Liyanis González Padrón

“Jeroglíficas” y otros poemas

 

 

 

 

 

Me he acostumbrado tanto a este silencio

 

Me he acostumbrado tanto a este silencio

que apenas mi tristeza es enjuiciable

 

Una mujer se asoma a la ventana

y los muros rechinan

lejos de la arritmia de su noche

lejos del olor sofocado

lejos de los hombres

 

Una muerte más a la deshora

 

Quien frene mi orfandad

encenderá este nombre

que soy

como luciérnaga-clic

intermitente

 

Escribiré entonces mis papeles

para que el verso no sea sombra

en su coartada

 

Alguien puede echar abajo los muros

Alguien puede arriesgar la palabra,

decir: mar o flor

y dividirlas

 

Me he acostumbrado tanto a este silencio

Emily Dickinson teclea:

qué tristeza es tener una casa vacía

 

No hay desamparo

en el hijo

que se engendra para morir

 

 

 

 

Jeroglíficas

 

A veces

yo miro las palabras

y les pido que escriban lo posible

por ejemplo

la vida de un hombre

que se queda sentado

hasta su muerte

con una muchacha altiva

entre sus piernas

 

Entonces

las palabras me miran

y en su hambre animal

de territorios

en la agobiante fe de mi utopía

liberan sus cuervos

que sin un solo graznido

con los ojos puntiagudos

rasgan la blanda pena de mis asnos

 

 

 

 

Permanencias

 

Yo prefiero detenerme

en ciertas ternuras

donde aparece un niño

que me lee un telegrama

 

De pronto

dibujo un camino

que repite

en mi nombre

las palabras primeras

 

Allí

perennemente yo

insomne niña

escribo papeles

con la desnudez

que invade

los surcos de mi trenza

 

Yo prefiero sostenerme

habitando la vida

para cabalgar

en sueños

los potros que se han ido

 

 

 

 

Migración

 

Me confundo

en este ciclo de no saberme

 

Me vacío

 

En el compás misterioso

de las palabras

brota un vuelo distante entre las piedras

 

Alguien me dice:

–átomo de niña,

la gente crea sus propias auroras–

 

y yo arrastro mi miseria de poeta

a un viaje con rumbo hacia la nada
 

 

 

 

Cuando vuelva a mi nombre

 

Cuando vuelva a mi nombre

heredaré la intemperie de las ataduras

caerán los panes y los peces

por agujeros de hambre

 

Coseré mi cuerpo a sus molduras

y en algún tejido viejo

bordaré unos velos como alas

 

Fingiré la distancia en que divido

la huella más honda de otra carne

la carne más honda de otra huella

 

Cambiaré la rosa por los nardos

 

La llaga sanará en su propia sangre

 

Otros nombres habitarán el silencio

 

 

 

 

Yo despido al hombre

…de adiós, vestir, cubrir
su feroz desnudez de despedida…
Claudio Rodríguez

 

Yo despido al hombre

en la sombra escogida de su tierra

 

Regresará a algún camino,

pienso,

cuando sus ojos encendidos eran luces

y amó por primera vez a una muchacha

 

Ahora

la vejez es equilibrio

que amenaza su impulso accidentado,

la memoria le triza el horizonte

y no puede callar su ruido de finales

 

Por eso solloza

no duerme

regurgita

promete el jardín que nunca tuvo

 

Yo despido al hombre

en su lejano origen de las cosas

 

Asumo la picadura de este poema

en su frasco de opio inofensivo,

la prueba

es que le devuelvo

su ciudad ambulatoria

el paso detenido en medio de la plaza

la caída de agua limpia en sus canales

 

¡Adiós!

 

El tiempo saltará en sus trampolines

 

El engaño ha de escribirse

como el hambre

que se envuelve en los periódicos

 

 

 

 

Vierte, luz

 

Vierte, luz

tu claridad en mi respuesta

 

Que la salvación exista

Que me celebre

como celebra mi sangre

 

Que tiriten mis uñas

en tu vientre

en tus costillas

 

Que me agite el silencio

en su nombre embriagado

 

Afuera el sol enfermo

oculta sus frutos

sus insectos

y gusanos

Le invaden la malicia

y la maleza

 

Yo prefiero mis nostalgias

el canto de los mirlos

 

Vierte noche

y desata la fuga de mis ojos

furia de mis muertos

 

Aún conozco el mediodía

 

 

 

 

Inocencia

 

No hay vuelo en la suma alegoría

que desate mi furia o mis miedos,

ni un blanco mármol

ni marchitas flores

 

Mi mano se levanta,

marca el ritual de un tiempo repulsivo

 

Del otro lado, las sombras

son pasión perpetua

 

No hay presa que sacie

mi sed en el vacío

 

Cualquier olor

se humedece

se descarna

se dispersa

como desfiladero de liebres

y de palomas maduras

 

Sólo un leve rasguño

una hilacha de piel o de ala

y mi zarpazo se cuelga sobre el mundo

Liyanis González Padrón (Pinar del Río, Cuba - 1971). Profesora de literatura, coautora de textos educativos y examinadora académica internacional. Reside en Ecua ... LEER MÁS DEL AUTOR