHE DE SAN JORGE
No falta mucho para que dejemos este pueblo
(el pueblo de nuestros padres, de nuestras madres), caserío y voces
juzgando apenas anochece; aunque es grato su pequeño cementerio:
aquel saludar interminable. Los veranos en la memoria, los veranos
que recién han transcurrido; brasas en la cara a las cuatro de la tarde
y cigarras que distraen, que invaden la lectura.
No falta mucho para que nosotros, los que no tuvimos un pueblo
(a pesar de nuestra sangre, nos sienten extranjeros), abandonemos
el valle, la tierra trabajada o la distancia. Solo nos importan los detalles,
el vidrio empañado tras el cual se divisa una muchacha, la conversación,
un tintinear de espuelas, los fardos, la bodega,
el alacrán cerca del pie
descalzo de la infancia.
*
Nosotros, los que no tuvimos un pueblo,
estamos sentados a la mesa, y alguien nos sonríe.
Es un hombre delgado, de estatura media.
Nos sonríe y nos pregunta por Rolando, por Álvaro, por Gabriel,
por su hermano Iván, por el silencio de Mauricio.
¿Qué decirle? El otoño pronuncia versos sueltos.
¿Qué decirle? Conocemos esos nombres.
Yo escucho hablar a mi amigo,
escucho su voz inocente en la paz
perdida de una casa.
No puedo decir nada, no puedo mover
mis manos y él no me ve, todavía
no me ve.
Yo escucho aquella voz cercana
y hace diez años ausente de las cosas.
¿Qué día es hoy?
Un dragón cae vencido en las tinieblas:
una noche demasiado triste
se resigna.
*
El don, obsequio de un viento dividido,
rompe la bolsa del dinero y te hace hablar
solo de ti mismo.
Recuerdas al amigo,
tienes presente la noche de su velatorio, la noche de San Jorge.
Pero marchas con otros seres; desde la muerte
partes a la vida (aunque debes regresar).
El último paseo: piedras verdes en el estero claro;
saltamontes bajo el sol, sobre las hojas caídas del venturoso otoño.
El último paseo: álamos y tiempo; la complicidad de las personas buenas.
Concluyes: Verdaderamente, querido amigo,
hoy día nos entenderíamos mejor.
Y sigues:
Usted yacía lejos,
en aquel campo de canales secos,
en un recinto que no puedo imaginar.
La gran sombra de los cerros en la noche de San Jorge.
*
“La noche era un trozo de carbón a punto de arder”.
Me rompe el alma una casa lejana allá en Santiago;
el vaso de vino y la queda conversación
sobre libros, tangos y la dura tarea de vivir.
A un poeta no se le puede hacer daño, usted me aseguraba.
Usted, acorralado por momentos insufribles,
indulgente y sabio. Notable desde la memoria y el paisaje.
A veces, quienes le conocimos, nos referimos a sus poemas,
a su vida; lo intentamos.
A veces hablamos demasiado. Usted sonreiría.
Escribo en verso después de recorrer un campo desde cuya tierra brota sangre,
sangre y luz en la atmósfera invadida por innombrables pájaros nocturnos.
Cuántas veces le hablé de este lugar.
En las calles musgosas del invierno de Santiago, cuántas veces le hablé de este lugar;
y usted partía a las tierras de La Ligua, áridas y misteriosas voces, las muchachas
de sus sueños. Usted se despedía para pronto volver en aquellos días entrañables.
Hay algo que decir cuando el campo, al atardecer,
hace un “recuerdo de la muerte”.
LA MANDA
a Álvaro Ruiz
El largo de su cabello gris,
la barba crecida. Este hombre
se arrastra a voluntad,
entre dolores, entre cuerpo
y alma. Se arrastra a voluntad.
Expulsó de su boca
el trozo de corazón asesinado.
Ya olvidó la noche dionisíaca,
el mal de ojo. Ausente se encuentra
el manto de la luna.
Entre los arbustos
yacen otros días. Este hombre
se arrastra a voluntad. No sé
su nombre. Y nadie tiene
la respuesta.
No puedo hablarle. Deja
un rastro allá en las hojas,
en las piedras de la tierra…
ESCRIBIRÉ SOBRE LA VIDA DE UN SANTO
a Andrés Morales
Escribiré sobre la vida de un santo.
Me internaré en la penumbra rojiza,
en las noches de pena,
en todo aquello que se difumina o solloza.
Pronto comenzaré a leer ciertos libros,
páginas escondidas del hombre,
de la crueldad recargada de falsos abrazos.
Escribiré sobre una vida de llagas y encierros,
una vida no comprendida: una gota de sangre.
CON SU BASTÓN GOLPEA MI PADRE
I
Con su bastón golpea mi padre
los guardapolvos, los muebles
antiguos. Se acerca por el pasillo,
habla solo…
Debajo de la cama
estoy a salvo.
El anciano lanza carcajadas
furiosas, se detiene
y pregunta:
“¿Estás aquí?”
II
Era la cuerda tensa de mi infancia,
era el rostro alargado de mi padre.
¿Qué sufrimiento lo aquejaba?
Lo vi caer convulso en medio de la calle.
III
Muchas veces anduvo por el extranjero,
muchas veces quizás por la Vía Salaria.
¿Quién abandonó a mi padre?
¿Quién lo dejó en el Cementerio de los Mártires Anónimos?
Finalmente un puerto que visité hace años.
Allí también, como mi padre, abracé a una mujer,
y respiré el aire rancio y salado de la noche.
XVI
-Rozando los eucaliptos, aquellos cernícalos
bajo el sol antiguo de la bruma.
Por esta acequia también corren mis otros nombres
pronunciados con desdicha…
En las ondulaciones
respondo lento, casi dividido.
-Detrás de los zarzales hemos reposado, en esa vida extranjera
que bordea los esteros. Si puedes, escribe acerca de la sombra inmediata
de la tarde; aquí se hallan el invierno y la tristeza, los adobes
de las casas, el muro blanco y los álamos
deshojados y dormidos. Si puedes, no desprecies.
-La sombra vendrá y escribiré. Las oscuras arañas, dentro de sus telas,
también duermen, también esperan por nosotros.
He seguido un rastro, una forma, unas palabras.
-Se ta ha visto observando la cordillera occidental, sus alturas esfumadas,
más allá del río y las cicutas. ¿Pero en realidad qué buscas? ¿Qué esperas?
Has vuelto a un lugar que ahora -tu mirada lo precisa-
te parece diferente.
*
La santidad no es cosa de este mundo.
Ricardo Molina
Sus gestos de ira y súplica a la vez.
Lo recuerdo junto a sus amigos
que ya se han desvanecido
entre los charcos del oscuro callejón.
Lo recuerdo con su bondad rudimentaria.
Cuánto alivio nos dio
en aquel tiempo, cuando éramos tan pobres
que los rostros ignoraban
nuestras miradas de necesidad.
Pero su presencia ahora nos inquieta,
nos empuja a decir palabras duras; necesitamos evitarlo…
Es otro el sufrimiento.
*
(Creí en un espacio de retratos y detalles.
¿Pero tú realmente te conmovías ante aquellas manifestaciones
ensangrentadas por la luz?)
(inédito)
XXI
He visto lo insondable de la muerte
en las pupilas de los gatos; tu voz
me despertará. Cerca del acacio
tu figura y tu indulgencia.
Es imposible devolverse, buscar
esos papeles.
Se borrará lo escrito,
lo insinuado.
Ramas de zarzales
serpentean en el agua. Este lugar
te pertenece; por ti la casa.
Y ahora qué aceptar: remolinos de polvo
desaparecen en la hiedra.
*
Una oración al despuntar el alba,
una oración que necesita repetir.
Y el día nuboso, penitente,
según sean
las palabras.
No irá a ninguna parte;
desde aquí -campo y fiebre-
ese espíritu recuerda,
ese espíritu solloza.
(inédito)