Livio Ramírez

Muerdo mi propia sangre

 

 

 

 

 J. R. MOLINA

(1875-1906)

 

Molina:

Escribir entre las patas de los caballos

que lanzan contra vos.

Escribir sobre los despreciables

papeles de cobranza.

Escribir cuando el horror corroe

las puertas de tu casa.

Escribir

cuando “eso no vale nada”,

“no sirve para nada”,

como dicen tus, nuestros enemigos.

Escribir

y no soltar la mano

ni la pluma clavada

en el centro del odio.

 

 

 

 

ESTATUA DE MOLINA

 

¿Por qué este bronce

a veces tiembla

o sangra?

¿Por qué sus ojos

amanecen fijos

sobre un furioso mar que ya no existe?

 

 

 

 

AMSTERDAM

 

Estoy en Amsterdam

ante el último lienzo pintado por Van Goh:

me estremece el trigal que aún se estremece

y esas grullas que vuelan :¿hacia dónde?,

¿Hacia dónde Van Goh?

Me siento en Dam Square entre turistas.

Pienso en el taller de Rembrandt

que hemos visitado esta mañana

con un respeto como religioso.

Espléndida es la calle Bethoven,

sueñan los verdes en el Vondelpark

pero en la casa de Ana Frank

aún se toca el miedo.

Ahora veo el crepúsculo intensísimo

como la voz de esa cantante amada

que hemos vuelto a escuchar en el salón.

Salimos, avanzamos,

fluye el verano por las avenidas.

Ahora el cielo cambia

se deshojan los ojos:

Oh, el gran ocaso de Amsterdam

dando paso a la noche

de intenso azul eléctrico.

 

 

 

 

PETICIÓN

 

Poesía:

Sea siempre conmigo tu brújula salvaje.

No me niegues tus ojos de muchacha perpetua

Y por ningún motivo

No abandones el sitio.

No acabes esta guerra.

 

 

 

 

JOVEN POETA

 

Toma nota del día.

Lee bien esos rostros.

Escucha atento el pulso de las calles.

Vibre la realidad en tu cuaderno.

No le niegues tus ojos

a esos sueños que escalan las paredes.

La dialéctica agita sobre el mundo

Su hermosa cabellera de muchacha salvaje.

Suma tu pecho al vasto, inmenso pecho.

Jura lealtad al fuego.

La vida te propone el más hermoso pacto.

 

 

 

 

LOS AMANTES

 

I

 

Los amantes

descendientes del fuego

los amantes son niños salvajes

ferocísimos seres

que no atacan a nadie

descendientes del fuego

no miran

no tienen  sentido de la distancia

se precipitan an sí mismos

de ceguera y fulgor están armados

 

 

II

 

Estás desnuda;

la tierra olvida su ballet

nada se mueve

nada existe:

solamente tu cuerpo

ante mi ojo de cíclope hechizado:

eres

una sed extendida de los pies a la frente

desde ti

una primavera furiosa nos reclama:

 

 

III

 

Iluminas la noche con tus senos

cuerpo como la vida.

A fuego lento

ardes

para que yo te encuentre.

Tendida

extendida

eres la tierra abierta:

 

 

IV

 

Es el verano que ama el cuerpo de la noche

sonríes

con dulcísimos relámpagos

el solo sueña extendido

sobre tus hombros de cristal

estás viva

es humana la luz

el tiempo te obedece

en tu rostro resplandece mi vida

bajo  mis manos creces

tu esplendor te desborda

la estación cabe en tus pechos

fiera de insomnio

el mar vigila

el curso de tu sueño

todo fulgor del día mana de tus cabellos

el árbol del deseo

extiende tus oleajes

isla blanca tu espalda

vía láctea tu cuerpo

háblame con tus labios maduros

háblame

destruye dulcemente

el espacio que odiamos

pronuncia esa palabra que me saca el tiempo.

 

 

 

 

Quiero escribir la vida de golpe.

Quiero que griten mis amigos muertos,

quiero que salgan de la tierra,

puros, como relámpagos.

“Quiero escribir pero me sale espuma”.

Así es, César Vallejo,

pero me salen los asesinados

y más espuma

y más asesinados

y más país de muerte atravesado.

 

 

 

 

CON VALLEJO

 

A José Luis Quesada
In memorian

 

Qué pequeñez en traje de grandeza.

qué día del cual tienes ya el recuerdo.

Qué testimonio de los huesos húmeros.

Qué jueves en las redes de la muerte.

 

En un soneto cabe el universo

del sufrimiento humano y se  escuchan

los palos que te daban sin haber hecho nada.

¿Cuántos siglos duró aquel aguacero?

 

No creo que hayas muerto, aunque esté viendo

una fotografía y otras evidencias

y en Montparnasse haya una tumba

 

con epitafio de Georgette.  No creo.

No sé de qué manera España apartó el cáliz

y seguiste escribiendo con tinta de universo.

 

 

 

 

DIGO QUE ERES

 

Digo que eres

mi atigrada columna que fluye.

Árbol de guerra. Árbol que embiste y aletea.

Sol absoluto, nuestro, que devoras los ojos

para poder seguirte.

Largo río de fuegos

Donde al verme contemplo y soy la multitud.

Lava donde sí corre mi verdadera imagen.

Lectura y escritura de uno mismo.

Eres el resplandor que emana

de esta hondonada.

Efulgencia invencible de las entrañas.

Domicilio de toda nuestra rabia.

 

 

 

 

DIGO QUE LA POESÍA

es el único documento personal que poseo.

Carezco de otro medio de identidad.

Digo que eres mi centro enllamarado.

Mi código de fuego.

Mi texto de aullidos.

Explosión queridísima donde escucho la vida.

 

Arma para vivir.

Mirando el curso de mis días,

hoy me he detenido a estallar,

a crecer duramente

entre reglas de juego.

A mis espaldas ruge Madrid.

Veo su cielo aún invicto entre la polución

y el veneno de los anuncios luminosos.

Está a punto de hundirse sobre el amanecer.

Tengo un poco de fiebre.

(Casi es nada, me digo,

con la amabilidad de un fantasma).

 

 

 

 

MUERDO MI PROPIA SANGRE

 

Muerdo mi propia sangre

diariamente

cada instante

pregunto a mis verdades

me escucho

con profunda desconfianza

toco a muerte

el íntimo tambor

a ver si no se rompe

con mi nombre

llamo traidor al ojo

si no llega al subsuelo de la imagen

practico la acrobacia del yo mismo

en el fondo la vida es cuestión de saltos mortales

 

 

Livio Ramírez Nació en Olanchito, Depto. de Yoro, Honduras, 1943. Poeta, ensayista, catedrático e investigador universitario. Autor de los libros de poe ... LEER MÁS DEL AUTOR