“Jeroglíficas” y otros poemas
Me he acostumbrado tanto a este silencio
Me he acostumbrado tanto a este silencio
que apenas mi tristeza es enjuiciable
Una mujer se asoma a la ventana
y los muros rechinan
lejos de la arritmia de su noche
lejos del olor sofocado
lejos de los hombres
Una muerte más a la deshora
Quien frene mi orfandad
encenderá este nombre
que soy
como luciérnaga-clic
intermitente
Escribiré entonces mis papeles
para que el verso no sea sombra
en su coartada
Alguien puede echar abajo los muros
Alguien puede arriesgar la palabra,
decir: mar o flor
y dividirlas
Me he acostumbrado tanto a este silencio
Emily Dickinson teclea:
qué tristeza es tener una casa vacía
No hay desamparo
en el hijo
que se engendra para morir
Jeroglíficas
A veces
yo miro las palabras
y les pido que escriban lo posible
por ejemplo
la vida de un hombre
que se queda sentado
hasta su muerte
con una muchacha altiva
entre sus piernas
Entonces
las palabras me miran
y en su hambre animal
de territorios
en la agobiante fe de mi utopía
liberan sus cuervos
que sin un solo graznido
con los ojos puntiagudos
rasgan la blanda pena de mis asnos
Permanencias
Yo prefiero detenerme
en ciertas ternuras
donde aparece un niño
que me lee un telegrama
De pronto
dibujo un camino
que repite
en mi nombre
las palabras primeras
Allí
perennemente yo
insomne niña
escribo papeles
con la desnudez
que invade
los surcos de mi trenza
Yo prefiero sostenerme
habitando la vida
para cabalgar
en sueños
los potros que se han ido
Migración
Me confundo
en este ciclo de no saberme
Me vacío
En el compás misterioso
de las palabras
brota un vuelo distante entre las piedras
Alguien me dice:
–átomo de niña,
la gente crea sus propias auroras–
y yo arrastro mi miseria de poeta
a un viaje con rumbo hacia la nada
Cuando vuelva a mi nombre
Cuando vuelva a mi nombre
heredaré la intemperie de las ataduras
caerán los panes y los peces
por agujeros de hambre
Coseré mi cuerpo a sus molduras
y en algún tejido viejo
bordaré unos velos como alas
Fingiré la distancia en que divido
la huella más honda de otra carne
la carne más honda de otra huella
Cambiaré la rosa por los nardos
La llaga sanará en su propia sangre
Otros nombres habitarán el silencio
Yo despido al hombre
…de adiós, vestir, cubrir
su feroz desnudez de despedida…
Claudio Rodríguez
Yo despido al hombre
en la sombra escogida de su tierra
Regresará a algún camino,
pienso,
cuando sus ojos encendidos eran luces
y amó por primera vez a una muchacha
Ahora
la vejez es equilibrio
que amenaza su impulso accidentado,
la memoria le triza el horizonte
y no puede callar su ruido de finales
Por eso solloza
no duerme
regurgita
promete el jardín que nunca tuvo
Yo despido al hombre
en su lejano origen de las cosas
Asumo la picadura de este poema
en su frasco de opio inofensivo,
la prueba
es que le devuelvo
su ciudad ambulatoria
el paso detenido en medio de la plaza
la caída de agua limpia en sus canales
¡Adiós!
El tiempo saltará en sus trampolines
El engaño ha de escribirse
como el hambre
que se envuelve en los periódicos
Vierte, luz
Vierte, luz
tu claridad en mi respuesta
Que la salvación exista
Que me celebre
como celebra mi sangre
Que tiriten mis uñas
en tu vientre
en tus costillas
Que me agite el silencio
en su nombre embriagado
Afuera el sol enfermo
oculta sus frutos
sus insectos
y gusanos
Le invaden la malicia
y la maleza
Yo prefiero mis nostalgias
el canto de los mirlos
Vierte noche
y desata la fuga de mis ojos
furia de mis muertos
Aún conozco el mediodía
Inocencia
No hay vuelo en la suma alegoría
que desate mi furia o mis miedos,
ni un blanco mármol
ni marchitas flores
Mi mano se levanta,
marca el ritual de un tiempo repulsivo
Del otro lado, las sombras
son pasión perpetua
No hay presa que sacie
mi sed en el vacío
Cualquier olor
se humedece
se descarna
se dispersa
como desfiladero de liebres
y de palomas maduras
Sólo un leve rasguño
una hilacha de piel o de ala
y mi zarpazo se cuelga sobre el mundo